miércoles, 11 de julio de 2018

Por qué me fui de Ritmo

Como alguien está difundiendo una versión muy parcial e interesada de los hechos, me veo obligado a explicar por qué abandoné por segunda vez la revista Ritmo.

Antes debo decir que yo había sido lector regular de la misma desde 1990. Que me gustaba mucho y que había aprendido una barbaridad, especialmente de los críticos Pedro González Mira y Ángel Carrascosa. Años más tarde pude conocer a este último a través del jerezano José Luis De la Rosa, y se me ofreció una oportunidad para colaborar que acepté con muchísima ilusión. Estuve escribiendo durante largo tiempo hasta que en 2013 lo dejé por desacuerdo con la línea que estaba adoptando la publicación, particularmente en lo que se refiere a la cantidad de reseñas que, realizadas con considerable esfuerzo, se quedaban sin publicar. Así se lo expuse al por entonces redactor jefe, Pedro González Mira; creo que con respeto y educación, lo que no impidió que la réplica de éste fuera extremadamente dura.

Año y medio más tarde mi entonces amigo Gonzalo Pérez Chamorro se había convertido en nuevo redactor jefe y me ofreció retornar. No sin pensármelo mucho, acepté. Me hizo un envío de discos en el que había cosas buenas y cosas menos buenas –Currentzis, Barshai, Chailly, Gardiner–, y además le escribí un par de artículos temáticos. A los pocos meses me realizó un nuevo envío, aseguraba él que muy valioso. Pero para ahorrar dinero lo mandó a través de una agencia de transportes nueva que, cómo no, perdió el paquete aquí mismo en Jerez. De poco sirvieron las disculpas del transportista, que por cierto parecía tener un despiste monumental.

Pues bien, a través de mensaje de texto le pregunté a Gonzalo si me podía mandar otra cosa. Me respondió que no, que de momento ya no quedaba nada que me pudiera enviar. Creo que no decía toda la verdad: le hubiera resultado facilísimo hacer llegar alguna cosa de Ferysa, distribuidora que también era responsabilidad suya. Quedando un tanto desconcertado, aproveché para rogarle que me abonara lo que me correspondía por los dos artículos temáticos referidos. Me replicó que en la nueva etapa ya no se pagaba por ellos, que esa cifra –meramente simbólica, por no decir ridícula– que se daba en la época de González Mira había pasado a la historia. Al preguntarle cómo podía ser eso, me contestó lo que nunca tenía que haberme contestado: que si yo no conocía el significado de la palabra “colaboración”.

Ahí sí que me mosqueé, por la chulería demostrada. Y la poca vergüenza, porque colaborador en una publicación periódica significa escribir con cierta regularidad sin formar parte de la plantilla de la empresa –es decir, sin estar en la redacción cumpliendo un determinado horario y cobrando un sueldo fijo–, pero no abstenerse de percibir una remuneración a cambio de los servicios realizados.

De este modo, un poco a la desesperada, le pregunté si, como compensación ante la pérdida de los discos enviados y de no cobrar unos artículos que yo pensaba que no había escrito gratis, me podía conseguir entradas “de crítico” de los dos conciertos que Barenboim iba a ofrecer en Barcelona y que –que yo supiera– nadie iba a cubrir. Más o menos con estas palabras, me soltó aquello de que “qué me había creído yo”, que menuda caradura. Así las cosas, le pedí que me diera alguna razón para seguir en Ritmo, con la respuesta esperable: que si quería, que me largase. Y me fui.

Espero que la cosa haya quedado clara. Mi marcha no fue resultado de que no me buscaran entradas para el Palau barcelonés, sino de la actitud de un señor que había pasado de ser un colaborador más a convertirse en el peor de los jefes del periodismo: el de “si escribes es porque te hacemos un favor, y si no te gusta, te largas”.

Lo que ha venido después lo sabrán ustedes. La mayoría de los históricos se han ido. Ha entrado varios amigos de Gonzalo, entre ellos el muy despistado Javier Extremera como nuevo crítico estrella. El peloteo a Sony Classical –uno de los pocos sellos que pone publicidad– es descaradísimo. Y se están publicando cosas de auténtico bochorno, entre ellas la demoledora crítica al soberbio recital de Kian Soltani en DG del que espero hablarles en la próxima entrada. De momento, espero haber aclarado las razones de mi desencuentro con Ritmo, una revista que me gustaría mucho que sobreviviera bajo otro formato y con una línea completamente nueva. Aunque eso lo veo bien difícil.

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