sábado, 28 de julio de 2018

Perlman pudo con Tchaikovsky a los veintidós

En la entrada anterior justificaba las insuficiencias expresivas de Viktoria Mullova en su acercamiento discográfico al Concierto para violín de Tchaikovsky haciendo alusión a la inmadurez propia de los veinticinco años de edad que contaba la artista cuando realizó la grabación. Pues bien, he podido repasar el registro que junto a la misma Sinfónica de Boston, pero bajo la dirección no de Ozawa sino de Erich Leinsdorf, realizó Itzhak Perlman en diciembre de 1967, con tan solo veintidós.


La comparación ha sido relevadora: siendo su sonido menos bello que el de su compañera –aunque no menos firme ni menos afinado–, el chavalito israelí desprende auténtico fuego a lo largo de toda su intervención. Y un fuego perfectamente controlado, capaz de precisar con el mayor detalle todas las tremendas acrobacias que se exigen a su parte y, sobre todo, de hacer cantar al violín con esa perfecta mezcla de carácter épico, ternura, dolor contenido y frenesí juvenil que la partitura necesita.

Si hay alguna pega esta viene por parte del veterano Leinsford, que dirige con mucho fuego pero con demasiadas prisas, cierta linealidad y más de una contundencia, y por todo ello sin terminar de cantar todas las melodías como es debido. Por eso mismo será preferible escuchar a Perlman unos años después con Eugene Ormandy, aunque en este registro del sello RCA el tercer movimiento sea ya en su conjunto fenomenal. Y no debemos dejar de señalar que la Boston Symphony, espléndida, suena bajo la batuta del maestro vienés más rústica, y por ende más claramente tchaikovskiana, que como lo hará con Ozawa en la citada grabación con Mullova.

El vinilo original se completa con un registro, realizado en la misma fecha que el de Tchaikovsky, de la hermosa Romanza de Antonín Dvorák. En principio la interpretación parece ofrecer una gran intensidad, pero los 11’55 frente a los 13’09 de la grabación siete años posterior del propio Perlman con Barenboim se dejan notar de manera considerable si se realiza la pertinente comparación: aquí las melodías no vuelan tan lejos ni ofrecen la misma capacidad de evocación poética, culpa sin duda de un Leinsdorf que dice la obra un tanto de pasada, sin comprometerse. Lástima.

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