sábado, 7 de julio de 2018

Formidable Gershwin de Pérez Floristán en Sevilla

Repaso mis anotaciones y calificaciones de las versiones de la Rhapsody in blue que tengo escuchadas: Leonard Bernstein –tres grabaciones distintas–, André Previn –por partida doble–, las hermanas Labèque –también por duplicado–, Stanley Black, Jeffrey Siegel, Tilson Thomas, James Levine, Jean-Yves Thibaudet, Joanna MacGregor, Michel Camilo, Marcus Roberts, Stephano Bollani, Lang Lang con Herbie Hancock y hasta el propio Gershwin, este último a través de los rollos de pianola. Bueno, pues la recreación de la parte solista que anoche le escuché a Juan Pérez Floristán junto a la Sinfónica de Sevilla y John Axelrod me gustó tanto o más que las de mis preferidos en la lista –Bernstein y Previn–, al igual que la que ofreció de las Variaciones I Got Rythm me pareció superior a las tres –Parkhouse, Siegel, Thibaudet– que tengo en mi discoteca. Este chico es un auténtico fuera de serie.


¿Virtudes? Todas. Por encima de su agilidad digital o de su sentido del ritmo, encomiables, yo destacaría la asombrosa riqueza de su pulsación. Que es justamente (¡y no en el número de notas por segundo, como quieren hacernos creer muchos embaucadores!) donde se encuentra el verdadero virtuosismo por parte de un pianista. Desde el pianísimo más delicado hasta el forte más macizo y abrumador dispuesto a enfrentarse a una orquesta de grandes dimensiones, Pérez Floristán es capaz –a sus veinticinco años– de cualquier cosa. Con los más ricos colores y detalles de verdadera filigrana. Por no hablar de la chispa, del “descaro” popular y de la frescura con la que recreó los pentagramas de Gershwin. Pero aún hay algo que me ha impresionado todavía más, que es su capacidad para aunar flexibilidad y lógica en un fraseo perfectamente orgánico, y por ende muy jazzístico, en el que la fantasía no está reñida con la coherencia; es decir, en el que la solidez del discurso no se ve enturbiada por el exceso de nervio –aunque hubo algún momento al borde del precipicio– ni por la capacidad para ornamentar. Por cierto que el pianista sevillano no solo ornamentó, sino también improvisó, lo que hubiera resultado discutible si no fuese porque sus aportaciones evidenciaron estilo perfecto, musicalidad excelsa e interés mucho antes por el compositor que por el ego propio: justo lo contrario de la amaneradísima interpretación de la Rhapsody aquí comentada que grabaron Lang Lang y Herbie Hancock precisamente junto a John Axelrod.

Sobre la labor de batuta del norteamericano escribí en referencia a aquel disco que ofrecía “una dirección idiomática y con garra, inspiradísima en la célebre sección nocturna central, pero en general algo gruesa y un punto efectista”. Puedo repetir lo mismo sobre la lectura de ayer cerrando la temporada de una ROSS a la que hizo sonar de manera verdaderamente espléndida.

Junto a las Variaciones y a la Rhapsody –por cierto, en su orquestación original de 1924 para jazz band, que parece imponerse últimamente–, se ofrecían anoche otras dos piezas que abrían cada una de las dos mitades de la velada: Harlem de Duke Ellington y los Three Dance Episodes de On the Town de Leonard Bernstein. En la primera de ellas habría que destacar el soberbio trabajo del muy ampliado conjunto de metales de la orquesta, no únicamente sólido sino también idiomático a más no poder; por esto hay que felicitar tanto a los propios instrumentistas como al titular de la ROSS, como pez en el agua desplegando brillantez, incisividad y desgarro arrabalero. En la segunda es de justicia aplaudir la frescura, el colorido y el sentido del swing con que se recreó la deliciosa composición de quien fuera maestro de Axelrod, este último no precisamente un director preocupado por las sutilezas –con él todo tiene que sonar mucho, muy brillante y muy de cara a la galería–, pero sí un músico vistoso y comunicativo que en esta ocasión ha triunfado con toda justicia.

Dos cosas antes de terminar. Una, que el concierto de ayer viernes 6 de junio fue el último en la orquesta del primer viola Jacek Policinski, con la Sinfónica desde su programa inaugural por aquel lejano enero de 1991 que muchos seguimos recordando como si fuera ayer. Hemos envejecido con él, y por ello su despedida nos resultó especialmente melancólica. Hubo muy sentidos discursos, se aplaudió con intensidad y se tocó un fragmento de Romeo y Julieta de Tchaikovsky en su homenaje. La segunda, que al terminar el concierto Pérez Floristán ofreció dos propinas de Gerswhin en memoria de nuestra queridísima Pilar Ruiz, azafata del Maestranza recientemente fallecida; la última de ellas fue interrumpida por un inoportuno teléfono móvil, pero el solista hizo supo improvisar unos trinos que imitaban el sonido del aparatejo y lo integraban de manera sorprendente en el discurso musical. ¡Qué formidable ingenio!

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