Repaso mis anotaciones y calificaciones de las versiones de la
Rhapsody in
blue que tengo escuchadas: Leonard Bernstein –tres grabaciones distintas–,
André Previn –por partida doble–, las hermanas Labèque –también por
duplicado–,
Stanley Black, Jeffrey Siegel, Tilson Thomas, James Levine,
Jean-Yves Thibaudet, Joanna MacGregor, Michel Camilo, Marcus Roberts, Stephano
Bollani, Lang Lang con Herbie Hancock y hasta el propio Gershwin, este último a
través de los rollos de pianola. Bueno, pues la recreación de la parte solista
que anoche le escuché a
Juan Pérez Floristán junto a la
Sinfónica de
Sevilla y
John Axelrod me gustó tanto o más que las de mis preferidos
en la lista –Bernstein y Previn–, al igual que la que ofreció de las
Variaciones I Got Rythm me pareció superior a las tres –Parkhouse,
Siegel, Thibaudet– que tengo en mi discoteca. Este chico es un auténtico fuera
de serie.
¿Virtudes? Todas. Por encima de su agilidad digital o de su sentido del
ritmo, encomiables, yo destacaría la asombrosa riqueza de su pulsación. Que es
justamente (¡y no en el número de notas por segundo, como quieren hacernos creer
muchos embaucadores!) donde se encuentra el verdadero virtuosismo por parte de
un pianista. Desde el pianísimo más delicado hasta el forte más macizo y
abrumador dispuesto a enfrentarse a una orquesta de grandes dimensiones, Pérez
Floristán es capaz –a sus veinticinco años– de cualquier cosa. Con los más ricos
colores y detalles de verdadera filigrana. Por no hablar de la chispa, del
“descaro” popular y de la frescura con la que recreó los pentagramas de
Gershwin. Pero aún hay algo que me ha impresionado todavía más, que es su
capacidad para aunar flexibilidad y lógica en un fraseo perfectamente orgánico,
y por ende muy jazzístico, en el que la fantasía no está reñida con la
coherencia; es decir, en el que la solidez del discurso no se ve enturbiada por
el exceso de nervio –aunque hubo algún momento al borde del precipicio– ni por
la capacidad para ornamentar. Por cierto que el pianista sevillano no solo
ornamentó, sino también improvisó, lo que hubiera resultado discutible si no
fuese porque sus aportaciones evidenciaron estilo perfecto, musicalidad excelsa
e interés mucho antes por el compositor que por el ego propio: justo lo
contrario de la amaneradísima interpretación de la
Rhapsody aquí
comentada que grabaron Lang Lang y Herbie Hancock precisamente junto a John
Axelrod.
Sobre la labor de batuta del norteamericano escribí en referencia a aquel
disco que ofrecía “una dirección idiomática y con garra, inspiradísima en la
célebre sección nocturna central, pero en general algo gruesa y un punto
efectista”. Puedo repetir lo mismo sobre la lectura de ayer cerrando
la temporada de una ROSS a la que hizo sonar de manera verdaderamente
espléndida.
Junto a las
Variaciones y a la
Rhapsody –por cierto, en su
orquestación original de 1924 para jazz band, que parece imponerse últimamente–,
se ofrecían anoche otras dos piezas que abrían cada una de las dos mitades de la
velada:
Harlem de
Duke Ellington y los
Three Dance Episodes
de
On the Town de
Leonard Bernstein. En la primera de ellas habría
que destacar el soberbio trabajo del muy ampliado conjunto de metales de la
orquesta, no únicamente sólido sino también idiomático a más no poder; por esto
hay que felicitar tanto a los propios instrumentistas como al titular de la
ROSS, como pez en el agua desplegando brillantez, incisividad y desgarro
arrabalero. En la segunda es de justicia aplaudir la frescura, el colorido y el
sentido del swing con que se recreó la deliciosa composición de quien fuera
maestro de Axelrod, este último no precisamente un director preocupado por las
sutilezas –con él todo tiene que sonar mucho, muy brillante y muy de cara a la
galería–, pero sí un músico vistoso y comunicativo que en esta ocasión ha
triunfado con toda justicia.
Dos cosas antes de terminar. Una, que el concierto de ayer viernes 6 de junio
fue el último en la orquesta del primer viola
Jacek Policinski, con la
Sinfónica desde su programa inaugural por aquel lejano enero de 1991 que muchos
seguimos recordando como si fuera ayer. Hemos envejecido con él, y por ello su
despedida nos resultó especialmente melancólica. Hubo muy sentidos discursos, se
aplaudió con intensidad y se tocó un fragmento de
Romeo y Julieta de
Tchaikovsky en su homenaje. La segunda, que al terminar el concierto Pérez Floristán ofreció dos propinas
de Gerswhin en memoria de nuestra queridísima
Pilar
Ruiz, azafata del Maestranza recientemente fallecida; la última de ellas fue
interrumpida por un inoportuno teléfono móvil, pero el solista hizo supo
improvisar unos trinos que imitaban el sonido del aparatejo y lo integraban de
manera sorprendente en el discurso musical. ¡Qué formidable ingenio!
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