domingo, 22 de julio de 2018

Discografía de las sinfonías de Brahms (XIX): Sanderling, tradición centroeuropea

En diciembre de 2012 abandoné mi serie sobre la discografía de las sinfonías de Johannes Brahms después de dieciocho entregas. Estaba cansado de ella; además, al llegar al ciclo de Giulini en Viena ya no se podía ir más allá. La retomo ahora, al hilo de la nueva grabación de Daniel Barenboim de la que ya he dejado algunos apuntes. Y lo hago justo donde la dejé: siguiendo un orden cronológico, toca ahora hablar de la grabación que, con estupenda toma de sonido, realizó en 1991 el sello Capriccio a Kurt Sanderling y la Sinfónica de Berlín, al que desde hace años tengo en mucha estima.

 
Ahora bien, como algunos lectores habían insistido en que el anterior ciclo del maestro prusiano, el realizado con la Staatskapelle de Dresde entre 1971 y 1972 para RCA, era una verdadera joya, he decidido tomármelo a pecho y escuchar los dos ciclos seguidos, sinfonía por sinfonía. Ha sido agotador, pero entiendo que ha merecido la pena. No voy a renunciar a exponer de manera prolija las ideas que he ido anotando, aun a riesgo de aburrir al personal. Para el que no esté dispuesto a aguantar semejante ladrillo, le adelanto las conclusiones: un Brahms de pura cepa centroeuropea, noble, cálido y muy hermosamente fraseado, que en Dresde resulta más enérgico y escarpado, pero que en Berlín, diecinueve años después, gana considerablememente en madurez, en depuración sonora y en vuelo poético, aunque dentro de un enfoque otoñal que no será del gusto de todos los melómanos.

Empieza de manera admirable la Sinfonía nº 1 en la grabación de Dresde, con un arranque que sabe ser al mismo tiempo doliente y rebelde, sin quedarse en lo resignado; el resto del primer movimiento, decidido y abiertamente dramático, no resulta menos admirable, si bien se puede avanzar aún más en flexibilidad y a la cola se le debería sacar más partido. En el segundo Sanderling nos ofrece una sonoridad y un fraseo puramente brahmsianos, pero aquí atiende a la desazón de la página sin desarrollar lo suficiente su particular lirismo y sentido humanista. Lirismo que sí consigue en el tercero, cuyo fraseo sensual entronca con la mejor tradición de la interpretación brahmsiana; agitadísima la sección central. El cuarto ofrece una introducción irreprochable, con unos pizzicati muy bien planificados, pero extrañamente cuando entra el tema principal se echa de menos lirismo en el canto de la cuerda; a partir de ahí Sanderling se muestra poderoso, inflamado y adecuadamente afirmativo, pero cae en algunas molestas contundencias (clímax en torno a 12’), no acierta con las “ráfagas” antes del final (a partir de 15’30) y, en general, no termina de desarrollar la vertiente poética de la pieza. Falta madurez, en definitiva

Madurez que encontrará en su grabación en Berlín. La introducción deja bien claro que las cosas han cambiado mucho. Pero en este caso para peor: en lugar de rebeldía y empuje dramático, pesadumbre sin ganas de combatir. Efectivamente, esta va a ser una lectura marcadamente otoñal, desarrollándose el Allegro que viene a continuación de manera morosa y un punto flácida. Por descontado que que hay pasajes mágicos y que la coda está ahora muchísimo mejor resuelta que diecinueve años atrás, pero al conjunto le falta nervio. El segundo movimiento, por el contrario, gana por goleada al de Dresde: ahora sí que destila toda esa efusividad y esa ternura que necesita. El tercero, no tan agitado en su sección intermedia como antes, es todo sensualidad y magia sonora; admirable la manera en la que la música se va remansa para facilitar la transición al cuarto. En este de nuevo se avanza sobre el registro anterior a la hora de frasear el tema principal, ahora mucho más cantabile; también se ha ganado en musicalidad y en hondura. Si la versión tuviera el primer movimiento de Dresde sería de gran nivel, pero así las cosas, ninguna de las dos es redonda.


La Sinfonía nº 2 de Dresde alberga sus virtudes. La calidez aterciopelada del sonido, la plasticidad con que está tratadas las masas sonoras –impresionante tratamiento de la cuerda en la sección central del tercer movimiento–, la flexibilidad del fraseo y la perfecta mezcla entre ternura y amargor con que están cantadas las melodías dejan bien claro que estamos ante un director que conoce a la perfección el idioma brahmsiano. No solo eso: Sanderling expone a la música con tanta solidez como lógica en la arquitectura y hace gala de un gusto exquisito. Ahora bien, a su enfoque le faltan nervio interno, un carácter más escarpado en los clímax del primer movimiento, mayor garra dramática en el segundo y, en general, y mayor atención a los aspectos lacerantes de esta música. A sus cuarenta años de edad, el maestro resultaba ya aquí algo más otoñal de la cuenta. Solo en el Finale, vibrante y decidido, logró desplegar la energía requerida.

En Berlín esta sinfonía funciona de manera más satisfactoria. Aunque la visión que tiene Sanderling de la obra siga siendo otoñal e introspectiva, sorprende gratamente que, además de cantar ahora mejor y con mayor depuración sonora las melodías, ofrece en el primer movimiento esos picos de tensión más marcados y con más garra que se echaban de menos diecinueve años atrás; eso sí, hay en este Allegro non troppo frases que seguirán siendo –por su mezcla de ansiedad y dolor revestidos de la más asombrosa belleza sonora– patrimonio exclusivo de Carlo Maria Giulini en cualquiera de sus dos últimas grabaciones. El Adagio non troppo, más paladeado y hermoso ahora sigue quedando falto de hondura dramática. Espléndido el tercer movimiento, en el que la más tierna y delicada poesía se dan de la mano con pasajes suavemente inquietantes y una fresca jovialidad. El finale, ahora más amplio, pierde fuerza y nervio, pero gana en refinamiento, en vuelo melódico y en atención a esos pasajes más o menos góticos que apenas enturbian la alegría que desprende la música.

La Sinfonía nº 3 de Dresde me  ha parecido buena sin más. El primer movimiento es amplio y se encuentra fraseado con flexibilidad, pero no parece especialmente arrebatado. El segundo resulta adecuadamente gótico, además de muy cantable. Flojo el celebérrimo Poco allegretto, en parte por los solistas de una orquesta que, siendo muy buena, no estaba en su mejor momento. El cuarto movimiento está dicho con fogosidad, pero su final resulta algo líneal, poco misterioso


Claramente mejor la Tercera con la Berliner Sinfonie Orchester. El primer movimiento, esta vez con repetición, vuelve a ser magnifico; incluso es posible que ahora sus líneas estén mejor diseccionadas, si bien se sigue echando de menos una dosis extra de nervio. El segundo, más dilatado ahora –9’53 frente a los 8’53 de la ocasión anterior– resulta esencial y fantasmagórico, perdiendo garra dramática en su clímax pero ganando en flexibilidad y en magia sonora. El tercero, asimismo más lento –los 6’22 de Dresde se transforman en 7’06–, ahora sí que destila toda esa poesía que se echaba de menos en la anterior ocasión; eso sí, dentro de un enfoque que no opta ni por la inigualable ternura de Giulini ni por el carácter anhelante de Barenboim –sobre todo en su citada grabación berlinesa–, sino más bien por la espiritualidad y por una meditación no carente de un poso amargo. En el último movimiento de nuevo falta un punto extra de electricidad, pero la coda, trazada hasta su total disolución con una técnica de batuta magistral en el dominio de agógica y dinámica, no solo supera con mucho a la de la grabación anterior, sino que es una de las mejores que se hayan escuchado.

No genial pero sí magnífica en sus cuatro movimientos, la Sinfonía nº 4 es la más lograda de la integral de Dresde. El primer movimiento se desarrolla con decisión, de un solo trazo, pero sin desatender las inflexiones. En el segundo, otoñal sin excesos, hay que derretirse ante el bellísimo canto en el que se van sucediendo violonchelos, violas y violines. El tercero, sanguíneo y poderoso, alcanza el adecuado punto de equilibrio entre lo épico y lo jubiloso. El cuarto es ortodoxia de la buena, aunque encuentro inconveniente que al final se vaya ralentizando.



Los 13’05 del primer movimiento en Dresde se transforman en Berlín en nada menos que 15’10, dejando claro que esta va a ser una interpretación otoñal, dicha con un sugestivo fraseo ondulado y con un sereno, poético y evocador lirismo, pero olvidando un tanto la tensión dramática y el carácter escarpado que también deberían hacerse presentes. Los 11’45 del Andante moderato pasan a 13’10: los resultados son hermosísimos. El Scherzo, soberbio dentro de su ortodoxia, atiende ahora mejor a las frases líricas, mientras que al cuarto le pasa un poco como al primero: necesita más tensión interior. Como en Dresde, la ralentización de la sección final resulta muy discutible. En definitiva, aquí Berlín gana solo en los movimientos centrales.

En ambos ciclos se repiten las Variaciones sobre un tema de Haydn, página que con mayor propiedad se deberían llamar Variaciones San Antonio. Es muy buena la de RCA: buen trazo, intensidad y apreciable sentido de los contrastes expresivos. Genial el arranque de la última variación, de una nobleza estremecedora, aunque el final no posea toda la grandeza posible. Aparte de la cuestión de los tempi –20’08’’ frente a los 18’38’’ de Dresde–, la de Berlín pierde en vivacida, pero gana de manera considerable en nobleza, serenidad y profundidad; también en dimensión espiritual y carácter esencial. El final, ahora sí, ofrece la grandeza esperable.

La Obertura académica no la grabó Sanderling en ninguna de las dos ocasiones. Sí, la Obertura trágica, pero solo en Dresde: una lectura dicha con fraseo noble y sentido dramático a la que solo le falta un último punto de personalidad y creatividad.
 
Curiosamente, la grabación de Capriccio incluye como complemento la Rapsodia para contralto. No es lo mejor de estos registros: a su expresividad recogida y un punto más seria de la cuenta le faltan desazón en el arranque y, extrañamente, intensidad lírica en todo el sublime tercio final. Tampoco es del todo emotiva la mezzo Annette Markert, aunque tanto ella como el Coro de la Radio de Berlín realizan una buena labor.

El próximo capítulo, la integral de Barenboim en Chicago.

2 comentarios:

IDO dijo...

Salvo error por mi parte, la grabación de Sanderling en Capriccio es la misma que con posterioridad reeditó Profil en un cofre de 4 CD, y también se incluyó con posterioridad en el cofre "Kurt Sanderling Edition" también de Profil, en 11 CD.
La Rapsodia para Contralto sí estaba en el primero de los cofres, mas no en el segundo.

Observador dijo...

Estimado sr. Fernando:

¿Conoce el ciclo sinfónico brahmsiano de István Kertész y la Filarmónica de Viena para Decca?

Ver set aquí:

https://www.amazon.es/4-Symphonies-S%C3%A9r%C3%A9nade-Wiener-Philharmoniker/dp/B009MP8M3G/ref=sr_1_1?__mk_es_ES=%C3%85M%C3%85%C5%BD%C3%95%C3%91&keywords=brahms+Kertesz&qid=1567444573&s=music&sr=1-1

Saludos cordiales,
Mario,
desde la ciudad de La Plata, capital de la Provincia de Buenos Aires, Argentina.

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