Resulta interesante comparar esta Primera de Brahms con la ofrecida hace tan solo unos días por la misma formación bajo la batuta de Sir Simon Rattle, porque desmiente ese dicho tan habitual entre muchos directores –pienso ahora en Barenboim y en Harding– según el cual la labor de batuta es ante todo un trabajo de coordinación entre quienes “verdaderamente hacen la música”. Pues va a ser que no. La orquesta es aquí la misma, pero la diferencia es enorme. Por lo pronto, la sonoridad de la Berliner Philharmoniker es bajo su dirección muchísimo más claramente brahmsiana: si Rattle optaba por el músculo y la opulencia made in Karajan, el norteamericano sí que consigue ese terciopelo cálido y oscuro que asociamos habitualmente con el autor.
Pero es que, además, la manera de orgánica y flexible que tiene el maestro de frasear, el planteamiento lleno de naturalidad de las tensiones y la hermosísima cantabilidad con que afronta las melodías son justamente las que esperamos en la música de Johannes Brahms, como lo es también ese lirismo tierno, sensual y un punto agridulce que sabe obtener su batuta. Eso sí, la mirada de un Blomstedt de 89 añitos de edad –ahora tiene 90– es comprensiblemente otoñal, lo que significa –como en la obra de Bartók de la primera parte– que la inspiración más sublime la alcanza en los dos movimientos intermedios, mientras que en los dos extremos se echa de menos un punto de ese nervio y de ese carácter escarpado que consiguen otros directores. Hay que destacar, en cualquier caso, la enorme nobleza y emotividad con que expone el tema principal del cuarto, por no hablar de la magia que desprende la introducción al mismo, la cual a su vez se beneficia de la excelsa intervención de la flauta de Emmanuel Pahud. Claro que, si de solistas hablamos, no podemos ignorar la sublime participación del oboe de Albrecht Mayer ni del concertino Noah Bendix-Balgley en el segundo movimiento, por no hablar del excepcional clarinete de Andreas Ottensamer en el tercero. Pero insisto: el podio es lo que termina marcando los resultados. Blomstedt sí sabe o que se trae entre manos y ofrece una recreación que quizá no sea la mejor posible, pero que es una magnífica representante de la mejor tradición brahmsiana centroeuropea. Hay que descubrirse.
No hay comentarios:
Publicar un comentario