Así las cosas, se supone que es en la Sinfonía nº 1 en la que mejor tendría que funcionar este enfoque, siempre y cuando a la batuta no se le vaya la mano en nerviosismo. Y eso es justamente lo que le ocurre al maestro en el primer movimiento, lo menos bueno de una globalmente notabilísima interpretación en la que el Larghetto está lleno de anhelo, el Scherzo sabe combinar incisividad y garra dramática con delicadeza y ligereza bien entendidas, y el cuarto logra resultar todo lo ágil y chispeante que necesita sin perder potencia sonora ni expresiva.
Importante la Sinfonía nº 2, pero tampoco exenta de irregularidades. Tras una introducción cálida, misteriosa y muy sugerente, Sinopoli plantea un primer movimiento de excelente trazo y grandeza sin retórica, fraseado con enorme agilidad, para después pasar –de manera algo desconcertante– a un Scherzo rápido y muy efervescente y no poco dramático, pero en exceso nervioso: una cosa es ofrecer un Schumann juvenil e impulsivo, y otra un Schumann esquizofrénico. Lo mejor llega con un Adagio espressivo sonado con increíble belleza por parte de la aterciopelada cuerda de la orquesta sajona y maravillosamente paladeado por la batuta, que sabe destilar una sensualidad extrema e impregnarla de una muy adecuada amargura, si bien aún se han escuchado clímax más punzantes. Vibrante, grandioso y muy bien construido el Finale, sin ser el más arrebatado posible.
Solo notable la Renana. El primer moviento logra ser ágil y brillante, sin alcanzar toda la grandeza deseable. El segundo está dicho alcanzando el punto justo entre animación y carácter contemplativo, mas la poesía no termina de despegar el vuelo. El tercero sabe no caer en la excesiva delicadeza ni la ñoñería. El cuarto resulta bajo la batuta de Sinopoli no tanto grandioso y opresivo como desolado. Y de nuevo fresco y vibrante, más no del todo intenso, un quinto muy bien planificado.
Globalmente ortodoxa y sensata la Sinfonía nº 4, lastrada por un gran punto negro: un segundo movimiento llevado con ciertas prisas y considerablemente aséptico. El primero está bien planteado, sin poseer especial garra ni inspiración poética; el tercero resulta muy notable y el cuarto, tras una transición más que buena, resulta un punto más nervioso de la cuenta, aunque es vistoso y ofrece cierta garra, siempre con la complicidad de una orquesta que aporta una hermosísima sonoridad y la mejor tradición.
A la postre, una integral sinfónica de alto nivel que no llega a ser perfecta. ¿Tengo alguna favorita? La verdad es que ninguna me parece redonda, pero aquí les doy algunas pistas sobre mis preferencias.
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