Aunque me hacía muchísima ilusión ver a Thomas Hampson sobre un escenario operístico –hasta ahora solo le había escuchado el War Requiem en los Proms–, era consciente de que en un rol como este el barítono norteamericano podía quedarse corto. Así fue: corto en lo vocal –anda algo gastado–, en lo estilístico –Verdi nunca fue lo suyo– y también en lo expresivo. Las tablas estaban ahí, también sus buenas dotes actorales, pero el personaje no surgió hasta la escena de la muerte. En aquellas ya lejanas funciones madrileñas de 2010 –cuatro años mñás tarde en Valencia, bastante menos– Plácido Domingo resultó muchísimo más convincente en todos los aspectos. ¡Incluso en el peso, el color y la adecuación del instrumento! Seguiré admirando mucho a Hampson –al día siguiente tuve la oportunidad de saludarle en una elegante cafetería junto a la Musikverein–, pero esta interpretación no quedará en mi memoria.
Marina Rebeka lució una voz preciosa, muy esmaltada, así como una técnica prácticamente sin fisuras. Expresivamente tardó mucho en arrancar: su bellísima aria pasó sin pena ni gloria y solo en la segunda mitad del espectáculo hizo gala de un canto verdiano de gran clase. Dmitry Belosselskiy me gustó muchísimo hace tan solo un mes en la retransmisión de Luisa Miller desde el Met –rol de Wurm–. Quizá por eso me defraudó un tanto como Paolo: la voz me pareció pobre en armónicos, y su visión del complicado personaje de Fiesco parca en matices expresivos. Con diferencia, lo mejor de la noche fue el Adorno de Francesco Meli, todo un modelo de italianidad gracias a un canto pleno y muy valiente, de gran brillantez en el agudo y de una proverbial entrega expresiva. Cierto que su línea es de esas chapadas a la antigua –incluso en la gestualidad– y que su voluntad por exhibirse quedó clara, pero da gusto escuchar en directo cosas así. Se merendó al resto de sus compañeros y se llevó los mayores aplausos por parte del respetable.
A Evelino Pidó le había escuchado –precisamente cuanto lo cantó allí Domingo en 2014– este título en Valencia. Entonces me disgustó seriamente por su –cito lo que escribí en este blog– decisión de “interpretar el título más denso, atmosférico y oscuro de Verdi como si fueran Rossini o Donizetti, esto es, adelgazando las texturas, aligerando el fraseo (…), arrojando luz sobre unos colores que deben ser mayormente ocres y ofreciendo encanto, equilibro y apolínea elegancia donde debe haber densidad dramática, negrura y tensión.” Aunque la línea interpretativa en la Staastoper ha sido la misma, esta vez no me ha parecido tan censurable. De hecho, encontré gran fluidez y elegancia en un trabajo que me pareció globalmente muy digno y que se benefició, obviamente, de una orquesta de foso de primerísimo nivel. Ahora bien, de ahí a que me pareciese una gran dirección de Boccanegra media un abismo: este título hay que interpretarlo con una atmósfera mucho más opresiva, así como con una mayor carga dramática.
Tenía un vago recuerdo de la producción escénica de Peter Stein, porque la vi hace mucho tiempo en la tele: se corresponde con la filmación de Claudio Abbado en el Maggio Musicale de 2002. Salvando la escena del senado –realista, aunque nada que ver con el siglo XIV–, se trata de una propuesta desnuda y esencial basada en formas geométricas simples que adquieren fuerza expresiva mediante los contrastes de la iluminación. Los resultados son desiguales: a ratos muy atractivos, a ratos pobretones. El vestuario me gustó muy poco. La dirección de actores me pareció convencional a más no poder. Al menos hubo sensatez, atención a la música y pocas ganas de provocar al personal.
Muy en resumen, un Boccanegra globalmente más que correcto, pero en el que solo las intervenciones de Francesco Meli hicieron sentir de verdad eso que se llama ópera. Demasiado poco para un templo de la lírica como es la Staatsoper.
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