La sonoridad ingrávida y relamida de los violines nos pone en lo peor al arrancar esta Sinfonía nº 2. Enseguida Axelrod se centra y ofrece un Allegro non troppo muy digno, fraseado con fluidez, belleza y una flexibilidad muy adecuada y necesaria, aunque sin llegar a emocionar lo suficiente en el tema lírico ni a alcanzar grandes picos de tensión dramática; a la postre, su enfoque en exceso apolíneo para esta música que pide pasión a gritos –el maestro se cuida mucho de no extremar las tensiones– me deja un tanto a medio camino.
El Adagio está dicho con una apreciable delectación melódica y una mezcla de voluptuosidad y espiritualidad de lo más interesante que recuerda a algunos grandes maestros brahmsianos. Pero se detecta también una vuelta al molesto preciosismo sonoro de la introducción –cuerda sonando aérea y vaporosa para “hacer bonito”– y poca garra a la hora de poner de relieve los aspectos más dramáticos de la página, que los tiene y resultan fundamentales para entenderla. La trivialidad del planteamiento queda aún más de relieve en un Allegretto grazioso que es sobre todo eso último: gracioso, entendido como lleno de gracia, de encanto, de delicadeza… Todo muy de cara a la galería y sin mojarse un pelo.
Así las cosas, estaba claro que lo mejor de la interpretación tenía que ser un Allegretto con spirito en el que (¡por fin!) la personalidad musical de Axelrod, maestro poco interesado en bucear en los pliegues de la música, encaja con lo que pide la partitura. Frescura, extroversión, brillantez bien entendida –sin las vulgaridades y los excesos en los que incurrirá al grabar la Sinfonía nº 1– y una tremenda garra comunicativa le permiten salir airoso del empeño, aunque aquí es la orquesta, claramente de segunda fila, la que deja al descubierto sus limitaciones.
La Sinfonía nº 4 me ha parecido en exceso irregular, y a mi entender solo se salva el tercer movimiento. El problema del primero radica en su discontinuidad. Arranca con corrección y se va desarrollando con solvencia, haciendo gala Axelrol de su notable plasticidad en el tratamiento de la masa orquestal; pero cuando llega al primer gran clímax dramático (hacia 8:30) éste suena falto de fuerza y garra, e incluso se opta por un fraseo algo rebuscado (8:50) que llega a resultar molesto. A partir de ahí la tensión no se recupera y toda la ardiente sección conclusiva no suena como una descarga de las tensiones acumuladas.
Amplio y muy paladeado –más Adagio que Andante moderato, lo que me parece muy bien– el segundo movimiento, de nuevo con ese lirismo un tanto espiritual que me recuerda al Brahms de Celibidache. El problema, nuevamente, es que al norteamericano se le va la mano en lo que a evanescencia, ingravidez y morbidez se refiere, auténtica dulzonería en el sublime pasaje a partir de los 4:00. El resultado es no ya amanerado y pretencioso, sino irritante.
Mucho mejor el tercer movimiento, en el que Axelrod no solo se siente muy a gusto, sino que además acierta por completo al no caer en el peligro de la rigidez y la machaconería, al tiempo que sabe atender a los pasajes más misteriosos y no quedarse en la mera trompetería. ¡Estupendo! Pero, ay, la sublime passacaglia, una de las más grandes muestras del genio brahmsiano, arranca de manera anodina, sin ese carácter implacable y desgarrador que necesita, y se desarrolla con discreta corrección sin que afloren las tensiones planteadas por ese cúmulo de contradictorias experiencias emocionales que plantea la partitura. Versión sumamente irregular y tirando a mediocre, pues.
Los lieder de Clara Schumann que completan el disco son estupendos, pero no puedo recomendar estos discos ni compartir el interés por el ciclo Brahms que Axelrod está haciendo con la ROSS en Sevilla. Lo siento.
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