En su momento empecé a escuchar la grabación oficial de Dudamel editada por Deutsche Grammophon: la quité a los tres cuartos de hora porque me aburría. Esta vez no solo he aguantado hasta el final, sino que me ha gustado mucho. Y no porque la interpretación sea mejor –probablemente sí lo sea, por la increíble calidad de la orquesta alemana–, sino porque he contado con un buen resumen del libreto que me ha permitido seguir la acción (ver aquí). También porque viendo, obviamente, a uno le llegan mucho mejor las cosas que solo escuchando. Concretando un poco, debo dejar constancia de que el primero de los dos actos me ha parecido interesante pero algo más largo y reiterativo de la cuenta –el minimalismo, o lo que quiera que sea esto, se me hace cuesta arriba–, mientras que el segundo me ha fascinado. A mi manera de ver, además de ser extremadamente fácil de escuchar y comunicativa a más no poder, esta música posee una considerable elevación poética; y si cuando se pone más “política” flaquea un tanto en los pentagramas, cuando llega la hora de generar atmósferas oníricas, de espiritualidad inquietante y cargadas de pesimismo (¡impresionante toda la escena del Gólgota!), recibe por parte del compositor norteamericano una perfecta mezcla entre solidez técnica, sinceridad expresiva e inspiración.
La dirección de Sir Simon Rattle es a todas luces sensacional, entre otras cosas por poner de relieve la excelencia de una escritura orquestal en la que sobresale las muy sugerentes pinceladas del bajo eléctrico y –sobre todo– el címbalo, instrumento omnipresente a lo largo de toda la partitura y utilizado con enorme acierto. La Berliner Philharmoniker está increíble, como también el Rundfunkchor Berlin. Con la excepción del Lázaro de Peter Hoare, el resto del elenco es el mismo que el de Dudamel: las estupendas mezzos Kelley O'Connor y Tamara Mumford –María y Marta respectivamente– y más el trío de contratenores formado por Daniel Bubeck, Brian Cummings y Nathan Medley.
El público berlinés respondió con un entusiasmo a mi entender muy justificado, y aplaudió con calidez no solo a los intérpretes sino también a Adams y Sellars, que se desplazaron a la capital alemana para la ocasión. Me permito recomendarles a ustedes que, si les resulta posible (aquí va el enlace: hay que pagar), vean este concierto. A mí me ha emocionado.
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