Se abrió el programa con Tapiola, en versión rápida –poco más de dieciocho minutos–, nerviosa y dramática que atiende a la vertiente más encrespada de la partitura dejando un tanto a un lado el lirismo desolado y contemplativo que asimismo alberga, pero en cualquier caso demostrando buen idioma y una excelente técnica para manejar las masas sonoras de una orquesta que, como ya demostrara en las grabaciones de Herbert von Karajan –sobre todo en la última, tan distinta a esta– resulta la mejor posible para esta página: la cuerda es suntuosa, los metales de una seguridad apabullante, las maderas todo lo incisivas que deben sin perder belleza.
Sinfonía nº 2 de Prokofiev en la segunda parte. Una obra interesantísima que se programa con poca frecuencia, quizá porque muchas orquestas la encuentran difícil de tocar. No hay problema en ese sentido con la Berliner Philharmoniker, que en 1990 registraba bajo la batuta de Ozawa una lectura admirable. He querido repasarla, como también la no menos espléndida de Rostropovich; además he escuchado la nueva grabación de Kitajenko –notable- y las recientes de Jurowski –magnífica– y Ashkenazy –deplorable– para así juzgar con mayor perspectiva. Tras las comparaciones y la referida segunda audición, creo que Slobodeniouk alcanza un nivel notable, sin llegar a lo excepcional.
El maestro ruso acierta por completo en el primer movimiento, demostrando su
batuta, aun sin llegar al nivel de depuración sonora ni de riqueza tímbrica del
maestro oriental, poseer virtuosismo más que suficiente como para mover las
tremendas masas del maquinista y decibélico sin que aquello resultara un caos,
planificando con enorme virtuosismo y apreciable atención al detalle. Y lo hace,
además, sin caer en la vulgaridad ni en la machaconería, sin precipitarse ni
dejarse llevar por el nervio, aunque se puedan preferir enfoques más viscerales:
ya les hablaré de la grabación de Jurowski.
En ese largo tema con variaciones que es el segundo movimiento, Slobodeniouk convenció algo menos. Cierto es que hubo trazo fino y se dejó a la música respirar, como también que se diferenciaron correctamente los diferentes universos expresivos, desde la nostalgia onírica hasta la violencia alucinada pasando por la fina ironía y el humor grotesco, pero a mi entender faltó una pizca de emotividad lírica en la exposición del tema y en su retorno final –pese al magnífico el oboe de Markus Weidmann–, al tiempo que se necesitaba una dosis adicional de magia, misterio y vuelo poético en las variaciones más introvertidas. Una tímbrica más contrastada y con mayores significaciones expresivas hubiera asimismo servido para redondear una lectura de alto nivel que se vio beneficiada por una orquesta cuya potencia y carnosidad sonora (¡tremenda cuerda grave!) son sencillamente ideales para Prokofiev, por no hablar de su insuperable virtuosismo y su enorme implicación emocional. A la postre, notable concierto.
En ese largo tema con variaciones que es el segundo movimiento, Slobodeniouk convenció algo menos. Cierto es que hubo trazo fino y se dejó a la música respirar, como también que se diferenciaron correctamente los diferentes universos expresivos, desde la nostalgia onírica hasta la violencia alucinada pasando por la fina ironía y el humor grotesco, pero a mi entender faltó una pizca de emotividad lírica en la exposición del tema y en su retorno final –pese al magnífico el oboe de Markus Weidmann–, al tiempo que se necesitaba una dosis adicional de magia, misterio y vuelo poético en las variaciones más introvertidas. Una tímbrica más contrastada y con mayores significaciones expresivas hubiera asimismo servido para redondear una lectura de alto nivel que se vio beneficiada por una orquesta cuya potencia y carnosidad sonora (¡tremenda cuerda grave!) son sencillamente ideales para Prokofiev, por no hablar de su insuperable virtuosismo y su enorme implicación emocional. A la postre, notable concierto.
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