Por todo lo dicho, esta lectura resulta en muchos sentidos reveladora, pero también se queda corta a la hora de explorar otros aspectos de esta música genial. Confieso que a mí no termina de convencerme. Alguien preguntará por qué entonces sí me quito el sombrero ante una aproximación aún más radical en lo expresivo, la de Otto Klemperer. Le respondo: porque lo del de Breslau alcanza mayor genialidad y, además, desprende convicción en cada uno de los compases. Sir Georg, por el contrario, da la impresión de no alcanzar en todo momento la suficiente concentración, circunstancia esta que vendría a marcar la última década de su trayectoria interpretativa.
Dos semanas después de Petrushka, el maestro interpretaba en concierto y llevaba al disco una obra mucho menos conocida del propio Stravinsky, el ballet Jeu de cartes. Y lo hizo con resultados abiertamente superiores, no ya admirables sino incluso reveladores, porque deja a un lado todos los tópicos de lo neoclásico, es decir, el sentido del equilibrio, del humor más o menos suave y del distanciamiento, para ofrecer una recreación llena de fuerza, de garra y de nervio interno. En algunos pasajes, verdaderamente arrolladora. Antes dramática que risueña en la expresión, se encuentra asimismo cargada de timbres incisivos y plagada de claroscuros teatrales de enorme atractivo. No podemos dejar de subrayar que se encuentra clarificada de manera admirable y que, como no podía ser menos, está tocada con ese portentoso virtuosismo que es propio de los chicagoers. Se puede echar de menos una dosis mayor de sensualidad que enriquezca la aproximación, pero lo cierto es que es todo un placer escuchar una música así –tan indisimuladamente floja– interpretada con semejante convicción.
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