lunes, 26 de marzo de 2018

Excelso Haendel de King en el Maestranza

Ya he hablado en la entrada anterior sobre lo mucho que estaba deseando escuchar este concierto de Robert King del pasado sábado 24. Baste ahora remitir a lo que escribí en este mismo blog hace muy poco sobre Diego Fasolis –donde vean el nombre el suizo, pongan el del británico– para situar al fundador del King’s Consort dentro del panorama de la interpretación: el lugar de la más ortodoxa, musical y sensata –que no tímida ni aséptica– interpretación historicista.


Ahora debemos concretar. La Water Music fue muy parecida a la de su disco grabado para Hyperion en 1997, incluyendo la alternancia entre los diversos números de las suites segunda y tercera en busca de la variedad tanto organológica como expresiva. La única diferencia notable fue la ausencia de cuerda pulsada en el continuo, aunque sí que hubo dos claves, el de Christopher Bucknall y el del propio King, realizando una labor fenomenal. Por lo demás, la lectura fue portentosa por el perfecto equilibrio entre los tres elementos básicos de toda interpretación: respeto al estilo, intensidad y exquisito gusto. La música voló melódicamente y tuvo claroscuros; estuvo fraseada con elegancia y también con vigor rítmico, con perfecta arquitectura pero asimismo con acertada ornamentación; con mucha agilidad sin que la misma supusiera pérdida de “carne sonora”, de músculo y de redondez; con sentido del humor y un punto de rusticidad en absoluto reñidos con la depuración sonora; con inconfundible distinción británica pero también con una buena dosis de sal y pimienta.

La orquesta estuvo espléndida a lo largo de toda la Música acuática. Las dos trompas empezaron la noche de manera formidable para luego incurrir en algunas notas falsas sin importancia, mientras que las trompetas estuvieron estupendas. La flauta dulce corrió a cargo de Rebecca Miles, sorprendentemente integrada en los violines segundos a lo largo del resto de la velada. Fue ella, al parecer, quien ya registrara esta parte en el disco antes citado: en Sevilla se mostró irreprochable en lo puramente técnico, si bien en lo expresivo me resultó algo más coqueta de lo que me hubiera gustado. Quizá tampoco esta vez –no estoy muy seguro: tengo literalmente la torrija encima– ornamentara tanto como once años atrás. Importa poco: últimamente he estado repasando la discografía y no encuentro un solo intérprete a la altura de Robert King y sus chicos en esta obra. La audición en el Teatro Maestranza fue un placer de principio a fin.

También fue una delicia Les Boréades, por más que, para mi gusto, este Rameau resultara en exceso british en su fraseo: imposible aquí olvidarse del milagro de Jordi Savall, como tampoco de la acertada percusión de su habitual Pedro Estevan en la “Contredanse en Rondeau”. Claro que tampoco puedo dejar de apuntar que la “Entrée d’Abaris” resultó bajo la dirección de King –aquí abandonó su clave para empuñar la batuta– un prodigio de sensualidad, de ensoñación y de sentido cantable.

En los Royal Fireworks King optó por una solución intermedia entre la macrobanda de viento y percusión que congregara en su registro discográfico –y en su interpretación sevillana anterior– y la formación reducida pero con inclusión de cuerda que resulta más habitual: si no conté mal, en el Teatro de la Maestranza sonó una agrupación de treinta y cuatro miembros, incluyendo un timbalero, dos tambores, tres trompas, tres trompetas, nueve instrumentos viento-madera, dieciséis de cuerda y un solo clave. Conjunto en principio adecuado para un recinto cerrado, pero no siempre equilibrado: a veces se perdía la limpieza de planos sonoros. Tampoco los metales, quizá por cansancio, tuvieron en esta página su mejor momento, y no lo digo tanto por las abundantes notas falsas como por un tremendo desajuste de las trompas en la sección rápida de la obertura. Por lo demás, King dejó constancia de su perfecto estilo haendeliano y de su enorme comunicatividad, sobresaliendo en el vigor que imprimió a “La Réjouissance” y en la decisión de abordar el principal de los minuetos con tanta amplitud como calidez para luego, tras ofrecer el otro a manera de trío, hacerlo volver con toda la marcialidad, grandeza y brillantez a la que estamos acostumbrados.

Éxito enorme entre el público –que tristemente no llenó el recinto– para una noche musicalmente excelsa.

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