En este Mozart se produjo una especie de milagro, pues quizá precisamente por el contacto con el sentido del clasicismo –en la más amplia acepción del término– y la enorme belleza sonora de la formación austriaca, el maestro norteamericano logró encauzar ese desbordamiento juvenil de sus primeros años en Nueva York a través de un riguroso control de la arquitectura y de un perfecto equilibrio entre forma y expresión, mas sin perder el impulso juvenil ni la comunicatividad que le caracterizaban.
Prueba de ello es esta Linz fraseada con tanta fuerza como elegancia, dicha con fuego bien controlado y amplia atención a los diferentes aspectos expresivos de la pieza, incluyendo no solo extroversión y luminosidad, sino también sentido dramático y –sobre todo– hondura lírica en un Andante más lento de lo habitual, pero de una inspiración portentosa. Eso sí, quizá por esta voluntad de autocontrolarse Bernstein estuvo un punto más serio de la cuenta: una pizca más de desenfado y picardía en los movimientos impares, subrayando la importante herencia haydiana de esta partitura, no le hubiera venido nada mal a su interpretación.
El concierto para piano, compuesto dos años después que la Linz, recibe una interpretación aún superior a esta: elegancia viril, coquetería bien entendida (¡nada de ingravideces, saltitos ni otras cursiladas!), efusividad lírica y hondura reflexiva se dan de la mano de manera portentosa. El Andante resulta sencillamente sublime. Una única pega: el toque pianístico de Bernstein no es el más variado posible, aunque su portentosa musicalidad termine triunfando. En fin, una verdadera delicia de disco y perfecto ejemplo de ese Mozart que hoy intentan algunos borrar del mapa frotando sus cuerdas de tripa, pero que a mi entender continúa por completo vigente como modelo a seguir.
Ah, si les resulta posible, pillen la remasterización a 192 kHz de procedencia japonesa que circula por ahí. Suena bastante mejor que el primer reprocesado.
10 comentarios:
En principio no hay dos cosas más disímiles que el showman americano Bernstein, compositor de musicales, televisivo y didáctico, y la Filarmónica de Viena, con su pesada tradición a cuestas y su forma de hacer las cosas, muy a su manera (según Celibidache, una panda de vagos engreídos). Pero por lo que quiera que sea, casaron bastante bien. La relación duró más de dos décadas y hay muchísimos discos estupendos. Debían estimularse mutuamente, además de caerse bien. Química probablemente. El caso es que algo debieron ver los vieneses en Bernstein que les llevó a respetarle. Probablemente -imagino yo- se acercó a ellos humildemente -quizás temeroso- sin apretarles demasiado, y sin aburrirles. Debieron verle simpáticamente distinto.
Aunque no está relacionado directamente con el tema del artículo, me gustaría recomendar algunas obras de Mozart no muy conocidas (o sí, depende):
La Sinfonía nº 34, Los Divertimentos K.334 y K.287, el Adagio para piano K.541, la Serenata K.388 para vientos (también en versión para quinteto de cuerdas) y el Concierto para piano nº 27.
Saludos.
Volviendo a Lenny, en varias páginas de internet se comenta que entre las próximas películas de Martin Scorsese, se está preparando un biopic sobre Bernstein. Se estrenaría en 2019. Curioso lo que puede preparar el cineasta neoyorquino, jeje.
Buenos días.
Muchas gracias por esas referencias Sr. Mazeppa.
Hablando de L. Bernstein, donde realmente está inspirado, con una identificación total entre la música y el carácter de Lenny, es en las series de sinfonías de HAYDN, las de París y Londres.
Saludos.
Buenas tardes.
Brüggen sí porque es un gran maestro, pero en general soy alérgico a los instrumentos originales.
Sinceramente, no sé que aportan.
Es como si pudiendo ir en un Toyota de 2017 nos compráramos un 600 de 1965 remodelado.
El sonido incluso, para mí, es muy desagradable, chillón, perdiendo armónicos.
Conclusión, que salvo el caso de Brüggen no me he comprado nada de ese tipo.
Saludos y muchas gracias.
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