De este modo, encontramos aquí morbidez y suavidad tímbrica, en buena medida por la particular sonoridad de una orquesta con unas maderas y unas trompas peculiarísimas, herederas de una tradición hoy perdida, pero sin que eso suponga caer en excesivas ingravideces o perder a un músculo que a Beecham le gusta robusto. Hay también elegancia, encanto y coquetería, más no cursilería ni trivialidad. También un sentido del humor suave, un punto irónico, así como un fraseo fluido, elegante y pleno de cantabilidad, sin particular jovialidad en los movimientos extremos por optar por una visión más bien madura, poética y concentrada. Cierto es que yo echo de menos –he vuelto a escucharla– la increíble poesía que ofrecerá Bernard Haitink en el Adagio de su extraordinario registro de 1977, pero a cambio nos encontramos con un trío del tercer movimiento de todo punto sublime.
El disco se completa con las dos suites de La Arlesiana que grabó Beecham frente a la Royal Philharmonic en noviembre de 1956 con un estéreo muy notable para la época, aunque hoy bastante envejecido. Aquí el maestro no convence tanto como en la otra página, echándose de menos un punto de tensión interna, nervio y garra, también de brillantez –la Farandole queda un poco apagada–, justo los ingredientes que ofrecerá Claudio Abbado en su memorable registro. Pero aun así es imposible resistirse ante este derroche de sensualidad sonora y efusividad poética, siempre en perfecta sintonía con una orquesta, la suya propia, a la que sabe hace sonar con ese colorido pastel que esta música necesita.
1 comentario:
La estoy escuchando en Spotify. Suena magnífica.
Publicar un comentario