martes, 8 de agosto de 2017

Barenboim y la WEDO en el Colón 2017 (I): Ravel, Shostakovich, Berg

El Festival Barenboim del Teatro Colón de este año ha incluido un recital a dúo con Martha Argerich, un concierto de música de cámara y dos programas a cargo de la West-Eastern Divan Orchestra. Estos últimos han sido retransmitidos en directo vía webstream, siendo el primero de ellos registrado por un aficionado y subido a YouTube. Lo comento ahora y les animo a ustedes a realizar la descarga cuanto antes, quedando a la espera de ver si aparece el segundo de ellos en su filmación oficial, y no en la grabación "cámara en mano que ahora circula".

Este concierto del día 2 –que se había ofrecido también el día antes– tenía a Ravel, Shostakovich y Berg en los atriles. Comenzó con una recreación de Le toumbeau de Couperin parecida a la que ofreció en Versalles frente a la Filarmónica de Berlín veinte años atrás, que he vuelto a escuchar: vitalista y animada antes que proclive a la ensoñación y la delicadeza, dotada de sentido del humor y sorprendente a la hora de revelarnos un interesante clímax dramático en el tercer movimiento. Quizá ahora Barenboim, además de aportar una dosis algo superior de picardía, de agilidad y de carácter bullicioso, consigue un colorido un poco más adecuado y alcanza una mayor sensualidad, circunstancia esta última a la que no es ajena la musicalidad de los miembros de la West-Eastern Divan, admirables en sus intervenciones y tratados desde el podio con mano maestra: se escucha todo. En contrapartida, al último movimiento le sobra músculo y le falta delicadeza. Me sigo quedando con Ansermet, con Ozawa y, sobre todo, con Cluytens, interpretaciones mucho más propiamente ravelianas.


El morbo de la velada estaba en el Concierto para piano nº 1 de Dmitri Shostakovich, obvia imposición de Argerich a un Barenboim que apenas ha frecuentado este repertorio: solo el Concierto para violín nº 1 con Vengerov y la Sinfonía Babi Yar. Lo cierto es que el maestro da la lección no ya de musicalidad, que se da por supuesta, sino también de compromiso y de inspiración, ofreciendo una lectura magníficamente sonada, mejor tensada y que muestra una perfecta comprensión del universo del compositor. No solo hay en ella una excelente mezcla de elegancia e ironía en el Allegro moderato y una enorme hondura trágica en el Largo, sino también tremenda vehemencia en un movimiento conclusivo al que pocas veces he escuchado tan arrebatado y furioso, sin menoscabo de la buena dosis de retranca –al maestro le va la socarronería, ya lo saben ustedes– que éste necesita.

Once años después de grabación para EMI –mejor que su registro para DG, algo inmaduro–, Argerich demuestra que la obra sigue siendo suya –pareciera que Shostakovich la escribió con alguien como ella en mente– por la manera en la que esta le permite lucir su toque incisivo, su fraseo elástico y efervescente, su desparpajo y su capacidad para la caricatura, pero también su capacidad para ofrecer hondura, concentración y sentido trágico, todo ello repitiendo e incluso ampliando –final del primer movimiento- la variedad de matices de aquella ocasión y maravillosamente respaldada por orquesta y director, redondeando así la mejor de sus interpretaciones. Al trompetista Bassam Mussad, antes clásico que jazzístico, se le podría pedir un poco más de retranca, pero en cualquier caso realiza una labor formidable. En mi discografía comparada le pondría un 10 a esta interpretación.


La propina fue una hermosísima versión a cuatro manos de Laideronnette –con Barenboim, claro está– que sirvió para enlazar con la interpretación de la suite completa –no el ballet– de Mi madre la oca en su versión orquestal. Aunque obviamente muy lejos de la poesía ensoñada y espiritual de Giulini, quien en sus diferentes registros de esta obra alcanzó algunos de los más gloriosos hitos de su carrera, Barenboim recrea el mundo infantil de manera bulliciosa y animada, con adecuado sentido del humor, pero sin olvidar ese sentido de la delicadeza, de la sensualidad y del colorido pastel que esta música necesita y que el maestro ha venido desarrollando de manera especial en los últimos años. La orquesta, tratada con enorme depuración sonora, realiza una formidable labor expresiva pese a dos solos de violín –Michael Barenboim y una chica– no precisamente afortunados.

Y queda el peso pesado: las Tres piezas para orquesta de Alban Berg. En el polo opuesto a la radicalidad de aquella memorable grabación, seca y dramática, de Pierre Boulez al frente de la Sinfónica de la BBC, el de Buenos Aires nos ofrece una lectura que, aun sin andar precisamente escasa de fuerza expresiva ni de tensión sonora, se encuentra impregnada de atmósfera y resulta cálida y voluptuosa a más no poder, sensualísima en el color y refinadísima en las texturas. Marcada por un admirable sentido orgánico del fraseo y dicha con enorme comunicatividad, cada una de las piezas se desarrolla con plena lógica tanto constructiva como expresiva explotando al máximo el potencial lírico y hasta emotivo que la música del autor de Lulu, todo lo expresionista que se quiera, sin duda también alberga.

Solo hay que lamentar que la toma sonora no esté a la altura. Ojalá conozcamos una edición comercial del evento, porque a todas luces lo merece.

4 comentarios:

Bruno dijo...

¿Está haciendo una crítica a un concierto para el que faltan 10 años?
Buen verano.

Fernando López Vargas-Machuca dijo...

Gracias por el aviso, me equivoqué al teclear. Ya lo he arreglado. Espero que no estén pasando mucho calor en Valencia. Un cordial saludo.

Cristian Muñoz Levill dijo...

Notable el trabajo de Barenboim en el concierto de Shostakovich, considerando que no es uno de sus compositores de cabecera.
Punto aparte, don Daniel anda por estos días en Chile junto con la WEDO, con Don Quijote de Strauss y la Quinta de Tchaikovsky. Hoy pude verlo en vivo por primera vez en un ensayo abierto y quedé genuinamente asombrado. Efectivamente, el mejor director de orquesta vivo.

Saludos!

Fernando López Vargas-Machuca dijo...

¡Qué suerte! Curiosamente, en disco y en vivo hace años el Don Quixote le salía regular. Parecía no sintonizar con la obra. Hace relativamente poco se la volví a escuchar y lo hizo muy diferente, a mi entender bastante mejor. La Quinta de Tchaikovsky también la ha mejorado sensiblemente desde los tiempos de su grabación con la Sinfónica de Chicago. Cordiales saludos.

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