Pues miren ustedes, al principio me sentí profundamente molesto por el volumen de la amplificación, a mi entender disparatado para un teatro de 1200 localidades. No solo eso, sino también desequilibrado: a veces a Raphael se le escuchaba poco, tan sepultado se encontraba por el equipo de siete músicos acompañantes –guitarras, baterías, teclados, todos ellos excelentes– sobredimensionados por el ingeniero de sonido. Al rato me fui acostumbrando, pero entonces empezó a quedar en evidencia otro problema. El artista se reservaba. Y mucho. La mayoría de los agudos se los merendaba por las buenas, y cuando los daba lo hacía con evidente falta de fiato. Las asperezas en la voz también se dejaban notar. ¿Normal, no? Este señor acaba de cumplir setenta y cuatro años.
Poco a poco fue desgranando las canciones de su nuevo álbum –unas mejores que otras–, intercalándolas con sus éxitos de siempre. Y fui entrando en el juego. El juego de un cantante que ha convertido el engolamiento en una virtud y el amaneramiento extremo en una forma de arte: con él los artificios no son la forma de alcanzar una determinada expresión, sino la expresión en sí misma. La convicción, la comunicatividad, la fuerza extrema con la que este señor canta se imponen frente a todas las demás consideraciones. Al final, lo que visto desde un punto de vista más o menos distanciado puede resultar ridículo y hasta grotesco, termina resultando emocionante. Y en directo, no hay que olvidarlo, también uno se contagia de la entrega de sus incondicionales, por cierto que de la edad más variopinta, desde señoras de muy avanzada edad hasta veinteañeras.
En increíble forma física para su edad, Raphael estuvo cantando durante nada menos que dos horas veinticinco minutos. Tocó todos los géneros –con generosa selección latinoamericana–haciéndolos suyos. Y en el tercio final de las propinas, todo lo que se había reservado al principio le permitió sacar la artillería pesada al interpretar, con la absoluta complicidad del público, algunas de sus más famosas canciones. El éxito fue abrumador, hasta el punto de que muchos minutos después de apagadas las luces del escenario el de Linares tuvo que salir, ya sin su característica chaqueta de cuero, a despedirse una vez más del público jerezano. La gente salió contentísima. Y yo, qué quieren que les diga, me lo pasé muy bien.
3 comentarios:
Si sólo lo hace una vez por lustro...
Un día le comenté a un fan de Iglesias que era entonado pero falto de espíritu... Casi deja de hablarme. Seguramente lo que no les gusta a los superficiales es que los verdaderos artistas caminan por el filo de la navaja y los otros por el valle.
Hacía tiempo que no entraba pero le sigo. No abandone.
Intento no abandonar, pero no resulta fácil, no crea. Gracias por seguir aquí.
Con independencia de que guste más o menos, Raphael es un artista como la copa de un pino.
No es compositor y por tanto, siempre ha dependido de lo que otros escribieran para él o le prestaran (Manuel Alejandro, Adamo, etc.).
Hoy no hay un cantante en España que se pueda poner a su altura, lo que tampoco significa mucho pues la música española actual es un erial o casi.
Que conste que no soy un fan de Raphael pero lo admiro mucho.
Saludos.
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