sábado, 1 de abril de 2017

Perianes vuelve a Schubert

Tras su registro de los Impromptus D. 899 hace ya algunos años, se atreve Javier Perianes en su nuevo disco nada menos que con la tremenda Sonata para piano D. 960 de Franz Schubert. Es decir, la última de las del autor y uno de los mayores monumentos de la literatura pianística. Para muchos, entre los que me incluyo, una de las más pesimistas confesiones escritas para el teclado, lo que en esta partitura tiene un nombre y una fecha: Sviatoslav Richter, 1972. Tan acostumbrado está uno a la discutibilísima y rematadamente genial recreación del artista ucraniano que en principio cuesta adaptarse a la óptica que adopta el onubense. Fuera densidades, fuera atmósfera enrarecida, fuera nihilismo. Se acabó una visión gótica de la obra. Ahora bien, esto podía haber significado dejarla en un juego de sonidos más o menos hermosos, convertirla en algo banal, en música ayuna de tensiones, de emotividad y de “contenido”. Pero no ocurre así.


Y es que Perianes demuestra aquí, como en sus otros discos, no solamente poseer un dominio técnico perfecto del piano en lo que a riqueza en la pulsación, volúmenes y plasticidad en general se refiere, sino también una enorme capacidad para acertar con la sustancia de la música. Basta comparar lo que con esta obra hace Alfred Brendel. Enorme pianista, qué duda cabe, pero como ya expliqué en este mismo blog, con él adoptar una visión lírica sí que significa caer en lo superficial, en lo insípido, en lo apolíneo entendido como renuncia a las turbulencias. La interpretación de Perianes me parece –escandalícese el que quiera– mucho más interesante que las dos que conozco de Brendel, porque Javier sí que se atreve (¡y cómo lo hace!) a marcar contrastes. Y si bien es cierto que sus silencios renuncian de manera voluntaria a tener el peso –terrible, insoportable– que alcanzan con Richter, y sus trinos de la mano izquierda en el primer movimiento son más truenos en el exterior que tormenta interior, el juego con las dinámicas resulta de lo más atrevido –me recuerda en esto a Kissin, que tiene otra versión genial–, mientras que la construcción del edificio sonoro –nada menos que 20’24’’ en el Allegro moderato inicial– es de una flexibilidad tan sutil como imaginativa.

Todo esto lo plantea Perianes partiendo de ese concepto eminentemente orgánico del fraseo –muy de Barenboim, uno de sus maestros– en el que cada frase no busca la mera belleza en sí misma, sino que alcanza un sentido expresivo con respecto a la anterior, de tal manera que va construyendo paulatinamente tensiones hasta alcanzar picos de tensión de una rebeldía abrumadora –en los momentos más extrovertidos, pero también en los repentinos parones de la partitura– sin que ello le hagan incurrir en el nerviosismo –la concentración es una de las principales señas de identidad de nuestro artista– ni descuidar la cantabilidad shubertiana, fundamental en el autor. ¡Qué manera de delectarse en las melodías como lo pudiera hacer la voz humana! ¡Qué exquisitez y buen gusto en cada una de las frases! En este sentido, el Andante moderato no resulta nada agónico, pero sí que está lleno de emotividad humanística. El Scherzo –en el que Arrau llega más lejos que nadie– alcanza el punto justo de equilibrio entre frescura y cierto carácter inquietante, mientras que en el Allegro ma non troppo conclusivo se alternan luces y sombras –de nuevo osados reguladores y lacerantes picos de tensión– con singular acierto, sin perder ese sentido de la elegancia y de la belleza sonora que presiden toda esta admirable interpretación.


El disco, grabado en el granadino Auditorio Manuel de Falla en diciembre de 2016, se completa con la Sonata para piano nº 13 del mismo autor. En su Allegro moderato inicial Perianes apuesta por la galantería ante todo, justo lo contrario de lo que hace Barenboim con la misma página: ninguno de los dos me termina de convencer ahí, a decir verdad, por motivos contrapuestos. Pero en el Andante el pianista andaluz roza el cielo: difícil superar la síntesis de emotividad y belleza sonora que ofrece aquí Javier. Solo un pianista de primerísima categoría es capaz de hacer algo como lo que aquí se escucha. Con un Rondó fresco, espontáneo en el mejor de los sentidos, bellísimo en lo sonoro, pero no trivial sino plagado de claroscuros – fuertes contrastes dinámicos, tremendo el registro grave, clímax hirientes– en la que lo coqueto y lo delicado se dan de la mano con aspectos mucho más dramáticos, se cierra una interpretación que hay que conocer.

En Spotify tienen el disco en su integridad, que desde hace unos días pueden comprar en soporte físico de CD y en descarga de alta definición. No se lo pierdan.

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