¿Hay para tanto? Soy de los que opinan que no. Le encuentro dos importantes virtudes: altísimo sentido teatral, lo que resulta más que conveniente para dirigir ópera, y un desarrollado sentido del humor. Barbero y Falstaff, por ejemplo, son títulos en los que brilla su arte. Pero me parece también un director muy tosco, poco detallista, amazacotado en las sonoridades. También un maestro tan obsesionado con la brillantez que con frecuencia cae en la retórica vacua, en el efectismo e incluso en la chabacanería. Y su elocuencia poética me parece más bien discreta, cuando no inexistente.
Dicho esto, Idomeneo no lo dirigió mal. Siempre dentro de una sonoridad densa y una articulación tradicional de las que espantan a los radicales del historicismo, Levine ofreció texturas menos claras de lo deseable y cierta desatención a los vientos, tan importantes en Mozart, pero supo inyectar vitalidad, brillantez y convicción a la partitura. Flojeó un tanto en los pasajes lentos del tercer acto –escena del sacrificio–, donde decididamente se le fue el pulso y la delectación melódica se convirtió en morosidad, pero el resultado global me pareció bastante digno. Y no hubo brutalidades ni salidas de tono, como sí ocurriera (escuchen este vídeo, si tienen valor: lo de la Behrens es también de juzgado de guardia) en la producción de 1982. La orquesta funcionó de manera satisfactoria, a despecho de algún desajuste, y el coro se mantuvo a buen nivel.
Notable Matthew Polenzani en el rol titular: una voz sólida –algo corta en el grave– manejada con exquisito gusto y mucho empuje dramático. Solo tuvo serios problemas, como tantos otros, en las agilidades de su tremenda aria del segundo acto; en el fragmento del YouTube que les dejo aquí arriba está fatal, pero les aseguro que en la función del pasado sábado no lo hizo ni mucho menos tan mal.
Idamente lo encarnaba Alice Coote. La mezzo empezó de manera mediocre, con la voz sin colocar, pero poco a poco se fue centrando y ofreció un canto dignísimo, ya que no muy sensual ni efusivo. En lo escénico supo encarnar convincentemente la masculinidad de su rol.
Una delicia Nadine Sierra como Ilia. Su voz no es personal ni particularmente atractiva, pero su canto resulta de una depuración y sensibilidad supremas. Se trata, además, de una chica de gran belleza que se mueve muy bien en escena. Claro que su personaje suele pasar desapercibido ante el huracán de emociones desplegado por Elettra, en esta ocasión una estupenda Elza van den Heever: de nuevo el YouTube, procedente del ensayo general, no da idea de la altura de su importante recreación.
Gastadísimo Alan Opie en el papel de Arbace, y sensacional Noah Baetge en su breve pero decisiva intervención como el Sumo Sacerdote.
Absolutamente clásica en su concepto –pese a su ambientación en el siglo XVIII– y solo buena en lo que a la dirección de actores se refiere, la propuesta de Jean-Pierre Ponnelle convence por su sensatez, seduce por la belleza de su escenografía única –presidida por un gran rostro de Neptuno– y deslumbra con un vestuario increíblemente bello que también salió de las manos del llorado regista parisino. Total, una función de ópera que se disfrutó mucho.
4 comentarios:
Me gusta mucho el Barbero de Levine (EMI). Muy animado, humorístico, bien cantado y divertido. Quizás sea, en conjunto, la grabación de esta ópera que prefiero. No tiene el refinamiento orquestal de Marriner, pero tampoco tengo claro que esa deba ser la prioridad. Además, está muy bien tocada, desmenuzada y detallada.
Completamemnte de acuerdo. La dirección de Marriner de me parece difícilmente superable en transparencia, depuración sonora y elegancia, pero Levine gana en chispa, garra teatral y diríase que hasta en "cachondeo".
Las óperas de Mozart son la culminación del arte musical incluso para los que no nos gusta la ópera como género musical.
Mozart se esmeró tanto en estas composiciones que "no las vendía" pues es imposible en una audición, en dos o en tres,creo yo, poder apreciar la belleza y el arte que contienen.
El público de la época, que iría a la representación una sóla vez si es que iba, se aburriría soberanamente y las acogería con nulo entusiasmo, prefiriendo la espectacularidad vacía y la chabacanería de otras obras, tal como se sugiere en la película AMADEUS.
En nuestra época tenemos la gran suerte de poder verlas y oirlas las veces necesarias para convencernos de la grandeza inigualable de esta música.
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