Tal vez sepan ustedes que Leon Fleisher (San Francisco, 1928) estuvo sin movilidad en la mano derecha durante treinta años, entre 1964 y 1994. Durante ese tiempo se dedicó al repertorio para la mano izquierda, incluyendo tres piezas escritas para el mítico Paul Wittgestein: el Concierto para la mano izquierda de Ravel, Diversions de Britten y el Concierto para piano nº 4 de Prokofiev. Junto a la Sinfónica de Boston y su entonces amigo Seiji Ozawa –los dos terminarían bastante mal por cuestiones referentes a Tanglewood–, Fleisher grabó las dos primeras piezas en 1990 y la tercera al año siguiente; en ninguno de las tres oportunidades los ingenieros de Sony Classical dieron lo mejor de sí mismos, y en el caso del compositor ruso resultaron incluso desacertados por la lejanía con que suena la orquesta.
Como era de esperar tratándose de Ozawa quien está en el podio, la obra de Ravel recibe una recreación
fascinante en lo puramente sonoro –no tanto en lo expresivo– en la que, en
perfecta sintonía con un Leon Fleisher sensible y matizado, el maestro oriental
hace gala de sus signos de identidad ideales para el repertorio impresionista: fraseo curvilíneo y sensual, refinamiento extremo, enorme atención a los
timbres y a las texturas y desarrollado sentido de la atmósfera. En este
sentido, el arranque despliega auténtica magia y a partir de ahí impera un
lirismo onírico verdaderamente cautivador. Ahora bien, puede uno plantearse si
es exclusivamente eso lo que pide una página tan negra como esta, por lo que aun encontrándonos ante una gran interpretación, me sigo quedando con Gavrilov/Rattle (EMI, 1977) y Zimerman/Boulez (DG, 1996).
Sensacional la recreación de ese conjunto de tema con variaciones, rico en texturas y situaciones anímicas, que es Diversions. Si en la interpretación de
Donohoe y Rattle grabada el mismo año para EMI la obra parece un tanto naif y
superficial, en esta los dos artistas, de toque sensible Fleisher y tan refinado
como siempre Ozawa, se realiza un verdadero descubrimiento al profundizar en el
lirismo emotivo y por momentos teñido de amargor que desprende
la partitura. Por descontado, los dos artistas frasean con la distinguida
elegancia que demanda la música de Britten. Podrán preferirse enfoques de mayor
incisividad y de un humor más gamberro –el de esta lectura es más bien suave,
incluso amable–, pero esta interpretación da la talla de la profundidad
humanística que albergan las notas
Queda Prokofiev. Ozawa ofrece
la interpretación en él esperable, mucho antes lírica que
dramática, pero precisamente por esto le falta algo de fuelle y de garra,
mientras que el segundo movimiento no resulta del todo intenso por apostar por
una visión excesivamente espiritual y ensoñada, frágil incluso. Leon Fleisher
sintoniza con esta manera de hacer las cosas y ofrece un toque de apreciable lirismo y
sensibilidad. No seré yo quien niegue precisamente la faceta más poética de Prokofiev, pero lo cierto es que a la postre esta visión resulta más unilateral de la cuenta. Mi favorita sigue siendo la de Postnikova con su marido Rozhdestvensky (Melodiya, 1987).
Un cajón de sastre para cosas sobre música "clásica". Discos, conciertos, audiciones comparadas, filias y fobias, maledicencias varias... Todo ello con centro en Jerez de la Frontera, aunque viajando todo lo posible. En definitiva, un blog sin ningún interés.
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