Raro
escucharle a Sviatoslav Richter un disco en vivo con toma sonora de muy buena calidad. Más raro aún tener al genial pianista ucraniano interpretando a
Gershwin. La singularidad se completa con Eschenbach y la Sinfónica de la Radio
de Stuttgart como compañeros de viaje para hacer el Concierto en
Fa. ¿Resultados? Más o menos los esperables: una lectura en la que no hay ni
rastro de swing, de espíritu jazzístico, de nervio bien entendido, de
garra ni de electricidad, pero sí un gusto exquisito, apreciable claridad –los
tempi son lentos–, flexibilidad en el fraseo, delectación melódica y
una enorme atención a los aspectos más líricos y meditativos de la página, con
cuyo regusto amargo el solista sintoniza a la perfección. Así las cosas, lo
menos satisfactorio es un tercer movimiento considerablemente flácido –aunque
muy bien expuesto–, y lo mejor un Andante con moto en el que, en perfecta
comunión con una batuta dispuesta a paladear la música y generar atmósferas, el
maestro profundiza en las notas como pocos lo han logrado, elevándose a lo
sublime en el pasaje en el que se queda solo y en el final del movimiento.
La otra parte de este concierto, que tuvo lugar el 30 de mayo de 1995 y fue
recogido por los micrófonos de la SWR para finalmente ser editado por Hännsler, ofrecía una obra que tampoco asociamos al arte del pianista ruso, pese a que lo frecuentó en vivo e incluso circula una grabación
temprana de la misma junto a Kondrashin: Concierto para piano nº 5, Egipcio,
de Camille Saint-Saëns. Y lo cierto es que la interpreta de manera muy
satisfactoria, dejando al lado cualquier tipo de nerviosismo –nada de ver con la
rutilante efervescencia de Thibaudet con Nelsons– y fraseando de manera
curvilínea y voluptuosa, modelando su toque para aportar una sensualidad
típicamente francesa y ofreciendo una concentración, una sensibilidad y un vuelo
poético que le alejan de la trivialidad o el mero hedonismo para
descubrirnos las bellezas ocultas en esta partitura.
Compartiendo el
enfoque igualmente íntimo y recogido del solista –pero sin la variedad ni la
fuerza expresiva de Nelsons–, Eschenbach hace uso de tempi lentos, dirige con
trazo fino y apuesta por el perfume atmosférico y vagamente impresionista –con
toques orientalizantes– de una obra que no en balde se escribió en 1896. A destacar el toque de amargor en la conclusión del segundo movimiento; al tercero le falta un punto de chispa y fuelle.
Una
cosa más: no soy capaz de percibir los presuntos problemas digitales que por
esta época, al parecer, mermaban el arte de quien ha sido uno de los más grandes
pianistas del siglo X.
Un cajón de sastre para cosas sobre música "clásica". Discos, conciertos, audiciones comparadas, filias y fobias, maledicencias varias... Todo ello con centro en Jerez de la Frontera, aunque viajando todo lo posible. En definitiva, un blog sin ningún interés.
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