En la de Deutsche Grammophon han pasado nada menos que treinta y siete años, y aquí Boulez sí que es plenamente él mismo. De hecho, lo más deslumbrante de este registro es el insuperable trabajo de disección orquestal realizado por el compositor y director francés, relevando todos y cada uno de los pliegues sonoros de la obra sin perder el rigurosísimo sentido de la arquitectura que le caracteriza. Por desgracia, el relativo –solo relativo– apasionamiento de antaño se ha moderado, echándose en falta un último grado de sensualidad, de frescura y de chispa en una recreación que, en cualquier caso, posee tensión, garra y sentido dramático, siempre con la plena complicidad de una orquesta aquí sensacional cuyos solistas se muestran muy dispuestos a matizar en lo expresivo cada una de sus intervenciones.
Hélène Grimaud sorprende con un toque que sabe ser no solo refinado sino también un punto percutivo cuando debe, ofreciendo multitud de matices en su fraseo, siempre holgado y flexible, y haciendo grado de una musicalidad y una inspiración admirables. Por descontado, su enfoque es más lírico que el de Barenboim, diríamos que menos apasionado y más contemplativo que el del argentino, pero en modo alguno su visión resulta unilateral ni se queda en la superficie. Portentosa la toma sonora, redondeando una interpretación que, como la anterior, hay que conocer.
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