sábado, 29 de octubre de 2016

El concierto nº 3 para piano de Bartók por Boulez

Interesantísimo comparar las dos grabaciones realizadas por Pierre Boulez del Concierto para piano nº 3 de Bartók, una con Barenboim y la New Philharmonia, registrada por el sello EMI en 1967, y otra con Hélène Grimaud y la Sinfónica de Londres para DG que data de 2004. Porque son muy distintas.

 
En la primera de ellas resulta una verdadera sorpresa encontrarse con un Boulez poco Boulez, es decir, mucho antes emotivo que cerebral, apasionado que analítico, elocuente que distanciado, lo que no significa –en modo alguno– que abandone el rigor y la precisión en la planificación; virtudes estas que encuentran perfecta complicidad con la portentosa orquesta de Klemperer, cuya acidez en las maderas no le viene nada mal al universo bartokiano. Pero no sorprende menos que con tan solo veinticuatro años Barenboim demuestra ser un extraordinario recreador de esta página, aportando su sonido denso y poderoso a una visión todo lo apasionada que en él se puede esperar, como también flexible en el trazo y muy rica en lo expresivo, destilando un lirismo y una poesía de altísimos vuelos que se hacen especialmente presentes en un Adagio religioso que sabe asimismo ser extático y un aportar un punto agónico muy conveniente. Lástima que la toma sonora, grabada a un volumen más bien alto, no sea aún mejor.


En la de Deutsche Grammophon han pasado nada menos que treinta y siete años, y aquí Boulez sí que es plenamente él mismo. De hecho, lo más deslumbrante de este registro es el insuperable trabajo de disección orquestal realizado por el compositor y director francés, relevando todos y cada uno de los pliegues sonoros de la obra sin perder el rigurosísimo sentido de la arquitectura que le caracteriza. Por desgracia, el relativo –solo relativo– apasionamiento de antaño se ha moderado, echándose en falta un último grado de sensualidad, de frescura y de chispa en una recreación que, en cualquier caso, posee tensión, garra y sentido dramático, siempre con la plena complicidad de una orquesta aquí sensacional cuyos solistas se muestran muy dispuestos a matizar en lo expresivo cada una de sus intervenciones.

Hélène Grimaud sorprende con un toque que sabe ser no solo refinado sino también un punto percutivo cuando debe, ofreciendo multitud de matices en su fraseo, siempre holgado y flexible, y haciendo grado de una musicalidad y una inspiración admirables. Por descontado, su enfoque es más lírico que el de Barenboim, diríamos que menos apasionado y más contemplativo que el del argentino, pero en modo alguno su visión resulta unilateral ni se queda en la superficie. Portentosa la toma sonora, redondeando una interpretación que, como la anterior, hay que conocer.

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