lunes, 1 de agosto de 2016

Debussy poco impresionista por Maazel

Me gusta tanto esta música que no he podido resistir la tentación de volver a escuchar este registro realizado por los ingenieros de RCA en el que Lorin Maazel dirige a la Wiener Philharmoniker, en la Musikverein de la capital austríaca, tres de las mayores obras maestras de Debussy: La mer, Nocturnes y Jeux. Interpretaciones caracterizadas todas ellas por un virtuosismo extremo –con alguna excepción a la que más tarde haré referencia– y por un concepto que se aleja de las brumas impresionistas, para apostar por una tímbrica incisiva y un fraseo anguloso que resultan bastante atractivos. Ahora bien, los resultados son todo lo irregulares que uno se puede esperar tratándose del director franco-norteamericano.


La interpretación de El mar la comenté en una discografía comparada. Escribí de ella lo siguiente:
"Como era de esperar, máxime teniendo a su servicio a una orquesta tan portentosa, Maazel hace gala de su técnica de batuta regalándonos una interpretación asombrosa por su plasticidad, riqueza de colorido y admirable tratamiento de las texturas. Por desgracia, hay alguna frase un tanto redicha derivada del narcisismo marca de la casa, y además la planificación horizontal no está siempre cuidada: los respectivos finales de los movimientos extremos distan de convencer."
Tras la nueva audición, me queda más claro aún que a los referidos finales les falta carácter visionario: hubiera sido necesaria una acumulación de tensiones más minuciosamente calculada. Añadiré además que el movimiento central resulta un punto más nervioso de la cuenta, aunque el carácter “espumeante” de esta pieza está por completo conseguido y la tímbrica sea de una riqueza tan abrumadora que no puede sino conducir a la fascinación, algo con lo que tienen no poco que ver las archiconocidas cualidades de la Filarmónica de Viena.

Los Nocturnos recibein una interpretación trazada con excelente pulso, sin puntos muertos, impregnada de cierto aire “juvenil” y extrovertido que aporta frescura y comunicatividad. Ahora bien, Maazel parece bastante más preocupado por el trazo global que por el matiz expresivo y no termina de destilar toda la poesía necesaria. En este sentido, Nubes funciona muy bien pero podría resultar más misteriosa. Fiestas, llevada a un tempo muy rápido, resulta más un ejercicio de virtuosismo que otra cosa, y se ve lastrada por una sección central tratada por la batuta con desconcertante tosquedad. En Sirenas, no muy voluptuosa pero tímbricamente fascinante, sobresale el fenomenal trabajo del Schoenberg Choir, que juega de manera muy acertada con diferentes vocalizaciones de su parte.

La joya del disco es Jeux, sin la menor duda. Mientras un Haitink apostaba por la sensualidad y el misterio, haciendo la obra aún más hermética de lo que ya lo es, y un Boulez se empeñaba en demostrar lo mucho que su propia música –en especial las Notations– deben a esta partitura, Maazel se decanta por por un trazo anguloso, unas texturas incisivas y un desarrolladísimo sentido teatral, poniendo de relieve los vínculos de esta música con El pájaro de fuego –esta conexión con Stravinsky ya la puso de relieve mi amigo José Sánchez Rodríguez en la revista Ritmo– y aportando frescura, inmediatez y comunicatividad al resultado, que a mi entender es referencial.

La toma sonora recoge de manera admirable la tímbrica plateada de la extraordinaria orquesta austriaca, pero tiene un problema: al haberse realizado a un volumen más bien alto, la gama dinámica no es todo lo amplia que debiera. Aun así, disco imprescindible por la versión de Jeux. En Amazon pueden encontrar con facilidad su edición en serie barata a cargo de Sony Music.

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