Lo diré con claridad: no me gusta Estrella Morente. Tampoco conozco a nadie en mi entorno a quien le guste. Pero cuenta con una legión de seguidores y, al parecer, con el respaldo de nuestra clase política, que ha visto en ella una especie de punta de lanza de la promoción más allá de Despeñaperros de nuestra presunta identidad musical. Supongo que con su celebridad tiene que ver la decisión por parte de Harmonia Mundi de editar un disco dedicado a Falla y García Lorca juntando su voz con el piano de Javier Perianes, disco que aunque tardará aún algunos meses en hacer su aparición, se presentaba el pasado jueves 30 en el Teatro de la Maestranza. Y allí, comprando una entrada a última hora, hice acto de presencia.
Lo que me encontré fue lo mismo que en Úbeda en 2012, cuando ya tuve la oportunidad de escucharle a la Morente las Canciones populares españolas: una voz bonita pero de tamaño imposible para un auditorio, y que por tanto tiene que cantar amplificada, en manos de una diva con todas las de la ley –en Sevilla haciendo gala de una gestualidad ridícula en grado superlativo– que en este repertorio intenta llegar a un punto de encuentro entre su propia personalidad y lo que presuntamente demandan las partituras recopiladas por Federico García Lorca, con el resultado de que se alternan momentos de enorme belleza, por lo general los más intimistas, con otros más bien sosos, dichos sin gracia y sin salero, sin variedad de acentos expresivos, trufados aquí y allá por descontroles varios y alguna salida de tono.
Lo mismo se puede decir de las Siete canciones populares españolas de Manuel de Falla. Y que conste de que no soy de los que piensan que esta música no se debe hacer en plan folclórico. Todo lo contrario: hace años se las escuché en directo –y sin micrófono– a Rocío Jurado y me gustó mucho. No es problema de estilo sino de voz, de personalidad, de sinceridad en la expresión. De arte, en definitiva. Insisto en que la Morente no carece de sensibilidad y llegó a ofrecer momentos muy apreciables, alguno de ellos subyugante, pero a nivel global su interpretación no me convence. Y el "ay" con que cerró el "Polo" es una de las cosas más desafortunadas que yo jamás haya escuchado en un teatro.
Se preguntarán ustedes por qué acudí a este recital si no me gusta la Morente. Fácil: por Javier Perianes. Solo por escucharle en solitario las Cuatro piezas españolas de Manuel de Falla ya mereció la pena el viaje a Sevilla. Una versión impresionante, variada a más no poder en la expresión, riquísima en la paleta de colores, concentradísima en el fraseo (¡increíble, mágica la "Montañesa"), en la que el onubense puso de relieve las conexiones con el mundo de Chopin y Debussy que tan bien conoce sin dejar de incluir clarísimos acentos hispanos aquí imprescindibles: difícil resulta escuchar una fusión entre lo "racial" y lo "europeo" tan acertada. Por supuesto, siempre desde esa óptica de amplio aliento lírico y extrema belleza sonora que caracteriza al de Nerva.
Acompañó Perianes a la Morente con enorme talento, poniendo orden y derrochando musicalidad, aunque a mí lo que me soprendió fue la manera en la que nos hizo escuchar a Stravinsky en el fragmento de El amor brujo –"Canción del fuego fatuo", por descontado– que se ofreció de propina, precisamente la página en la que la cantaora estuvo más convincente. El público, todo en pie y entusiasmado cerrando una velada de la que el personal parecía salir radiante. El disco venderá muchísimo.
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