En segundo lugar, aquí no se recoge todo el contenido del compacto: de Beethoven se incluyen solo once minutos del total de veintiuno de la grabación de audio, mientras que solo se incluye una pieza de las dos que venían de la partitura de Nono, perdiéndose de nuevo trece minutos de un total de veintidós.
En tercer y último lugar, la visualización de Christopher Swann, al parecer siguiendo las ideas de Abbado, es de índole creativa, lo que quiere decir que en lugar de filmar el concierto tal cual, se incluyen numerosas aportaciones presuntamente artísticas en torno al fuego. En Beethoven, a Abbado y sus chicos apenas los vemos: filmaciones de la naturaleza y obras pictóricas en su lugar. En Liszt se consigue un mayor equilibrio. En Nono, toda la imagen se distorsiona por ordenador para dar una impresión de modernidad. Y en Scriabin, ahí sí, radica el gran –el único– interés de este producto: ver el juego lumínico propuesto por el compositor para la ejecución de esta particular sinfonía que incluye piano "de luces" y coro. El resultado es muy hermoso, y quizá lo hubiera sido aún más si el señor Swann hubiera decidido no añadir colorido extra. Por otra parte, no estoy muy seguro de que la correspondencia entre teclado y luminotecnia sea exactamente la diseñada por Scriabin.
¿Las interpretaciones? Adecuadamente apolíneo Beethoven, opulento Liszt, sensualísimo Scriabin –ágil y felina la Argerich, por descontado–, subyugante Nono. Olvídense de este mediocre producto audiovisual y escuchen el compacto.
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