Haciendo sonar a la Filarmónica de Berlín con su músculo habitual y la opulencia que a él le gusta, el salzburgués ofrece una recreación lenta, poderosa y llena de fuerza, en absoluto ligera y más dramática que luminosa, del Concierto de Mendelssohn. Discutible por todo ello, sin duda, pero muy atractiva por un Andante lleno de poesía amarga y hondura en la que solista despliega intensidad y concentración exhibiendo un sonido robusto, carnoso, muy cálido en el grave y de asombrosa brillantez en el agudo. Además, se muestra capaz de enfrentarse a las tempestades sonoras desplegadas desde el podio. Por no hablar, claro está, de una cantabilidad y de una fuerza expresiva para derretirse.
La interpretación del Brahms tarda un tanto en arrancar. Karajan se muestra firme y decidido, pero también un punto contundente, más exterior que sincero –problema habitual en sus recreaciones de este autor–, mientras que la Mutter, de afinación portentosa, hace gala de apreciable intensidad emocional sin terminar de destilar todas las esencias poéticas de la página, quizá por adoptar un punto de vista más apolíneo que doliente.
La cosa cambia desde la larga cadenza de Joachim, en la que el violín alcanza verdadera excelsitud para que a continuación Karajan retome el acompañamiento con una magia sonora e inspiración supremas. El nivel se mantiene en el Adagio, dicho con auténtico vuelo poético y una belleza insuperable sin que esta, por ventura, suponga el menor atisbo de narcicismo o amaneramiento; eso sí, el enfoque vuelve a ser apolíneo ante todo, lo que no impide que se alcance una enorme tensión en el clímax. Brillante y poderoso pero firmemente controlado el Finale, a medio camino entre la fogosidad que la página exige y el equilibrio que ha presidido toda la interpretación.
1 comentario:
Pues yo me lo he merendando esta tarde en mi tocadiscos. Buenísimo.
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