En la Alborada del gracioso el maestro hace uso de tempi lentos para construir una interpretación que, además de estar maravillosamente desmenuzada, ofrece un carácter siniestro de lo más atractivo. El problema es que la batuta no enriquece este con suficiente tensión interna, riqueza de matices y variedad expresiva, resultando a la postre una versión en exceso sombría, incluso algo mortecina.
Lo más satisfactorio del disco quizá sea La Valse. Sin ser tan creativo ni tan personal como en grabaciones posteriores –tampoco tan caprichoso–, ya en esta su primera grabación Maazel demuestra (¡vaya técnica de batuta!) ser capaz de trazar la obra de manera elegante, de trabajar las texturas con claridad y morbidez al mismo tiempo, e incluso de realizar numerosos descubrimientos, aunque siempre dentro de una óptica más luminosa y extrovertida que atmosférica o impresionista, pese a contar aquí con una orquesta de incuestionables cualidades francesas.
La edición que he manejado es la de 1994 en la serie The Sony Digital Club, que completa el compacto con Shéhérazade y las Deux Mélodies hébraïques a cargo de Frederica von Stade, Seiji Ozawa y la Sinfónica de Boston, grabaciones de 1979 y 1980 respectivamente. Defraudan un tanto: los dos artistas, refinados y sensuales a más no poder, quieren ser tan perfectos en el estilo que se pasan de rosca a la hora de difuminar el fraseo y dejarse llevar por la ensoñación, hasta el punto de que el resultado es en exceso evanescente, incluso blando, amén de poco variado en la expresión.
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