La obra presenta algunas irregularidades en su inspiración, pero contiene tanta belleza que las dos horas de audición resultan un placer: pese a su juventud, Haendel domina a la perfección la escritura vocal y hace gala de una apreciable fantasía a la hora de instrumentar –se aprovechó de la orquesta nutrida y de calidad que ponía a su disposición Ruspoli–, siempre dentro de un pleno dominio del estilo propio del barroco italiano que más tarde se convertiría en uno de los pilares de su lenguaje maduro. Convencional resulta el libreto de Carlo Sigismondo Capece, que se mueve en un doble plano: por un lado la lucha entre Lucifer y un Ángel, por otro los diálogos entre María Magdalena, María Cleofás y San Juan entre el entierro de Cristo y la Resurrección propiamente dicha. En cualquier caso, la maestría de Haendel se impone frente a cualquier circunstancia.
Interpretación de primera fila. Solo hay que lamentar el destemplado y estridente, a menudo puro grito, registro sobreagudo de Camilla Tilling, por lo demás solvente en las complicadas agilidades de su parte y sensible encarnando al Ángel. Menos bien se le dan las coloraturas a Christopher Purves, pero el barítono inglés, de cavernoso registro grave, se muestra extraordinariamente expresivo –incluso en su gestualidad– encarnando a Lucifer. Irreprochable y deliciosa la Magdalena de Christiane Karg, pese a alguna tirantez puntual por arriba, tan correcto como sensible el San Juan de Topi Lehtipuu y sensacional –por completo en su elemento– la contralto Sonia Prina como María Cleofás.
La dirección de Emmanuelle Haïm me ha parecido espléndida: ligeramente moderada en lo que a la articulación y la ligereza se refiere con respecto a su anterior comparecencia frente a la misma orquesta, ya comentada en este blog, la intérprete llega a un formidable punto de encuentro entre el rigor historicista y la sonoridad de la Filarmónica de Berlín, cuyos solistas ofrecen en sus diferentes intervenciones un nivel de musicalidad insuperable. Por no hablar de cómo suena la cuerda, con un empaste y una firmeza con la que pocas orquestas de instrumentos originales (¡y de las tradicionales, claro!) pueden rivalizar.
Vigor, agilidad, brillantez, sentido cantable y teatralidad son las virtudes de que hace gala la señora Haïm, sensata y musicalísima en todo momento, además de formidable en uno de los dos claves usados para la ocasión. No se lo pierdan.
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