Se abría la velada con la celebérrima fanfarria compuesta por Alfred Newman para la 20th Century Fox, aunque lo que la seguía sin solución de continuidad era una película de la Metro, Mutiny on the Bounty (la versión de 1962); partitura de Bronislau Kaper no especialmente inspirada, pero adecuada para poner el público en situación. Robusta y fogosa la lectura de Rattle y los berlineses. Tras los primeros aplausos llega el memorable tema de Laura, de David Raksin, en el arreglo que el propio autor grabó en los años setenta para RCA y que da pie para el lucimiento de buena parte de los primeros atriles de la formación alemana, que frasean la melodía con la más excelsa inspiración que ustedes puedan imaginar.
Aparece a continuación Lang Lang. Pocas veces he escuchado este concierto tan increíblemente bien tocado al piano: quizá solo en la grabación de Zimerman con Karajan y en la filmación de Kissin con el propio Rattle, en ambos casos precisamente junto a la Filarmónica de Berlín. Lo del chino es increíble, no solo por la pasmosa agilidad y absoluta limpieza de que hace gala, sino también por su capacidad para modelar el sonido y extraer los más ricos colores.
Ahora bien, una cosa es la ejecución y otra la interpretación, y en este sentido Lang Lang se muestra algo irregular: brillante y con garra en muchos momentos, apasionadísimo en otros –increíble la cadenza del primer movimiento–, también sabe resultar muy poético cuando quiere –pasaje lírico en el interior del tercer movimiento–, pero sonando más a Chopin que a Grieg y no todo lo efusivo y humanista que podría ser: imposible no pensar en Arrau, o en nuestro Perianes. Lo peor es que Lang Lang, como algunos otros grandes pianistas –Richter, por ejemplo– llega a caer en lo mecánico y lo cuadriculado en algunos de los momentos más virtuosísticos. Esta es una insuficiencia que ya le conocíamos al joven pianista: ¿de verdad necesita dejar claro que tiene más técnica que nadie cuando, además de poseerla, es capaz de hacer música al más alto nivel expresivo? La dirección de Rattle es espléndida, brillante y comunicativa, dicha con trazo sólido y pinceles finos, aunque tampoco termina de sonar a Grieg: debería ser más rústica y evitar la tendencia a lo dulce en alguna que otra frase. Pese a todos los reparos, una interpretación de muy considerable altura.
La segunda parte se inicia con el vibrante, memorable tema de Jerome Moross para The Big Country, dicho con enorme brillantez, para pasar luego a una suite de quince minutos del Robin Hood de Korngold: voluptuosa y sensual música que debería formar parte del repertorio habitual de las orquestas centroeuropeas, por venir de donde viene, y que de hecho funciona bastante mejor en las salas de concierto que en la película. En realidad, el vienés componía magníficas partituras a medio camino entre la ópera y el poema sinfónico, pero –precisamente por su carácter de pionero en el género– de integración con la imagen tenía poca idea.
Lo mejor de la velada era lo que menos uno se podía imaginar: siete minutos de música para una de las aventuras de Tom y Jerry, pero sin los dibujos animados. La música del californiano Scott Bradley, sin la imagen a la que está indisolublemente unida en todas y cada una de las carreras, golpes y gamberradas del gato y el ratón. ¡Qué delicia! Jazz y sinfonismo onomatopéyico se dan de la mano en un vertiginoso carrusel musical con el que los músicos de la Filarmónica de Berlín se lo pasan en grande y hacen aullar al público de entusiasmo
Pocas veces habrá sonado la obertura de Ben-Hur con semejante brillantez y grandeza, aunque quizá el maestro británico se tome demasiado en serio lo de “película de romanos”, porque no termina de paladear la música. Lo mismo le pasa en el desfile de las cuádrigas procedente de la misma película, que dirige con cierto despiste. El propio Miklós Rósza dirigió las dos piezas de manera más satisfactoria en su grabación de los años setenta frente a la Royal Philharmonic para Decca, aunque ya le hubiera gustado al maestro húngaro tener a su disposición unos metales de semejante potencia y seguridad, o una cuerda grave de tan increíble robustez.
Las propinas no podían ser sino de John Williams: En busca del Arca perdida, E.T. y Star Wars. Toda una gozada para quienes amamos estas músicas, que somos millones, y más aún cuando las toca una orquesta insuperable en virtuosismo y brillantez. La dirección de Rattle, eso sí, no me parece todo lo extraordinaria que podría haber sido, pues aunque dirige con muy evidente entusiasmo y subraya magistralmente algún que otro detalle en la orquestación, su búsqueda de la brillantez a toda costa le lleva a simplificar la cuestión decibélica y a frasear con un poco de más apremio del que hubiera sido conveniente. Por cierto, ¿por qué no se tocó el Harry Potter inicialmente anunciado?
La velada termina, como siempre, con el Berliner Luft de Paul Lincke que Rattle, como en las demás ocasiones en que lo ha dirigido, aprovecha para pasárselo en grande metiéndose entre la percusión.
Total, una noche para el recuerdo de los amantes de las bandas sonoras. En cuanto a Lang Lang, confiemos que en el futuro madure su visión del Grieg para que nos ofrezca la posible versión de referencia que está en sus manos. De momento, entre las grabaciones más o menos recientes me quedo con la de Perianes y Oramo.
3 comentarios:
Fernando, la banda sonora de Bronislau Kaper fue para la película del 62 con Brando y Howard, no la del 35.
Saludos y como siempre gracias por tu maravilloso blog.
Ostras, vaya palo. Gracias mil por la corrección. La verdad es que no he visto ninguna de las versiones cinematográficas del tema.
Es evidente que Williams bebió de Los Planetas de Holst. En cualquier caso, esta interpretación la encuentro rutinaria, exenta de la necesaria "garra" para afrontar una música épica.
Saludos y enhorabuena por este orientativo blog (aunque no siempre comulgue con las valoraciones que de hacen de los registros fonográficos).
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