Tras una poderosa, soberbia introducción, el maestro venezolano ofrece una interpretación cálida y comprometida de la partitura inspirada en Nietzsche, alcanzando el punto justo entre brillantez, hedonismo sonoro bien entendido y sentido dramático. Se puede echar de menos un clímax central –el de Der Genesende– más escarpado, o una mayor chispa e incisividad en Das Tanzlied , así como en general unos contrastes más marcados; es decir, justo lo que conseguirá con la misma orquesta Andris Nelsons en octubre de 2014, sensacional lectura disponible en la Digital Concert Hall. En cualquier caso la de Dudamel es muy convincente, siempre y cuando se acepte una recreación más lírica que visionaria de la página.
La de Don Juan es una interpretación muy bien trazada, apreciable por su sensualidad, elocuencia y perfecto control de los medios, pero algo más suave de la cuenta, falta de toda la incisividad, el fuego y el sentido dramático que demanda la partitura, por lo hablar de esa especialísima magia sonora que aquí no termina de brotar. Un Böhm, un Karajan o un Barenboim han logrado con la misma orquesta cosas mucho más interesantes. Notable alto, pues, pero solo eso.
Till Eulenspiegel es lo que me ha gustado menos: visión demasiado inocente, incluso naif, la del maestro venezolano. Incuestionablemente dirige con entusiasmo, su dominio de la orquesta es grande y obtiene de ella unas apreciables dosis de calidez y sensualidad, pero la incisividad, la ironía y la mala leche que también son importantes en esta obra quedan en exceso difuminadas. No es suficiente para quien se perfila como uno de los principales candidatos al podio de la Berliner Philharmoniker.
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