jueves, 26 de marzo de 2015

La Pasión según San Juan por Herreweghe y Butt

Philippe Herreweghe grabó dos veces La Pasión según San Juan de Bach: la versión de 1724 en abril de 1987 y la de 1725, que aporta muy sustanciales cambios y adiciones con respecto a la anterior, en abril de 2001; lo hizo en ambos casos al frente de su magnífico Collegium Vocale de Gante y para el sello Harmonia Mundi. La primera aún no la he escuchado, pero pude conocer la segunda de ellas cuando me la mandaron para comentar en la revista Ritmo. Me gustó mucho, así que he querido volver a escucharla para tener una referencia de la interpretación que espero escucharle este sábado en Sevilla, en este caso siguiendo la partitura original de 1724.


¿He cambiado de opinión tras la segunda audición? Ciertamente no, pero ahora tengo más claro que la excelencia de los resultados, como también sus aspectos discutibles, se explican por pertenecer a un momento de transición en las maneras de hacer de Herreweghe, un señor con incuestionable talento pero también con una progresivamente acentuada tendencia a la blandura, cuando no a la cursilería. Vuelvo a insistir, como en la entrada anterior, en que su Cuarta de Mahler es de las que las que descalifican de plano a un director por su mal gusto. Lo dicho se manifiesta en la Pasión según San Juan que comento: el estilo es irreprochable, el trazo ofrece cantabilidad y fluidez a partes iguales y, desde luego, se despliega ese aliento poético impregnado tanto de la serena espiritualidad como del sentido teatral que necesita esta música, todo ello tratando con una plasticidad y claridad polifónica impresionantes al soberbio Collegium Vocale, pero tanta es la obsesión por la belleza sonora que, alcanzada ésta en grado superlativo, por momentos la interpretación resulta en exceso suave de aristas, alicorta en claroscuros y algo timorata a la hora de inyectar tensión interna. El nivel, insisto, es altísimo, pero empieza a asomarse esa tendencia del maestro al preciosismo que ojalá no empañe su inminente realización sevillana.

Magnífico el equipo de cantantes, sobresaliendo un soberbio Mark Padmore en las arias de tenor y, más aún, en su labor como evangelista: calidad vocal, emotividad, sentido teatral y exquisito gusto, todo en uno, y muy lejos de las afectaciones de por ejemplo un Bostridge en La Pasión según San Mateo que grabara el propio Herreweghe dos años atrás. Cristo es Michael Volle, algo monolítico pero eficaz. Magnífica Sibylla Rubens, espléndido Andreas Scholl e irreprochable el bajo Sebastian Noack. Como la toma sonora es portentosa, mi opinión queda clara: una grabación que hay que tener, preferentemente en la edición que comenté en Ritmo porque sale más barata y añade un disco con notables interpretaciones –también he vuelto a escucharlas– de las cantatas para el Domingo de Quincuagésima grabadas en 2007.


Pero no es esta la única recomendación que voy a hacer, porque quiero decir algo de otra de las grabaciones que he escuchado en esta cuaresma. Me refiero a la de John Butt y el Dunedin Consort registrada para el sello Linn en 2012 siguiendo una edición “hacia 1742” con los presuntos últimos deseos del propio Bach. Interpretación particular por dos razones: incluir una reconstrucción de toda la liturgia del Viernes Santo, incluyendo motetes, corales y piezas para órgano, y adscribirse a la opción minimalista de dos voces por parte: aquí los solistas vocales forman ellos mismos el coro, doblados por un ripieno. ¿Nos encontramos, por ende, ante una versión más ligera e intimista que la de Herreweghe? Pues no exactamente. De hecho, la dirección de Butt –soberbio como instrumentista al órgano y al clave, particularmente en su ornamentación del coro inicial– resulta menos interesada por la belleza sonora en sí misma que la de belga, al tiempo que considerablemente más dramática, agitada incluso en las intervenciones de la turba, aunque no por ello deja de ofrecer concentración y nobleza en las piezas más recogidas. Siendo ambas interpretaciones por completo historicistas, ésta está en las antípodas de la anterior.


Los resultados interesan menos en lo que a los cantantes se refiere. Bien a secas Nicholas Mulroy en la parte del Evangelista y Mathew Brook como Jesús. Convence Malcolm Bennet en las arias de tenor, más por intensidad expresiva que por calidad vocal. Notables las sopranos Susan Hamilton y Cecilia Osmond, así como el bajo Brian Bannatyne-Scott. Las contraltos son Clare Wilkinson y Annie Gill; una de ellas resulta deficiente en el aria del primer acto, pero en la carpetilla no se especifica cuál de ellas canta.

La edición se ofrece como descarga digital –he manejado esta última en su versión de alta resolución- y en SACD. Personalmente creo que merece la pena para tener una visión muy distinta y complementaria a la de Herreweghe. Por descontado, las dos deben ser evitadas por los alérgicos a los instrumentos originales, que se pueden seguir quedando con la descomunal interpretación de Wolfgang Gönnenwein (EMI, 1969).

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