Tocar, lo que se dice tocar, Demidenko lo hace estupendamente, con un sonido nítido y cristalino, no muy poderoso pero tampoco equivocadamente coqueto ni suave, rico además en colores y en matices dinámicos; en cualquier caso, de enorme belleza. El problema es el intérprete, que no termina de sintonizar con la obra, pues aunque su gusto es irreprochable y su fraseo resulta natural, sin tendencia a precipitarse, la verdadera poesía chopiniana queda un tanto relegada ante el despliegue de virtuosismo, hasta el punto de que, sobre todo en el tercer movimiento, hay frases en los que se echan en falta imaginación, matices y sensibilidad. La dirección de Wit es amplia y sensible, pero también sabe ser muy poderosa en el primer movimiento; eso sí, sobran los portamenti en la introducción de éste. De propina, Demidenko ofrece una buena Mazurca op. 17 nº 4.
El Concierto para piano nº 2 consigue una interpretación más redonda. Por lo pronto, parece imposible tocar mejor esta música, tal es el virtuosismo extremo de un Kissin no solo ágil, limpio y exacto como nadie, sino también dueño de un sonido de asombrosa gama dinámica, de un fraseo tan firme como pródigo en acentos y de un admirable dominio de la agógica.
Expresivamente, por descontado, el genial pianista moscovita se muestra siempre musical y alcanza un equilibrio diríamos que perfecto entre los aspectos más líricos e íntimos de esta música con aquellos que demandan brillantez, extroversión y –sección “interrogativa” del segundo movimiento– garra dramática. Ahora bien, aun siempre dentro de un alto nivel, da la impresión de Kissin tampoco termina de comulgar con la esencia última de esta música: le falta un último punto de emotividad, mezcla de sensualidad y de congoja sincera, que otros pianistas –Arrau, Pires, Barenboim– han sabido encontrar en esta música todavía juvenil pero ya dotada de un carácter de confesión personal que es necesario poner de relieve.
La dirección de Wit, sin desdeñar la potencia expresiva en algunos pasajes, es ante todo noble, amplia y elocuente, atendiendo a la cantabilidad y tratando a la orquesta polaca siempre con pinceles finos y mucha sensibilidad. Gran dirección de este Concierto en fa menor, sin duda.
Como propina, Kissin ofrece un Estudio op. 10 nº 12 descomunal, de una fuerza abrumadora expresada a través de un virtuosismo insuperable, y un Vals op. post. brillante a más no poder pero un tanto apresurado, más preocupado de deslumbrar que de paladear la música.
¿Recomendaciones? Este Blu-ray es globalmente espléndido, pero yo me quedo con lo que hacen Daniel Barenboim y Andris Nelsons, en el sello Arthaus.
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