sábado, 10 de enero de 2015

La OJA en Jerez con Hernández-Silva

Tuvo lugar ayer viernes el primero de los dos conciertos que la Joven Orquesta de Andalucía, que se encuentra celebrando su vigésimo aniversario, ofrece esta temporada bajo la dirección del excelente maestro venezolano Manuel Hernández-Silva. Los frutos artísticos me parecieron francamente positivos, pero encontré un serio problema que me impidió disfrutar como es debido de un programa, Cuarta de Schumann y Cuarta de Tchaikovsky, que me apetecía muchísimo. La gran plantilla de la OJA no cabía en el escenario del Teatro Villamarta, por lo que hubo que eliminar la concha acústica que tan excelentes resultados suele dar con las formaciones de mediano tamaño. Como consecuencia, las maderas y los metales se escuchaban en la lejanía, o sencillamente no se escuchaban.
Probablemente si me hubiera comprado la entrada no en la fila siete sino mucho más atrás, se hubiera escuchado algo mejor, pero estaba claro que donde había que haber estado era arriba, lugar donde los planos sonoros se equilibran de manera mucho más satisfactoria. Pero aquí había otro límite: como el público jerezano parece haberle dado la espalda a esa cosa rara que es la música clásica y ha dejado de acudir a los conciertos, la dirección del Villamarta ha decidido no vender las entradas de las dos plantas superiores salvo en ocasiones con alta demanda. Este no era el caso, así que tocó sufrir: yo tuve, literalmente, que imaginarme muchas de las líneas de las maderas.

Hernandez Silva

Aunque la acústica fuera insatisfactoria sí que se pudo apreciar que las cosas funcionaron musicalmente muy bien. Por dos razones. Primera, el buen nivel de la formación andaluza, que en la plantilla de esta temporada evidencia solvencia técnica y homogeneidad. La cuerda es buena, particularmente violas y violonchelos; las maderas, cuando se escuchaban, parecían virtuosísticas y musicales; los metales no rajaron en ningún momento, cosa bien difícil en la exigente partitura de Tchaikovsky. La concertino demostró madera de líder, aunque a decir verdad a mí me pareció un tanto verde para el hermoso y difícil solo de la sinfonía de Schumann.

La segunda razón del éxito estuvo en la calidad de la batuta de Hernández Silva (web oficial), un señor que me ha gustado mucho cada vez que le he escuchado pero al que, pese a los muchos años que lleva en Andalucía, no le han hecho ningún caso en ciertos centro musicales: que yo sepa, jamás ha dirigido a la Sinfónica de Sevilla ni ha sido reclamado para el foso del Villamarta. ¿Por qué será? Por fortuna, después de su etapa frente a la Orquesta de Córdoba ha sido designado titular de la Filarmónica de Málaga, al tiempo que la Junta ha decidido contar con él como director musical de la OJA.

Más que correcta su interpretación de la Cuarta sinfonía de Schumann, obra difícil donde las haya: la misma tarde del concierto escuché a un director de la categoría de Christian Thielemann estrellarse literalmente contra ella, y pocos días antes comprobé como el gran George Szell no lograba en absoluto ofrecer los admirables resultados que lograba con otras sinfonías del mismo autor.

Hernández-Silva consiguió, al menos en los tres primeros movimientos, encontrar los dos delicadísimos puntos de equilibrios que demanda esta música: entre ligereza y densidad por un lado, y entre fogosidad y vuelo lírico por otro. En el cuarto movimiento la cosa no funcionó tan bien: creo que la transición –que podría haber empezado aún más piano– debería rematar de manera más visionaria, para seguidamente poner fuego (pero fuego controlado, ojo, que muchos se precipitan) donde Hernández-Silva se mostró ante todo fluido y elegante, digamos que excesivamente clásico. Por lo demás hubo en su lectura fluidez, naturalidad y excelente gusto, siempre teniendo en cuenta que el maestro atendió antes a que la orquesta sonara bien que a ofrecer los numerosos detalles expresivos que demanda esta obra maestra. Lo dicho: más que correcta.

La excelencia llegó con la Cuarta de Tchaikovsky, una partitura que he tenido la oportunidad de escuchar en directo a dos orquestas de jóvenes con resultados espléndidos: a la propia OJA con un tal Daniel Barenboim y a la Simón Bolívar con otro tal Claudio Abbado. Aún mejor la del milanés que la del de Buenos Aires, por cierto, entre otras cosas porque la plantilla andaluza de aquel año evidenció serias limitaciones. La de 2015 ha resuelto las cosas mucho mejor que la de entonces –empaste, agilidad, brillantez de los metales– bajo la dirección de un Hernández-Silva muy inspirado, todo fuego pero bajo absoluto control

En el primer movimiento –tan complicado de levantar, como quise explicar en mi comparativa discográfica– construyó muy bien las tensiones y distensiones sin que hubiera puntos muertos, aunque me hubiera gustado una mayor matización de las gradaciones dinámicas. Notable el Andantino, dicho con naturalidad y sin falsos sentimentalismos. Prodigiosos los pizzicati del Scherzo, dichos por la agrupación no solo con enorme virtuosismo, incluyendo los matizadísimos reguladores indicados por la batuta, sino también con gran frescura, ligereza bien entendida y sentido del humor; el Trío, sonando allá a lo lejos, me interesó menos. El Finale fue decidido, de una pieza, dicho con muchas ganas aunque de manera un tanto monolítica; la coda resultó ardiente a más no poder, incluyendo un muy efectista acelerón que fue seguido por los chavales de manera admirable. La propina no se hizo esperar: Conga del fuego nuevo de Arturo Márquez interpretada por todos, batuta y orquesta, con una frescura, una fuerza, una chispa y unas ganas de hacer músicas envidiables. El público, enloquecido.

Como colofón, breve discurso de un Hernández-Silva visiblemente satisfecho apuntando dos ideas: que tenemos que estar muy orgullosos de la OJA y que ésta es un patrimonio inmaterial de enorme valor que no podemos perder bajo ningún concepto. Las suscribo al cien por cien.

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