Dos cosas me irritaron muchísimo. Una, la ausencia de sobretítulos. Alguien dirá que quedan feos o que los artistas se pueden quejar. Qué quieren que les diga: a mí en este género me parece indispensable saber qué se está diciendo en cada preciso momento, y por muy preparado que esté el público –el del pasado domingo desde luego que lo estaba, se notaba perfectamente–, nadie tiene por qué saberse las letras de memoria. Solo los que nos encontrábamos sentados cerca del escenario y recibíamos luz desde el mismo podíamos de vez en cuando echar una ojeada a las traducciones que se ofrecían en el programa de mano, afortunadamente gratuito.
La otra cosa que me molestó fue que el señor Gerhaher decidiese a última hora –se anunció en el intermedio– sustituir los Rückertlieder por los Kindertotenlieder. De acuerdo con que no salimos perdiendo ni en calidad ni en homogeneidad del programa, pero me parece una falta de respeto al público. De nuevo lo mismo: muchos nos sabríamos más o menos bien esta obra, pero habría quienes se empiezan a acercar por primera vez a este universo y se habrían preparado en su casa el ciclo inicialmente previsto, no el otro. Además, se dejaban sin utilidad los textos del programa de mano y sus traducciones, aunque estas últimas fueran para leerlas antes o después de la velada.
Artísticamente el recital fue exquisito. Sólo se me ocurre un reparo, que tiene que ver más con el gusto personal que con otra cosa: no me satisface el timbre aflautado del barítono alemán, más lírico de la cuenta, cuando se mueve por la zona aguda. Sí, ya sé que lo mismo le pasaba a su maestro Fischer-Dieskau, pero a aquél se lo perdono y a éste no. Cosas mías. Por lo demás, Gerhaher cantó los Lieder eines Fahrenden Gesellen con el mismo exquisito gusto con que lo hizo en su filmación con Rattle del año pasado disponible en la Digital Concert Hall de la Filarmónica de Berlín, aunque yo hubiera preferido una voz más oscura y más cómoda en el grave.
Abordó a continuación –fin de la primera parte y principio de la segunda– una amplia selección de Des Knaben Wunderhorn cantada con teatralidad y sentido de los contrastes expresivos, pero sobre todo con una naturalidad y una frescura encomiables, tal y como lo hiciera en la grabación dirigida de manera genial por Pierre Boulez aquí comentada; escuchar “Das irdische Leben” en voz de varón fue una verdadera curiosidad.
En los Kindertotenlieder, finalmente, Gerhaher decidió no cargar las tintas, no forzar nada, pero por fortuna evitó asimismo dulcificar el asunto, que es lo que han hecho otros cantantes más famosos (pienso ahora en Hampson con Bernstein). La naturalidad fue, nuevamente, el valor principal de una interpretación que contó asimismo con una irreprochable línea de canto y una magnífica dicción.
La propina no podía ser más estética y espiritualmente adecuada: “Urlicht“, que en la Segunda sinfonía escuchamos, procedente de los propios Wunderhorn, en la voz de contralto. Sincera y emocionante interpretación, de nuevo, que estuvo portentosamente respaldada por un Gerold Huber que, como en el resto de la velada, supo hacer sonar a su piano como una orquesta y acertar por completo en el estilo mahleriano.
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