Para abordar el bellísimo concierto (¡qué impresionantes Rattle y Lang Lang en su grabación para Sony!), Gergiev decide contar con el mecanógrafo Denis Matsuev. Una pena: pese a ser dueño de una técnica admirable no solo en lo que a agilidad se refiere, el pianista fracasa a la hora de poner de relieve el contenido expresivo de la obra, limitándose a tocar de manera cuadriculada en busca del exhibicionismo digital y a ofrecer, eso sí, dos o tres frases muy hermosas en el segundo movimiento. Más motivado se muestra el maestro, que dirige con su habitual carácter primario pero evidenciando mucho entusiasmo; lástima que en el tercer movimiento pase por completo de largo ante la emotividad lírica de los pentagramas y se limite a acompañar de manera insulsa.
Algo mejor en la Quinta sinfonía. Venturosamente ajeno, en esta ocasión, a efectismos y brutalidades varias, además de todo lo centrado en el estilo que se puede pedir a una batuta que conoce al dedillo este repertorio, el director del Mariinski ofrece aquí una interpretación más depurada que la que Philips le editó con la Sinfónica de Londres, muy bien planteada en lo expresivo y dicha con apreciable comunicatividad; aun así, el edificio se resiente de una clara falta de unidad. Las tensiones no saben conducir a los clímax, que terminan resultando más decibélicos que otra cosa, la atmósfera opresiva de los movimientos impares no está conseguida ni la riqueza de matices es la apropiada. Los movimientos pares son los que mejor funcionan, aunque todavía se le podría sacar más punta al sarcasmo y a la mala leche que anidan en los pentagramas.
Total, un disco que no hacía ninguna falta. Como la mayoría de los de Gergiev.
No hay comentarios:
Publicar un comentario