Se abre la propuesta con el acongojante Adagio para cuerdas de Samuel Barber. La interpretación en buena –lejos, en cualquier caso, del prodigio de Bernstein para el mismo sello–, pero la sonoridad resulta bastante extraña debido a un “pequeño detalle” que se me olvidaba comentarles: el Ensemble Matheus toca con instrumentos originales también en las obras del siglo XX. O al menos eso parece decir la carpetilla.
Las cuerdas de tripa son mucho más bienvenidas en la siguiente obra, el lamento Ach dass ich Wassers genug hätte sobre las Lamentaciones de Jeremías descubierto hace algunos años por el maestro francés. Su autor es el para mí desconocido Johann Christoph Bach (1642-1703), primo del padre del inmortal Johann Sebastian, quien en un estilo propio del barroco temprano ofrece una inspiración realmente excelsa admirablemente puesta en sonidos por un Spinosi que se reserva aquí el rol de violín solista, por el conjunto de cuerdas que él mismo fundó y por la mezzo Malena Ernman, que sabe ser conmovedora sin perder la contención.
Sigue la Sinfonía de cámara Op. 110a de Dimitri Shostakovich, que como ustedes saben no es sino la orquestación realizada por Rudof Barshai del escalofriante Cuarteto nº 8 del autor ruso. Se cumple la profecía que hace algunos años lanzó con sorna José Luis Pérez de Arteaga en Radio Clásica: al final los instrumentos originales han llegado al autor de La nariz. O si no lo son en este disco, al menos lo disimulan muy bien con su limitadísimo vibrato. Cuestiones organológicas aparte, la interpretación es notable pero irregular: el primer movimiento debería evitar languideces y ser más tenso, el segundo sabe ser angustioso, el tercero resulta más irónico que sarcástico, en el cuarto los “golpes” (¿disparos nocturnos en Dresde, porrazos de la policía en la puerta?) nos ponen los pelos de punta y en el final Spinosi y sus chicos captan con acierto el carácter fúnebre de este –como acertadamente señalan las notas– verdadero testamento musical.
Encargo del propio Spinosi, y obviamente primera grabación mundial, es el Lamento Op. 81 del compositor parisino Nicolas Bacri (n. 1961), que tuvo que tomar como modelo en plantilla musical, duración y espíritu la obra de Johann Christoph Bach antes citada. El homenaje queda clarísimo, pero por fortuna no se cae en el pastiche y la inspiración es notable. Con la intensidad de los resultados tiene mucho que ver la excelsitud de Malena Ernman, que reemplaza aquí a quien estrenó la partitura en 2002, el contratenor Philippe Jaroussky.
La mezzosoprano sueca –representó a su país en el Festival de Eurovisión de 2009, dicho sea de paso– vuelve a estar maravillosa en el aria “Wie jammern mich doch die verkehrten Herzen” de la Cantata BWV 179 de Johann Sebastian Bach, una pequeña maravilla con órgano obligatto que cierra con un toque de esperanza –en la religiosidad del Cantor de Leipzig nunca hay espacio para el nihilismo– este disco distinto, arriesgado y extrañamente atractivo.
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