Floja, incluso muy floja en los dos primeros movimientos, la Quinta sinfonía de Schubert, un compositor al que el maestro holandés no parece oler ni de lejos: la ejecución fue soberbia, pero nuestro artista confundió lo que es un enfoque apolíneo, equilibrado y elegante con la trivialidad, la asepsia expresiva y hasta la rutina, cuando esta música necesita para funcionar, además de la enorme dosis de belleza sonora que sí supo ofrecer, esa humanidad, esa sensualidad y esa poesía que convierten a Schubert en algo más, mucho más, que un creador de melodías hermosas. Menos mal que Haitink se implicó algo en el tercer movimiento, a cuyo trío sí quiso aportarle un poco de sal y pimienta, y en un finale dicho con ciertas ganas y mayor tensión interna; en la primera mitad de la obra había aburrido hasta a las piedras.
Sobre la Cuarta de Mahler, transcribo lo que dije en este mismo blog sobre su lectura con la Filarmónica de Berlin de 1991 editada en DVD:
"Se trata de una interpretación clásica en el mejor de los sentidos, trazada con perfecto pulso y admirable naturalidad, muy bien desmenuzada sin que evidencie la menor sensación de intelectualismo, elegante sin amaneramientos y, sobre todo, equilibrada tanto en lo sonoro como en lo expresivo, aportando la dosis justa de encanto, truculencia, dulzura, nostalgia e incluso de decadentismo bien entendido; todo ello sin renunciar en ningún momento a una belleza apolínea, serena y transida de hondura que sabe ofrecer –admirables los clímax del tercer movimiento– el adecuado carácter lacerante sin cargar las tintas. Ahora bien, para algunos paladares tanto equilibrio puede resultar excesivo, echándose quizá de menos una dosis mayor de claroscuros, de imaginación y de intensidad emocional."Todo lo dicho entonces vale para ahora, si bien mi impresión es que el maestro, con ochenta y cinco tacos a sus espaldas, ha estado... Adivinaron: más otoñal. Concretando un poco, creo que los dos primeros movimientos se quedaron en el notable alto, para seguidamente ofrecer un Ruhevoll concentrado a más no poder, profundo, humanista y verdaderamente bello, pero sin la menor concesión al hedonismo sonoro. El cuarto movimiento estuvo dirigido de manera irreprochable, pero aquí hubo que lamentar el escasísimo caudal de voz de Camilla Tilling, totalmente inadecuado para el Royal Albert Hall. Además, nuestra reciente Adina del Teatro Real parecía –se la escuchaba allá en la lejanía desde mi asiento– andar un poco destemplada en el comienzo de su intervención.
La orquesta, salvando la manera en que patinaron las trompetas en el climax más importante del Ruhevol, estuvo espléndida, muy especialmente unas maderas a las que Haitink otorgó especial protagonismo y trató con extremo cuidado tanto técnico como expresivo.
Muy en resumen: buena velada musical con veinte minutos de verdadera excelsitud mahleriana. Ahora les dejo, que en media hora tengo un concierto literalmente explosivo: tocan la 1812.
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