miércoles, 11 de junio de 2014

Sinfonía nº 3 de Schubert: discografía comparada

Schubert compuso su Tercera sinfonía en 1815, cuando contaba solo dieciocho años de edad. Obra juvenil, por tanto, en gran medida de tanteo, que debemos enmarcar dentro del estilo clásico aun siendo conscientes de que ya en este momento hay quien transita senderos completamente nuevos: Beethoven tiene ya tras de sí ocho sinfonías y no tardará en empezar la Novena, que conocerá su estreno en 1824. Ahora bien, una cosa es abordarla con el apropiado espíritu clasicista y otra muy distinta convertirla en una frivolidad: como veremos, hay grandes nombres que se estrellan en el intento.

Para contarles algo sobre la partitura, nada mejor que traer unas líneas de Gonzalo Badenes, escritas en las notas al programa para un concierto recogidas en el libro póstumo Programa de mano (págs. 753-754):
“(…) en esta sinfonía Schubert no ahonda en las innovaciones formales de la obra precedente. Sin embargo, y éste sí que es un rasgo permanente y progresivo en la articulación del lenguaje shubertiano, los movimientos extremos de la sinfonía (…) ofrecen ejemplos de composición basada no en temas, sino en figuras breves y en el proceso puramente armónico. La reiteración del ritmo con puntillos o la ampliación de los periodos modulatorios introducen una dimensión nueva dentro del esquema de la forma sonata, a la cual Schubert permaneceré fiel durante un largo trecho de la forma sinfónica.”
Más abajo, el malogrado crítico valenciano sigue apuntando:
“El Menuetto vivace combina el carácter popular del Ländler austriaco y el talente más cortesano del Minuetto, con el común denominador de una ligereza y una brillantez totalmente vienesas. Muy italiano resulta el Presto vivace, con su aire de tarantella que favorece la profusión de acordes, y con ella el citado atematismo. En suma, estamos ante una obra vitalista, impregnada por el ardor de la juventud y rebosante de una orquestación sencilla pero de absoluta eficacia expresiva”.
La comparativa discográfica que presento a continuación, lógicamente incompleta –el autor de este blog no dispone de todo el tiempo que quisiera ni es capaz de conseguir siempre las grabaciones que desea–, ofrece algunas pinceladas sobre las posibilidades interpretativas de la obra y las dificultades que esta encierra. Ruego disculpen ustedes que no hayan aparecido en la lista nombres como los de Böhm, Kertesz o Wand, entre otros.

Advierto que las puntuaciones –de uno a diez, como siempre– pueden irritar mucho a dos grupos de aficionados: los fans de Carlos Kleiber y los amigos de Pablo Heras-Casado. A los primeros, decirles que Kleiber hijo es un director que me gusta en general muchísimo, con excepciones como la presente. A los segundos, que aquí siempre he hablado muy bien del joven maestro granadino –con una excepción: precisamente esta obra cuando la ofreció en un concierto en Granada– y que hasta ahora le he considerado como un director con un talento extraordinario. Eso sí, tras esta Tercera schubertiana y la Segunda de Mendelssohn –también para Harmonia Mundi– de la que hablaré en otro momento, empiezo a mirarle con no poca desconfianza.

Los movimientos de la Sinfonía nº 3 de Schubert son los siguientes:
  • I. Adagio maestoso – Allegro con brio
  • II. Allegretto
  • III. Menuetto. Vivace
  • IV. Presto. Vivace


1. Beecham/Royal philharmonic (EMI, 1958-59). La irregularidad del sobrevalorado Baronet queda bien de manifiesto en esta interpretación difícil de valorar globalmente, tales son sus desequilibrios. Así, el Allegro con brio resulta poderoso y robusto antes que ligero, lo que en principio no es mala idea, pero hay algún parón en exceso dilatado y en las frases del oboe hace acto de presencia un sentido del humor bastante discutible, en exceso frivolón por no decir otra cosa; lento, gangoso y blando el Allegretto, aunque al menos está bien desmenuzado; pesadote y fuera de estilo el Menuetto, aunque su trio sí posee calidez y encanto; el final resulta un punto más masivo de la cuenta, pero al menos está dicho con energía. (6)


 
2. Karajan/Filarmónica de Berlín (EMI, 1977). Como era de esperar, el de Salzburgo apuesta por un ropaje sonoro marcadamente germánico, denso y robusto pero no precisamente falto de claridad, hermosísimo en cualquier caso. Y lo hace para ofrecer una interpretación que posee interesantes acentos dramáticos, sobre todo en una introducción admirable, pero a partir de ahí se echan de menos el nervio, la chispa y la agilidad bien entendida que están pidiendo a gritos los pentagramas. No solo eso: el fraseo resulta un tanto falto de fuelle, de tensión interna, y el sentido del humor que ofrece Karajan resulta en exceso amable, falto de carácter. Se echan de menos vitalidad, frescura, empuje… Quizá en el Menuetto sube un poco el nivel, aunque su trío vuelve a resultar en exceso pulido. La toma sonora, excelente para la época. (7)



3. Markevitch/Gewandhaus de Leipzig (Tahra, 1978). Interpretación muy personal que sobresale por su sonoridad rústica en el buen sentido, poco apolínea y mucho menos relamida, así como por su enfoque mucho antes dramático que luminoso. Muy bien trabajada la orquesta, no del todo fina, revelando algunos detalles nuevos. La introducción es excepcional, lo mismo que la transición al Allegro con brio, que se desarrolla con fuerza y sin devaneos, si bien le faltan encanto y sensualidad que enriquezcan su dramatismo. Interesantísimo el segundo movimiento, tratando al tema b de modo inhabitual, lento y con cierta ironía, demostrando además un sutil sentido de la agógica. Rústico el tercero, con un trío de sentido del humor algo socarrón. Sombrío y de nuevo dramático el cuarto, quizá demasiado. El sonido es discreto para la época, pero aun así se trata de una interpretación a conocer. (8)


  
11. Carlos Kleiber/Filarmónica de Viena (DG, 1978). La introducción, con irritantes figuras ingrávidas y cursis en los violines, ya nos pone en alerta. En el Allegro con brio Kleiber hijo deja bien claro que en lo que a electricidad se refiere no le gana nadie, pero el resultado parece un punto superficial. En el segundo movimiento se imponen la ligereza mal entendida, el fraseo pimpante y hasta la cursilería: un verdadero horror. El Menuetto empieza bien pero en el trío hacen acto de presencia, otra vez, la coquetería y la trivialidad: espíritu vienés visto desde el peor de los tópicos. El final es toda una exhibición de nervio, de garra, de agilidad y de técnica de batuta: ¡qué manera de diseccionar el entramado orquestal! Demasiado tarde. (6) 

 

6. Carlos Kleiber/Sinfónica de Chicago (varios sellos, 1978). Esta grabación pirata –mediocre toma sonora– sigue la misma línea de la realizada un mes antes en la Musikverein de Viena. La orquesta no es tan adecuada, pero su excelencia no es precisamente menor: impresionantes las maderas. (6)



7. Marriner/Academy of St. Martin in the Fields (Philips, 1984). Un Marriner mucho más entusiasta que en otras aproximaciones suyas a este compositor ofrece una versión transparente, ágil y elegante, pero también con fuerza y tensión interna, que sólo pierde un poco en el segundo movimiento, algo soso. Le secunda a la perfección en sus planteamientos una orquesta de enorme virtuosismo y musicalidad fuera de lo común. ¡Esto sí que es clasicismo bien entendido! (9)



8. Barenboim/Berlín (CBS-Sony, 1984). Desde la introducción queda claro que se va a tratar de una interpretación densa y vigorosa en lo sonoro, atenta a la atmósfera, de gran concentración y sutilmente matizada en la agógica: Barenboim, como siempre, haciendo que los compositores clásicos miren al futuro. Tenso, brioso, entusiasta y de carácter heroico el primer movimiento. Sereno y cálido aunque no del todo elegante el segundo. Más robusto y lento de la cuenta el tercero, aunque el trío está paladeado con una cantabilidad asombrosa. Muy bien el cuarto, lleno de fuerza más que de electricidad, aunque desde luego se hayan escuchado lecturas más ágiles y espiritosas. Lástima que la toma sonora no sea algo mejor. (9)



9. Escher/Orquesta de la Suiza Italiana (Silverline DVD, 1986). Cristoph Escher plantea en los dos primeros movimientos un Schubert de clasicismo equivocadamente amable y distendido, y aunque intenta resultar elegante y equilibrado el resultado es bastante soso. Los dos últimos están dirigidos con mucho más brío, aunque aquí la orquesta se queda corta en agilidad y refinamiento. Mediocridad pura para un DVD que se vende a precio de saldo. (5)
 

 

10. Abbado/Orquesta de Cámara de Europa (DG, 1987). Como era de esperar, el milanés se mueve como pez en el agua en esta obra de espíritu rossiniano y ofrece una recreación ágil, animada, llena de vida y color, rica en claroscuros, dotada del adecuado sentido del humor y muy bien aderezada de sal y pimienta, además de dicha con todo el virtuosismo esperable en una batuta como la suya. Ahora bien, igualmente se evidencia aquí su tendencia, creciente a lo largo de los años ochenta hasta convertirse en seña de identidad del Abbado posterior, de ofrecer sonoridades ingrávidas en la cuerda, contrastes dinámicos excesivos y una buena dosis de preciosismo sonoro para, al mismo tiempo, resultar un tanto trivial en los pasajes más líricos. Así las cosas, se comprenderá que lo que menos bien le sale sea el segundo movimiento, no todo lo cálido que debiera, y lo mejor un cuarto de irresistible impulso. (8)




11. Muti/Filarmónica de Viena (EMI, 1988). He aquí una notabilísima lectura que convence por la admirable fusión entre el músculo habitual en la batuta de Muti y el refinamiento de la orquesta vienesa, así como entre la transparencia y agilidad “rossinianas” y el enfoque dramático que busca el maestro. Flojea el segundo movimiento, paladeado sin mucha sensualidad y con un carácter que se acerca –sin llegar a los extremos de Kleiber, claro– a lo pimpante. El primero resulta antes dramático que luminoso. El tercero posee atractiva rusticidad y un trío con un agudo sentido del humor, no exento de cierta sorna. Ágil y lleno de fuerza el último. (8)
 


12. Roy Goodman/The Hanover Band (Nimbus-Brilliant, 1990?). Pese a encontrarnos ante una orquesta de instrumentos originales y a un director curtido en el campo del barroco, no hay aquí la menor radicalidad historicista –la articulación resulta más bien moderada– y sí mucho de sensatez, de musicalidad y de buen idioma shubertiano, entendiendo la ligereza como eso, ligereza, no ingravidez ni cursilería, y aportando luz, inmediatez y vivacidad a la interpretación. Ahora bien, lo que sí se nota es que Goodman no es un director de primera, pues frente a las virtudes señaladas también se evidencian la escasez de sensualidad, de poesía y de verdadera inspiración –más bien rutinario el segundo movimiento–, así como un trazo antes de brocha gorda que detallado, sensación a la que puede contribuir, y mucho, una toma sonora en exceso reverberante y con serios desequilibrios. La edición de Brilliant Classics no ofrece las fechas de grabación, que deben de corresponder a finales de los ochenta o principios de los noventa. (7)

 

13. Harnoncourt/Concertgebouw (Teldec, 1992). El carácter incisivo, teatral y ágil del maestro berlinés le sienta muy bien a los movimientos extremos de la obra, sobre todo al Presto conclusivo, de una electricidad asombrosa. El segundo es correcto pero un tanto soso, falto de calidez. El tercero, adecuadamente rústico, se pasa un poco de violento, aunque el trío está lleno de encanto. Puro Harnoncourt, quien no deja de hacer sonar a la maravillosa orquesta con la sequedad en él esperable. (7) 


 
 
14. Colin Davis/Staatskapelle Dresden (RCA, 1994). El añorado maestro británico, siempre en la mejor línea clásica, ofrece la incuestionable interpretación de referencia con una combinación perfecta de músculo y refinamiento, vigor y cantabilidad, siempre haciendo gala de un fraseo maravilloso, cálido y natural, sutilmente matizado y de una enorme claridad. Vigoroso su Allegro con brio inicial; calidísimo el segundo movimiento, en el que los solistas de la formidable orquesta alemana hacen gala de una asombrosa musicalidad; tercero clásico y elegante antes que rústico, de humor más risueño que el de Muti. El cuarto no ofrece tantísima electricidad como el del referido maestro o el de un Kleiber, pero resulta más transparente aún y hace gala de la mejor elegancia schubertiana. Impresionante la toma sonora. (10)




15. Brüggen/Siglo XVIII (Philips, 1994). Como ya demostrara Roy Goodman, los instrumentos originales no parecen en absoluto inadecuados para la partitura, como tampoco lo son precisamente la rusticidad, teatralidad, sentido del color y vivacidad de que hace gala el maestro holandés, que sabe ofrecer ligereza sin caer en lo liviano. Desdichadamente Brüggen incurre en algunas irregularidades. El primer movimiento, por ejemplo, le queda estupendamente. El segundo lo dice con buen humor y sabiendo subrayar los parentescos rossinianos, pero le falta un punto de vuelo lírico; como suele ocurrir, el maestro holandés resulta un tanto frío y distanciado. Rústico y un algo violento el scherzo, siendo el trío un descubrimiento por su encanto sano y nada relamido. El cuarto está lleno de nervio y garra, aunque podía estar dicho con menos precipitación. (8) 
 


16. Maazel/Sinfónica de la Radio Bávara (YouTube, 2001). Armado de esa portentosa técnica de batuta que ya le conocemos, y por ende ofreciendo trazo firme, perfecta planificación e irreprochable claridad –admirable la manera de diseccionar todos los planos sonoros, obteniendo siempre el mejor rendimiento posible de una orquesta ya de por sí espléndida–, Maazel apuesta decididamente por alejarse de todo lo que pueda resultar excesivamente delicado, amable o coqueto en una lectura marcada por la sobriedad, la intensidad y el perfecto equilibrio entre elegancia, vuelo lírico y sentido de lo dramático, lo que no impide que haya frases cantadas con mucha sensualidad en el segundo movimiento, una buena dosis de encanto en el trío del Menuetto y mucha vivacidad en un final dicho con enorme virtuosismo, pero sin precipitaciones ni efectos de cara a la galería. Falta, precisamente por el rigor del enfoque, un punto más apreciable tanto de nobleza como de picardía, pero aun así el resultado es admirable por su enorme musicalidad apartada de cualquier tópico. Muy probablemente el vídeo –de deficiente calidad audiovisual- que se encuentra en YouTube se corresponde con el audio editado comercialmente por el sello de la propia orquesta, que no he podido escuchar. (9)
 
 

17. Mehta/Filarmónica de Berlín (Digital Concert Hall, 2009). La robustez de la Berliner Phiharmoniker no solo no es un problema para Mehta en esta obra necesitada de ligereza sonora bien entendida, sino que el maestro indio aprovecha tal circunstancia para construir una versión con garra y empuje dramático, amén de admirablemente delineada y dicha con irreprochable gusto y un total alejamiento de la frivolidad. Por desgracia hay también por parte de la batuta cierta sosería, cierta falta de encanto, sobre todo en los movimientos intermedios, si bien las soberbias maderas de la orquesta berlinesa hacen mucho por remediar tal insuficiencia. (8)



18. Heras-Casado/Orquesta Barroca de Friburgo (Harmonia Mundi, 2012). No se puede echar la culpa de los pobres resultados artísticos de esta grabación –realizada con magnífica toma sonora,en el Auditorio Manuel de Falla– a los instrumentos originales, porque Roy Goodman y Frans Brüggen los utilizaron en esta partitura de manera mucho más apropiada. No, la culpa la tiene el maestro granadino, a cuyo muy discutible gusto, derivado quizá del disparatado intento de llegar a una fusión entre los planteamientos sonoros de un Harnoncourt y los expresivos de un Carlos Kleiber, se deben el fraseo cuadriculado y machacón, los desequilibrios en la planificación, el regodeo en los grandes contrastes decibélicos sin sentido, los excesos de la percusión, la coquetería frívola y hasta cursi del segundo movimiento y del trío del Menuetto, los detalles de cursilería fuera de lugar (¡Schubert no se puede frasear como Rameau!), el desinterés por los aspectos sensuales y cantables de esta música, las brusquedades varias y, en fin, la vulgaridad del trazo general. Ni siquiera el último movimiento, efectista y espasmódico, se salva de la quema. (5)



19. Karl-Heinz Steffens/Filarmónica de Berlín (Digital Concert Hall, 11 noviembre 2013). Sin que haya ninguna influencia historicista de por medio, y sin renunciar tampoco a la personalidad de la Berliner Philharmoniker –muy aprovechada su portentosa cuerda grave–, el antiguo clarinetista de la orquesta alemana ofrece desde el podio una interpretación ágil, luminosa y risueña, de corte no poco rossiniano, que destaca por la increíble claridad en la articulación y por la excelencia de su trazo pero carece de la calidez, la efusividad y el humanismo que otros directores han sabido extraer de los pentagramas, sobre todo en un segundo movimiento en el que, sin llegar ni mucho menos a los extremos de un Carlos Kleiber, resulta un tanto frívolo y pimpante. Sus antiguos compañeros de atril frasean con enorme encanto, y su complicidad con ellos –bien visible en la filmación– es absoluta. (7)


3 comentarios:

Bruno dijo...

¿Es María Rubio en la trompa? Apelo al lector "silencioso" de la OM Valencia a que diga algo.

Bruno dijo...

Me estoy refiriendo al youtube con la OFB y su director clarinetista de nombre difícil.

Jasco dijo...

Muchas gracias por una nueva entrada de discografía comparada. Es una maravilla. Qué pena que la de Maazel no esté por youtube en mayor calidad.

Un saludo

RJ

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