Está muy bien que la producción propia de este genial título verdiano plantee una dramaturgia sensata y por completo respetuosa con el original de Verdi y Piave. Está aún mejor que la escenografía y el vestuario, aun haciendo referencia al medievo en determinados aspectos, opten fundamentalmente por la abstracción y la intemporalidad. Y resulta de lo más adecuado que la iluminación resulte oscura y opresiva, muy en consonancia con el espíritu de la partitura. Lo que no está bien es que la dirección escénica de Lluis Pasqual, remontada para la ocasión por Leo Castaldi, sea tan pobre en ideas interesantes (excepción hecha de la reja que baja al final del prólogo para subrayar que el ascenso al poder no es sino una entrada en una prisión sin otra salida que la muerte). Ni ayuda a generar una atmósfera siniestra que, desde el punto de vista plástico la escenografía de Ezio Frigerio, la luminotecnia de Albert Faura y el vestuario de Franca Squarciapino sean tan feos. Ni convence un movimiento de masas no ya convencional sino torpe y ridículo. Lo dicho: un concepto acertado, pero mal llevado a la práctica.
Justo lo contrario se puede decir de la dirección musical de Evelino Pidò. Este señor, no me cabe duda, posee mucha técnica de batuta. La Orquesta de la Comunidad Valenciana –cada vez más menguada y ya sin algunos de sus nombres importantes– le sonó estupendamente (según Atticus no fue así en la primera función), concertó sin problemas con la escena y dirigió con enorme habilidad –y minuciosidad de la que fui testigo gracias a mi ubicación sobre el foso– las intervenciones más decisivas de los cantantes. Hubo además fluidez narrativa, brillantez sonora e incluso cierto sentido narrativo. Pero todo ello, desdichadamente, al servicio de una idea a mi entender disparatada: interpretar el título más denso, atmosférico y oscuro de Verdi como si fueran Rossini o Donizetti, esto es, adelgazando las texturas, aligerando el fraseo –rozó lo pimpante en el sublime preludio del primer acto–, arrojando luz sobre unos colores que deben ser mayormente ocres y ofreciendo encanto, equilibro y apolínea elegancia donde debe haber densidad dramática, negrura y tensión. ¿Resultado? Un Boccanegra que no solo no suena a Boccanegra, ni siquiera a Verdi, sino que además resultó flácido, insulso y aburrido pese a ciertas descargas decibélicas para epatar al personal.
Fallando escena y batuta, los cantantes pudieron hacer poco. Ni siquiera un Plácido Domingo necesariamente mermado con respecto a su sensacional recreación madrileña de hace cuatro años que pude comentar aquí, e incluso –la megafonía advirtió un estado de salud “no óptimo” del artista madrileño antes de empezar la función– con algunos resbalones vocales muy obvios y algunas sonoridades digamos que poco ortodoxas . Sigue siendo un gran recreador del personaje y haciendo gala de un saber decir que ya quisieran muchos cantantes verdianos de la actualidad: hay muchas frases, sobre todo en la escena del consejo y en el último acto, que no se pueden imaginar dichas con más estilo y emotividad. Pero claro, entre las referidas limitaciones vocales, que no son pocas, y la mediocridad de batuta y escena, su encarnación del dux no lució en modo alguno como en la ocasión referida. Se notó mucho en los aplausos finales: diez minutos sin particular entusiasmo frente a la muy emocionante media hora que vivimos en Madrid.
Los demás cantantes cumplieron con enorme solvencia, aunque ninguno llegó a convencer del todo. Quizá la mejor fue Guanqun Yu, a la que ya pude ver en I due Foscari: una soprano de voz muy bien timbrada –agradable metal–y línea con adecuados recursos belcantistas, pero un tanto insípida, escasa en sensualidad y nula en italianidad. El tenor Ivan Magrì, mucho mejor aquí que en su muy irregular Alfredo de hace unos meses que ya comenté, lució buenos agudos y un apreciable entusiasmo, si bien aun debe pulir su técnica. Fiesco fue Vitali Kovaliov, el reciente Wotan de la Walkyria de Barenboim en la Scala. Me parece un señor que canta con mucha musicalidad, pero su emisión –no sé si por eslava o sencillamente por tener la voz adentro– no me hace mucha gracia. Tampoco creo que sea un gran recreador de personajes: Ferruccio Furlanetto, en la función de Madrid y también en los DVD de Milán y de Londres junto a Plácido, resultaba mucho más convincente en lo expresivo a pesar de tener la voz hecha polvo. Por cierto, ya se podían haber ocupado los de maquillaje de hacerle parecer más viejo que Boccanegra; o, al menos, de que no pareciese mucho más joven. Gevorg Hakobyan me pareció un correcto Paolo.
En suma, un protagonista de lujo en baja forma vocal, acompañado de un equipo de cantantes muy aceptable pero sin especial chispa, guiados todos por una batuta de enorme despiste y en medio de una producción escénica fallida. Yo salí frio en mis emociones y con mucha carretera por delante –tardé más de cuatro horas en llegar a casa–, aunque creo que mereció la pena: tengo la sensación de que no va a ser fácil volverle a escuchar a Domingo un Verdi en tierras españolas, al menos en condiciones medianamente aceptables.
2 comentarios:
Coincido al 99,9% con tus apreciaciones. Maazel no estuvo mejor que Pidò en Boccanegra.
Efectivamente, veo tu blog y compruebo que coincidimos en las apreciaciones. ¡Lástima no haber coincidido en el hall! Me hubiera gustado saludarte.
Aquí tu reseña, para los interesados:
http://cantanellas.blogspot.com.es/2014/04/simon-boccanegra-en-les-arts-30032014.html
De Maazel no puedo hablar, porque no estuve en aquellas funciones. Un saludo.
Publicar un comentario