Me parece que es la tercera vez que escucho en directo el Concierto para piano nº 1 de Brahms a Rudolf Buchbinder. Mi recuerdo de las ocasiones anteriores es el de un profundo sopor, independientemente de que este señor toque con incuestionable agilidad y sepa ofrecer el sonido poderoso que demanda el universo brahmsiano. Esta ocasión, en una velada matinal de la Orquesta Nacional de España y bajo la dirección de Juanjo Mena, me ha resultado algo más satisfactoria: he visto al veterano artista austríaco más entregado, más entusiasta. Pero ahí queda la cosa, porque su fraseo, sin ser mecánico, resulta poco variado en lo expresivo, escaso en matices y alicorto en vuelo poético, muy lejos de las grandes recreaciones de la página que todos tenemos en mente.
Tampoco me entusiasmó la labor de la batuta: exceptuando el final del segundo movimiento, que el maestro vasco hizo sonar con concentración, belleza sonora y conmovedora poesía, se trató de una recreación tan solvente y aseada como expeditiva, correcta en el lenguaje, centrada en lo expresivo, pero –en sintonía con el solista– no muy inspirada, o al menos por debajo de las expectativas que despierta la exitosa carrera internacional del director.
Donde sí que logró hacer gala Juanjo Mena de su enorme talento fue en la Sinfonía Alpina que ocupaba la segunda parte del programa, demostrando no solo dominar el lenguaje de Richard Strauss, con su peculiar tratamiento del fraseo, de la tímbrica y de las texturas, sino también ser capaz de administrar las tensiones durante los 50’46’’ que duró su interpretación –ascenso y descenso se desarrollaron naturalidad, sin precipitaciones–; y también de ofrecer toda la variedad expresiva que demanda la partitura, desde lo contemplativo y pintoresco hasta lo dramático pasando por lo épico y por lo meditativo. Una dirección, tanto en lo técnico como en lo expresivo, sin duda de altísimo nivel, capaz de competir en primera fila, a la que le quiero poner dos reparos: una tormenta algo confusa y un final que, siendo hermosísimo y particularmente concentrado, resulta de una espiritualidad excesivamente “religiosa” y confiada, más que inquietante o agónica.
La Orquesta Nacional de España, modelada con enorme técnica de batuta, realizó una labor global satisfactoria, pero aquí hay que reconocer que los numerosísimos aumentos que demanda la partitura de Strauss no eran todos de la mejor calidad, y que por ende algunos pasajes de la Alpina quedaron deslucidos, sobre todo en lo que a los metales se refiere. En cualquier caso, hay que celebrar que sea capaz de sonar con este nivel en una partitura de semejante complejidad. El público quedó encantado, quizá en exceso: hubo un entusiasta que con su “bravo”, emitido dos segundos después de concluir la música, se cargó la magia del final straussiano. Lástima.
Una cosilla más: no me convence nada cómo suena la orquesta en la fila 12 del patio de butacas del Auditorio Nacional. He escuchado en casa –pasándola previamente a CD– la retransmisión radiofónica realizada por Radio Clásica y ahí la cosa cambia de manera considerable. Tenía que haber sacado la entrada en el primer piso.
1 comentario:
¡Qué cambiado está Mena!
No parece el del sábado
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