Ahora Maqbara me ha gustado incluso más que antes: el tiempo le ha sentado muy bien a este “Epitafio para voz y orquesta” en el que susurros, lamentos, escalofríos, llamadas de socorro, ráfagas de terror, respiraciones agitadas y pulsos intermitentes se entremezclan con poesías de Omar Jayyam (s. XII) y Adonis (n. 1930) –en la voz tanto de solistas del coro como de la voz árabe de la que se encarga el citado Pérès– para crear un tan fascinante como macabro tejido sonoro lleno de fuerza expresiva. El compositor algecireño ha desarrollado algunas de las ideas aquí presentes en obras posteriores con mayor o menor éxito, pero quizá no haya conseguido aún superar la sinceridad, concisión y garra dramática de esta página que puede ya ser considerada como toda una obra clásica en su terreno. López Cobos, que la ama profundamente (fue él quien la sugirió en Sevilla y la ha vuelto a sugerir en Madrid) la defendió volcando en ella todo su talento y ofreció una lectura de enorme tensión sonora, muy bien recreada en lo técnico por la orquesta y con la siempre bienvenida presencia de un Pérès al que, en cualquier caso, me pareció encontrar algo fatigado en lo vocal.
La nota negativa la puso un miembro del público que se apresuró a aplaudir sin dejar pasar siquiera un segundo (literalmente: lo he comprobado al pasarme a CD la transmisión radiofónica) desde el último acorde. Si a esa persona la página de verdad le gustara tantísimo como pretendía hacernos ver, sabría bien que en toda obra musical el silencio tiene un peso específico importante, y que en la creación de Sánchez Verdú, para concretar, es absolutamente fundamental. Tan importante incluso como el sonido: el acongojante final de la obra quedó destrozado.
A continuación, una página que me hiere el corazón de manera muy especial: el Concierto para violín nº 1 de Prokofiev, al que dediqué no hace mucho una comparativa discográfica en este blog. Aquí López Cobos, a despecho de la belleza feérica que consiguió en el final de la obra, se mostró flácido, aburrido y sin estilo. Por fortuna la solista era la bellísima y excelente Arabella Steinbacher, de quien un servidor había escuchado ya una interpretación de la obra, transmitida vía radiofónica y disponible en vídeo en la web de Arte, del pasado 7 de febrero junto a Andrés Orozco-Estrada (tiene también un CD con Vasily Petrenko, que desconozco). Su sonido es precioso, tanto en el registro agudo como en un grave especialmente cálido y sensual; su agilidad es enorme y admirable la variedad de colores que sabe extraer de su Stradivarius. Armada de semejantes virtudes y en todo momento atenta a ofrecer matices expresivos, Steinbacher ofreció una interpretación no en la línea “dura” sino más bien en la lírica y ensoñada, y si hay que ponerle algún reparo es, además de alguna que otra frase un tanto artificiosa, que no alcanzase la incandescencia que sí han logrado otros solistas (ver la referida comparativa) bajo este mismo prisma. La propina madrileña fue la misma que la de Frankfurt: preludio de la Sonata nº 2 de Eugène Ysaÿe. Admirable.
Cuadros de una exposición en la segunda parte. Visión más tirando a Mussorgsky que a Ravel la de López Cobos, lo que no suele ser lo habitual y es muy de apreciar. El maestro, además, desplegó su enorme técnica de batuta frente a una Nacional rendida a sus pies y obtuvo una respuesta formidable: obviamente no hablamos de la Sinfónica de Chicago, ni siquiera de la Orquesta de la Comunidad Valenciana, pero ya nos gustaría que la ONE sonara siempre así. Ahora bien, desde el punto de vista expresivo fue una interpretación ante todo vistosa y un tanto de cara a la galería, basada más en la teatralidad, la inmediatez y los contrastes que en el refinamiento, la poesía o el matiz expresivo: funcionaron magníficamente unos números (Limoges, Baba-Yaga), otros resultaron más bien vulgares (Bydlo, Gran puerta de Kiev) y otros se quedaron en una muy digna corrección, pero desaprovechando las posibilidades de esta increíble música. López Cobos pensaría como cuando era titular del Real: si me van a pagar una pasta por hacer las cosas a medias, ¿para qué esforzarme más?
2 comentarios:
Vaya por delante que este blog me parece magnífico y los comentarios y reseñas son extraordinarios y llenos de erudición.
Pero por una vez, estoy en desacuerdo con lo que dice, en concreto en el último párrafo.
No creo que nadie, en el mundo de la música seria, pueda pensar así, que para qué va a esforzarse más si le van a pagar lo mismo.
Estoy convencido de que lo que piensan en realidad es que cada representación es una oportunidad única para hacer algo que merezca la pena recordar y así dejar su sello personal.
Otra cosa es que lo consigan, pues la mayoría de las veces será una actuación no memorable, incluso en los grandes maestros.
Por otra parte, si a mí me preguntan por un director español actual de prestigio, diría sin dudar LOPEZ COBOS. Si éste es mediocre ¿cuál es bueno? (si es que hay alguno).
Saludos.
Gracias por contrastar opiniones, Agustín.
He escuchado muchas veces a López Cobos y, reconociendo una enorme técnica y gran potencial expresivo (le recuerdo ahora una extraordinaria Salomé en el Real), la mayoría de las veces me transmite una sensación de desgana, de "cansancio intelectual", de conformarse con hacer que las cosas suenen bien sin molestarse en indagar en los pliegues expresivos de la partitura. De rutina, vamos.
En España me parecen muy superiores Palo Heras-Casado y Juanjo Mena, por ejemplo, por no hablar, pese a sus irregularidades por todos conocidas, del muy veterano Frühbeck de Burgos. ¡Y ya me hubiera gustado a mí que López Cobos hubiese dirigido habitualmente en el foso del Real con el entusiasmo con que el otro día Guillermo García Calvo abordó Curro Vargas!
Un saludo.
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