domingo, 16 de febrero de 2014

Curro Vargas en La Zarzuela: merece la pena

Hay dos elementos que suelo echar muchísimo de menos en las representaciones de zarzuela, género que debo reconocer que, en general, no cuenta con mi entusiasmo: una batuta que vaya mucho más allá de la mera concertación y un director de escena que sepa borrar toda la caspa. Es lo que añoré en La verbena de la Paloma que presencié hace no mucho en el Teatro de la Zarzuela, y es justo lo que he encontrado esta noche del sábado 15 de febrero, en el mismo recinto de la calle Jovellanos, en la recuperación íntegra (cuatro horas de función, incluyendo dos descansos) de Curro Vargas, una página a medio camino entre la zarzuela grande y la ópera –cuidadísima la orquestación y tremendas las exigencias vocales, por cierto– que escribió Ruperto Chapí en 1898, conoció luego un fulminante éxito y ha llegado a nuestros días casi olvidada.

La batuta ha sido la del madrileño Guillermo García Calvo, del que ahora me explico –creo que nunca le había escuchado– sus éxitos operísticos internacionales: qué manera de potenciar las numerosas bellezas de la tan heterogénea como desigual partitura  haciendo gala de vehemencia controlada, efusividad lírica y fuerza dramática, al tiempo que se disimulan con chispa, brillantez y desparpajo los números más convencionales. Lástima que la Orquesta de la Comunidad de Madrid, en cualquier caso mejor que otras veces, siga adoleciendo de un sonido algo pobre en todas sus secciones; tampoco el coro es comparable al que hoy tiene el Teatro Real.


El director de escena ha sido nada menos que Graham Vick, una apuesta de riesgo cuyos resultados sin duda han molestado a los aficionados más tradicionales al tiempo que a mí, aun poniéndole numerosos reparos –no comprendo, por ejemplo, qué necesidad tenía el aspecto visual de ser tan voluntariamente chillón y hortera en sus colores– me ha gustado bastante. ¿Acaso en 2014, año al que se traslada la acción, no tenemos la desgracia de que muchos varones sigan matando a las mujeres que aman, suicidándose ellos después, porque consideran que “si no son suyas, no pueden ser de otros"? ¿Y no siguen los pequeños pueblos andaluces en manos de unos cuantos caciques bien relacionados con el alcalde, el cura y los militares de turno? Y así podríamos seguir… En cualquier caso, la realización de Vick define bien a los personajes, por descontado que poniéndolos a parir: ella es una pija que se casa por dinero, su marido es un señorito posesivo y cruel (terrorífico el momento final en el que obliga a su hijo a mirar los cadáveres) y Curro Vargas un descerebrado, un obseso y un hijo de puta. Además, el regista británico cuenta la larga historia con muchísima agilidad teatral, dirige de manera soberbia a los actores y establece una complejísima y admirable dirección de masas: ¡fantástica labor en este sentido la del coro!

Lo que falló en esta velada, primera en la que se presentaba el segundo reparto (el día anterior cantaron Saioa Hernández y Andeka Gorrotxategi) fueron las voces. O algunas de las voces, porque la Soledad de Cristina Faus fue, a despecho de los desafortunados agudos (ojo: la valenciana es mezzo) en la escena de su asesinato, formidable por la calidez de su timbre, la sensualidad de su línea de canto y su emotividad a flor de piel; en su hermosísima romanza del primer acto me emocionó hondamente.

Muy triste me ha dejado por el contrario la actuación en el rol titular de Alejandro Roy, un tenor al que tengo aprecio por algunas cosas muy notables que le escuché hace años. Esta vez no me ha gustado: la voz ha sonado muy atrás, con una emisión estrangulada y claras insuficiencias para cumplir con su dificilísima parte, mientras que como actor ha estado más bien rígido. Tampoco me ha convencido en lo vocal el Don Mariano de Marco Moncloa, aunque al menos su voz suena potente y es un estupendo actor. Claro que el que se ha llevado el gato al agua en este sentido ha sido mi admirado Luis Álvarez en el rol del Padre Antonio, que canta poco pero tiene los más largos y decisivos diálogos de la obra: los ripios de Joaquín Dicenta y Manuel Paso, que podían haberse quedado muy pasados de moda en otras circunstancias, han sonado con una sorprendente convicción en boca de este inmenso actor. Entre el resto del elenco destacaría el Timoneo de Israel Lozano y, sobre todo, la Doña Angustias de Milagros Martín, además de la Tía Emplastos de una saladísima Aurora Frías.

En fin, que pese a sus más y sus menos, incluyendo el serio borrón en el rol titular, ha sido este un espectáculo de calidad que recomiendo sin lugar a dudas, sobre todo por la posibilidad de conocer en buenas condiciones (¡y sin folclorismos, qué alivio!) una partitura que, sin poder equipararse a las grandes creaciones italianas de los mismos años, se encuentra muy por encima –pienso ahora en la mediocre Pepita Jiménez de Albéniz– de otras recuperaciones líricas con que de vez en cuando nos castigan. Ha merecido la pena.

5 comentarios:

Agustín dijo...

Es interesante la representación de Zarzuelas porque puede ser una cantera para que surjan cantantes de Ópera.

Anónimo dijo...

Saludos, Fernando; no olvides el inmenso valor melódico de la partitura, de gran fuerza y expresividad, digna (en sus momentos dramáticos) de codearse con grandes óperas veristas e incluso wagnerianas precisamente por esa fuerza y sugerencia. En desacuerdo con la puesta (era muy fea, además y chillona)y Vick sabe actualizar de manera más adecuada (ese sacerdote llevando una Cruz de Mayo, aunque lo que me explicaste tenía su sentido, aquí lo vemos como algo erróneo, por confusión); sinceramente, no comparto la historia como hecho real y me desagrada, pero desde el hecho artístico (convencional, por tanto) parte de una época y de su reflejo y, es evidente, de una situación puntual con la realidad. Soledad, escindida entre el amor errante (que no sabe si volverá o no, lo desea a pesar de su muerte) y su (valga sea la repetición) soledad física (la mujer no podía mantenerse a si misma, en la actualidad sí), decide entregarse al único hombre que ha tenido el valor de acercarse a cortejarla (la amenaza de Curro pende en el pueblo) y además, es coherente y se enfrenta a su destino trágico; así, los personajes crecen y son más universales, son trágicos. Por otra parte, maravillosa recuperación de una inmensa y hermosa zarzuela. Un saludo. Leonor.

Fernando López Vargas-Machuca dijo...

Te quedamos todos muy agradecidos por tus aportaciones, Leonor. Eso sí, conviene advertir al lector que en tus comentarios haces referencias a unos apuntes que he realizado en un foro a partir de una pregunta tuya. Por eso mismo corto y pego lño que escribí allí

"En la primera parte de la obra la cruz sale con los travesaños pelados, pero cuando Curro Vargas vuelve a su tierra le salen claveles rojos por todas partes. Creo entender que la cosa es simbólica: la cruz de la Pasión, la de los protagonistas más que la de Cristo, reverdece cuando el joven vuelve a su aldea.

El hecho de que el cura cargue con la cruz durante la procesión es una metáfora de las circunstancias que sufre el Padre Antonio, condenado a sufrir el calvario de la pasión, decididamente abocada a la tragedia, entre su digamos que "ahijado" Curro Vargas y Soledad."

Para el que esté más interesado aún, le dejo el enlace:

http://www.unanocheenlaopera.com/viewtopic.php?f=14&t=17266&start=15

Solo me queda insistir al lector en que no pierda la oportunidad: la partitura presenta obvias desigualdades, en las voces hay insuficiencias importantes y la puesta en escena no es para todos los paladares, pero el conjunto funciona bastante bien. Hay que ir.

Anónimo dijo...

Saludos, Fernando. Un placer.
No era yo quien debía transcribir algo escrito por ti (o eso me pareció a mí, al menos).Insisto en que quien pueda, la vea, si ayer no la escuchó.
Saludos a tod@s l@s lector@s del blog.
Leonor.

Rafa dijo...

El desprecio de muchos sedicentes "intelectuales" (no me refiero, como es natural, a ti, Fernando) hacia el mal llamado "género chico" sólo es una muestra de su soberbia y su ignorancia. Mientras en Francia reverencian a Offenbach, en Italia a Rossini, en Austria a los Strauss y en Rusia a Glinka, aquí sólo encontramos una mueca de desprecio hacia genios como Barbieri, Bretón, Chueca o Chapí. De vergüenza (propia).

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