Mientras el foso del Real era ocupado por los chicos de la Ópera de Perm bajo la dirección de su titular Teodor Currentzis para las maravillosas representaciones de The Indian Queen ya comentadas, los cuerpos estables del teatro madrileño, esto es, la Sinfónica de Madrid y el Coro Intermezzo, preparaban junto al maestro Renato Palumbo un programa sinfónico-coral en torno al Stabat Mater de Rossini, bellísima obra que se toca y graba bastante menos de lo que debería, para ser ofrecido el jueves 14 y el sábado 16 de noviembre. Estuve en la segunda de ellas.
Comenzó la velada con la muy infrecuente Sinfonia su temi dello Stabat Mater del celebre Rossini, una breve y agradable fantasía sinfónica escrita por Saverio Mercadante precisamente para prologar la obra en cuestión. Estuvo sin duda bien interpretada y parecía anunciar una gran noche. No fue así.
La Sinfonía nº 104, Londres, de Haydn estuvo muy mal interpretada. El problema no fue tanto que el maestro italiano parezca desconocer por completo el lenguaje haydiniano, con lo que tiene de vivacidad, de rusticidad bien entendida y de garra teatral; tampoco lo fue que Palumbo quisiera destacar los aspectos más melódicos y cantables de esta música frente a los que habitualmente suele llamar la atención, porque la intención fue buena; ni siquiera lo fue la apreciable lentitud de los tempi, porque cosas más lentas se han escuchado que alcanzan la genialidad (¡Klemperer!). El problema estuvo en la terrible flacidez de las tensiones: todo sonó blando, desganado, sin la menor agilidad, rutinario en el fraseo y plano en la expresión. Inaceptable de todo punto el Menuetto; el Finale funcionó bastante mejor, pero ya era demasiado tarde.
Buena sin más la dirección del plato fuerte de la velada, el Stabat Mater propiamente dicho: hubo nobleza, sensualidad, cantabilidad y un espíritu muy italiano por parte de la batuta. Faltaron teatralidad, fuerza dramática –no confundir con decibelios– y tensión sonora; de nuevo Palumbo sonó un tanto blando y descafeinado, aunque sin llegar ni muchísimo menos a los extremos del Haydn. Orquesta y Coro funcionaron con solvencia, solo eso.
Lo más interesante del Rossini estuvo en las voces solistas. Me gustó mucho de nuevo Julianna Di Giacomo, a la que ya había escuchado aquí mismo en Suor Angelica: voz de lírica con cuerpo, muy bien timbrada, que aunque sufrió un tanto por arriba puede desarrollar una importante carrera, porque la artista posee tanto estilo y como sensibilidad. Quizá un punto menos expresiva pero más redonda en lo vocal la mezzo Ann Hallenberg, globalmente estupenda. Y reencuentro con Dmitri Ulyanov (hace poco le vi en Aida) para confirmar que posee una voz y una técnica de primerísima línea, aunque esta vez no le encontrase del todo metido en la partitura.
Queda Ismael Jordi. Hace poco me congratulaba aquí mismo que mi paisano fuese a cantar un par de funciones de la Traviata de Les Arts con Zubin Mehta, aunque al final en la mía quien cantó fue el inicialmente previsto Ivan Magrì. Casualmente en el Real ha realizado este otro remplazo y por fin le he podido ver después de bastante tiempo sin escucharle en directo. Eso sí, me hubiera gustado que fuese en otra obra, porque la tan bella como ingrata parte de tenor de este Stabat Mater en absoluto es adecuada para un instrumento como el suyo. Ismael intentó resolver la papeleta –ha sido una petición expresa de Mortier– procurando llevarla a su terreno, ofreciendo detalles de delicadeza belcantista muy hermosos y haciendo gala de la enorme elegancia en el fraseo que caracteriza al tenor jerezano. En el Elixir que ya empieza a preparar el propio Teatro Real seguro que le encontraremos mucho más en su terreno. Y en julio, esto es novedad, Maria Stuarda nada menos que en el Covent Garden junto a una de mis cantantes favoritas, Joyce di Donato. ¡Enhorabuena!
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