Éxito grande del Otello de Verdi que, tras superar molestísimas medidas de seguridad derivadas de la presencia de ciertas autoridades que bien podían haberse quedado en casa, pudimos presenciar el pasado sábado 1 de junio en el Palau de Les Arts, dentro de un menguadísimo Festival del Mediterráneo que sigue dirigiendo –aseguran que con el caché sustancialmente reducido– el veterano Zubin Mehta. El lector puede encontrar estupendos análisis en los blogs de Atticus y Maac, así como en uno que yo no conocía y al que le deseo la mejor suerte, Notas de paso. Pero también podrá detectar serias discrepancias de opinión en torno a cuáles fueron los puntos fuertes y los débiles de la velada. Por eso mismo voy a puntualizar un poco no sin antes recordar que la presente no es más que la siempre discutible opinión de otro aficionado; eso sí, la de uno que considera que en este título, sin duda uno de los más asombrosamente geniales que jamás se han escrito para la escena, el foso es verdadero protagonista, y que por ende se necesita no solo una orquesta de gran calidad (venturosamente en Valencia la sigue habiendo), sino también una batuta que reivindique la enorme potencia expresiva del foso, con toda su densidad dramática, y lo coloque en el plano que le corresponde
Aunque ya he dicho que globalmente muy satisfactoria, la velada fue para mi gusto de menos a más. De hecho, el primer acto me decepcionó un tanto. Mehta dirigió la tormenta con un admirable sentido del la arquitectura y ofreciendo una claridad asombrosa, pero alejado de la electricidad que en el mismo pasaje ofrecen maestros como Kleiber, Solti o Muti. Tampoco el “Fuoco di gioia” y las escenas subsiguientes tuvieron el colorido y la riqueza de inflexiones expresivas deseables, pese a la impresionante labor técnica de la orquesta y coros a su disposición.
Gregory Kunde había entrado muy bien en el “Exultate”, pero luego evidenció importantes desigualdades vocales en el dúo de amor; vamos, justo lo contrario de lo que se esperaba en un tenor con una trayectoria anclada en el belcantismo. Maria Agresta se limitaba a ser solvente como Desdémona y Carlos Álvarez demostró no estar, pese a lo dicho en la rueda de prensa de turno, completamente recuperado en lo vocal tras los problemas médicos que le han tenido retirado de los escenarios. Eso sí, parece cantar con mayor sensatez técnica, sin usar en exceso la gola para aparentar, como hacía antes, un instrumento menos lírico de lo que realmente es en origen. El Cassio de Marcelo Puente, muy vibrado pero con volumen y luminosidad.
La propuesta teatral de David Livermore, nueva producción de un Palau de Les Arts asfixiado en lo económico, evidenciaba pobreza no tanto material como de ideas: las proyecciones eran efectivas, pero el conjunto desprendía un tufo años setenta/ochenta –plataformas giratorias, oscuridad escénica y movimiento convencional– bastante perceptible. Eso sí, también fue sensata y se mantuvo ajena a las pretensiones con que muchos registas de hoy día intentan demostrar lo chulos que son.
En el segundo acto mejoraron las cosas. El barítono malagueño tuvo algún resbalón en el “Credo”, pero el perfecto estilo verdiano estaba ahí, como también su notable comprensión del personaje; siempre en una línea muy diferente del refinamiento –hipocresía en estado puro– de un Fischer-Dieskau, pero en cualquier caso concibiendo a Yago de modo expresivo, creíble, maligno en su punto justo y, por ventura, alejado de la truculencia y la sobreactuación. O sea, todo lo contrario de lo que hizo el señor Livermore con este personaje en la propuesta escénica: convertirlo en un malo malísimo con aires al Profesor Severus Snape de las películas de Harry Potter, asociándolo encima con un rojo demoníaco en la iluminación de lo más obvio. Un verdadero error, como lo fueron también las crestas punkies de muchos de los personajes –espantosa la Emilia– y el vestuario del coro de niños, todos ellos muy monos en su intervención “mirando a cámara”.
Por su parte Kunde, en las escenas de celos, empezaba a centrarse en lo vocal y a demostrar las bazas de su Otello: sinceridad en la expresión, musicalidad de primer orden y atención a la evolución psicológica del personaje a través de sutiles matices expresivos y sin echar mano de recursos fuera de lugar. A mi entender, preferible al inicialmente previsto Antonenko, más sólido desde el punto de vista técnico y poseedor de un instrumento más adecuado, pero muy monolítico en su filmación de 2008 en Salzburgo con Riccardo Muti y Carlos Álvarez. Este último, por cierto, echó en Valencia toda la carne en el asador en el dúo “Sì, pel ciel marmoreo giuro” con que concluye el acto, donde no solo Kunde sino también Mehta alcanzaron la excelsitud.
Y la misma excelsitud, con algún que otro altibajo –no era muy bueno el Lodovico de Misha Scheloianski– terminó caracterizando los dos últimos actos: no dudo en afirmar que entre lo mejor que en mi vida he visto en directo se encuentran estos ochenta minutos. Ochenta, sí, porque el maestro indio ralentizó de manera considerable los tempi (¡qué diferencia con su tan vistosa como inmadura versión en el Met de 1967!) para diseccionar la partitura con extrema perfección, hacer más densa la atmósfera y subrayar la cantabilidad de escritura verdiana. Y lo hizo sin merma alguna del pulso escénico –cosa que sí ocurre en los experimentos deconstructivos de Lorin Maazel– y planteando con clarividencia los picos de tensión. En este sentido fue ejemplar, por no decir genial, el concertante que cierra el tercer acto, ofrecido por cierto en la más extensa revisión de París: opresivo a más no poder, de una fuerza dramática abrumadora y de perfecto equilibrio polifónico, algo a lo que no era ajena la excelencia del Coro de la Generalitat Valenciana, como tampoco lo era la orquesta a la hora de ofrecer fortísimos atronadores –impresionante el clímax– pero de una redondez y musicalidad insultantes. El último acto no estuvo menos genialmente dirigido: hay direcciones globalmente maravillosas de este título (Barbirolli, Kleiber hijo, Solti/Covent Garden, Barenboim), pero no conozco una sola que me guste aún más que la de Mehta en la segunda mitad de la obra
Bien secundada por la Emilia de Cristina Faus, Maria Agresta estuvo espléndida en la canción del sauce y el "Ave María", haciendo gala de un canto bellísimo, depurado en la línea –atractivos reguladores–, emotivo y sincero. A la soprano le falta quizá un punto adicional de personalidad, tanto vocal como expresiva (pienso ahora en la inmensa Caballé de la citada grabación de Mehta del 67), pero a tenor de esta Desdémona y de la Leonora del Trovatore que le vimos aquí mismo el año pasado, es posible que se convierta en una primerísima figura del canto verdiano. Volviendo a tener cuidado de no forzar sus posibilidades y atendiendo antes a la musicalidad que al efecto de cara a la galería, Gregory Kunde ofreció un final conmovedor en que la batuta lentísima, concentrada e incluso inmaterial (por momentos parecía Celibidache) de Zubin Mehta ofreció las mejores posibilidades para la expansión lírica sin dejar de demandar, eso sí, un generoso control del fiato.
La escena de David Livermore, a despecho de la muy discutible utilización de una filmación de montaje aceleradísimo para la escena del asesinato, ofreció sus mejores momentos en este cuarto acto gracias a una iluminación de lo más atractiva y a la sugerente manera en la que el escenario se separaba en tres plataformas diferentes durante los últimos acordes, redondeando así un tercer y cuarto actos de nivel muy difícilmente superable hoy día por cualquiera de los más grandes teatros del mundo y sus abultados presupuestos. El éxito entre el público fue enorme y por completo justificado. Muchos salimos verdaderamente emocionados, casi tanto como un Carlos Álvarez que no pudo reprimir las lágrimas.
¿Volveremos a ver en Valencia algo así? Me temo que hay moros en la costa que no parecen dispuestos a abandonar el acoso hasta convertir a Les Arts en una especie de Teatro Villamarta con envoltorio de Santiago Calatrava. Aunque hasta el trencadís se cae a pedazos, o eso dicen…
Un cajón de sastre para cosas sobre música "clásica". Discos, conciertos, audiciones comparadas, filias y fobias, maledicencias varias... Todo ello con centro en Jerez de la Frontera, aunque viajando todo lo posible. En definitiva, un blog sin ningún interés.
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5 comentarios:
Un muy analítico comentario sobre este Otello de Les Arts que aporta nuevas valoraciones y matices para calibrar la calidad de este espectáculo. Gracias Fernando por citar mi blog y un saludo.
Miguel.
Gracias a ti, me encanta tu post sobre "el Retonno" del salvapatrias, jeje.
Extraordinario análisis. Por fin alguien que sabe apreciar el trabajo desmenuzante y detallista del maestro sin perder esa tensión que muchos dijeron haberse esfumado.
El concertante del acto III me pareció excelso. Yo no veía en directo una labor de batuta semejante desde que tenía melena.
Ojalá no sea la traca final de un teatro que, pese a los excesos, merecería el mantenimiento de esa orquesta y coro que se quiera o no son referente ibérico.
Abrazos
Muchas gracias, Atticus. Yo tengo claro que lo de Mehta, salvando un primer acto no muy inspirado, fue genial. Y lo de genial incluye creativo, personal, arriesgado y, cómo no, discutible: comprendo que no le gustara a algunos, sobre todos a los que están acostumbrados a escuchar en Verdi versiones "históricas" con grandes cantantes y batutas que, no siempre pero sí en muchas ocasiones, no hacen otra cosa que intentar concertar foso y escena con la mayor eficacia posible.
¿Convencerá a los señores polítics la excelsitud de las actuaciones de orquesta y coros de la necesidad de conservar lo que ya, como con acierto sugieres, es un bien cultural de primer orden a escala nacional? Me huele que no, pero no porque no les interese, sino porque hay otras prioridades. En fin.
Los moros siempre están en las mismas costas ¡ y mira que hay costas! AMCSánchez.
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