La del maestro holandés sigue parámetros expresivos parecidos a los de su recreación anterior: sobria, objetiva, rigurosa pero llena de fuerza interna, muy sombría en el enfoque y por completo ajena al narcisismo sonoro. Pero hay que matizar: quizá ahora hay algo menos de adustez y de tensión implacable que entonces, para encontrarnos al mismo tiempo con algunas frases aisladas –en la primera música nocturna, sobre todo– que se deslizan hacia la dulzura, que no la dulzonería. En cualquier caso es una realización de mucha altura que, eso sí, a pesar de sonar francamente bien no posee la nitidez ni la gama dinámica de la fabulosa toma sonora de las ediciones de Philips. La imagen, por el contrario, es muchísimo mejor en esta filmación de 2009.
La de Sir Simon resulta muy diferente. Frente a la sobriedad, la atmósfera ominosa, la tensión dramática y el interés mucho antes por la solidez arquitectónica que por el preciosismo sonoro de su colega, Rattle ofrece un acercamiento más luminoso, juvenil y disentido, más inmediato y comunicativo, en el que sí hay espacio para la delectación contemplativa, para los detalles creativos más o menos imaginativos, más o menos rebuscados, y desde luego –en el final– para el triunfalismo de cara a la galería. Habrá quien lo prefiera así, pero a mi entender con el británico los aspectos más débiles de esta música quedan en evidencia, mientras que los más visionarios permanecen desdibujados; resulta a la postre una versión un tanto tópica, superficial e incluso descafeinada.
La Berliner Philharmoniker, pese a algunas vacilaciones puntuales (escúchense los metales en el arranque del quinto movimiento con Haitink), sigue siendo ideal para esta música. Eso sí, los resultados no pueden ser más distintos con uno y otro maestro. Para que luego digan que las orquestas de primera tocan solas…
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