Este es el tercer Parsifal que escucho en directo. El primero fue con Barenboim y las huestes de la Staatsoper en Sevilla, funciones que en su momento comenté en Filomúsica; no hace mucho escuché la grabación pirata que me pasaron y volvió a parecerme una maravilla en lo musical. El segundo fue el de Lorin Maazel y Werner Herzog en Valencia, del que algo dije por aquí: alcanzó un alto nivel a pesar de la manera en que pinchó la batuta en los actos impares. Esta vez ha sido en versión de concierto, pero con el aliciente de ofrecer una reconstrucción filológica de la instrumentación escuchada en el estreno en Bayreuth, incluyendo cuerdas con tripa y sin vibrato, oboes de paredes más gruesas y sonido más oscuro, oboe-contralto wagneriano en lugar de corno inglés, trompeta en Si bemol y una muy curiosa máquina de truenos, entre otras particularidades que señala Minkus Teske en el modesto libretillo -gratuito, pero sin “hermano mayor” a la venta- editado para estas funciones que ha ofrecido el Teatro Real de Madrid en coproducción con el Konzerthaus Dortmund y la Philharmonie Essen. Estuve en la tercera de ellas, la del sábado 2 de febrero, que por lo visto ha sido la más convincente.
¿Mi opinión? En lo que a los instrumentos se refiere, me ha interesado mucho: la sonoridad es ciertamente menos brillante y robusta, pero ofrece una sensualidad muy especial. El Balthasar Neumann Ensemble, nutridísimo para la ocasión, estuvo estupendo; de justicia es señalar que, pese a ciertas inseguridades y alguna pifia puntual, falló menos que la Statskapelle de Berlín de Barenboim en las funciones sevillanas referidas. Ahora bien, en Madrid ha fallado lo principal: la dirección de Thomas Hengelbrock me ha parecido muy mediocre, no por rápida sino por rígida, mecánica, poco natural, nada flexible, en absoluto mística y en modo alguno sensual (¡pecado gravísimo en Parsifal!). Sí que hubo teatralidad y garra dramática de muy buena ley en el segundo acto -de erotismo, ni rastro-, pero a cambio las dos escenas de la transformación fueron de una vulgaridad alarmante. Los coros funcionaron bien, aunque me parece discutible haber recurrido a niños para los dos primeros escuderos y para las voces blancas de los caballeros.
Pese a lo dicho, los dos primeros actos se salvaron por obra y gracia de Kwangchul Young, el Gurnemanz oficial de Bayreuth en los últimos años: le pueden ver ustedes, con alitas, en la producción de Herheim comentada hace unos días. El bajo coreano estuvo impresionante en Madrid, no tan rico en matices como René Pape -sensacional en Sevilla- pero nobilísimo, sincero y muy comunicativo. El público madrileño le braveó con entusiasmo al terminar la velada. El otro pilar de estos actos es Amfortas, aquí un Matthias Goerne muy disminuido vocalmente desde aquella maravillosa L’upupa de Henze en este mismo teatro. ¿La intoxicación de mariscos anunciada por Mortier al comienzo del espectáculo? Lo dudo mucho, porque un amigo muy fiable me dijo que el barítono alemán ya sonó considerablemente áfono hace unas semanas cantando Mahler. En cuanto a su visión del personaje, resultó por completo anodino en el acto primero y se mostró mucho más matizado y sensible en el tercero, aun en una línea antes intimista que rebelde que no es la que a mí más me gusta. Tremolante el Titurel de Victor von Halem, que ya había grabado el papel… ¡con Karajan!
El segundo acto fue otro cantar, literalmente. Aun no poseyendo una voz lo suficientemente oscura para Klingsor, Johannes Martin Kränzle convenció por su excelente línea y su muy intencionada recreación del hechicero, en la que no hubo lugar para las truculencias ni los excesos que son habituales en esta parte.
La pareja protagonista, aun con insuficiencias, fue de nivel. Puede que la voz de Simon O’Neill no sea precisamente bella, pero su Parsifal me ha gustado tanto como cuando le escuché el segundo acto en Valencia hace un par de años junto a una inmensa Waltraud Meier: a lo entonces escrito me remito. Angela Denoke, soprano de voz notable pero un tanto impersonal, no alcanza en modo alguno las cimas de la citada mezzo, pero a mi entender ofreció en Madrid los momentos más electrizantes de la velada. Ciertamente se quedó algo corta por arriba como por abajo -el papel es casi imposible-, desafinó de manera evidente en más de un momento y mostró algún enturbiamiento de la emisión que posiblemente se debiese a la enfermedad que le hizo cancelar la primera noche madrileña (fue sustituida por Anna Larsson). Pero hizo lo más importante: interpretar a Kundry. Vocalmente y también escénicamente, beso en la boca incluido. Y haciéndolo con sensibilidad, convicción y mucha inteligencia a la hora de no convertirla en una bruja seductora para, por el contrario, poner de relieve los aspectos más frágiles y atormentados del personaje. Su dúo con un entregadísimo O’Neill fue memorable.
De muy alto nivel el conjunto de Muchachas-Flor. Como Hengelbrock alcanzó en esta parte de la obra su punto más aceptable de inspiración -y desde luego controló bien los medios a su disposición: todo sonó muy en su sitio-, la conclusión está clara: este Parsifal mereció la pena, y mucho, por el segundo acto. ¡Y por Gurnemanz!
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