Andan los chicos de Universal Music Spain realizando una tremenda campaña en la prensa sobre el primer disco en Decca de Alisa Weilerstein aprovechando la visita de la violonchelista norteamericana a la Sinfónica de Galicia y la Sinfónica de Cataluña. El compacto en cuestión, que incluye obras de Elgar, Bruch y Elliot Carter y cuenta con la participación de la Staatskapelle de Berlín bajo la dirección de Daniel Barenboim, todavía no ha llegado a nuestras tiendas, pero ya se puede escuchar de manera legal y gratuita a través de Spotify.
Como yo tengo la versión de pago, es decir, sin anuncios y con más calidad, y como además dispongo de las herramientas necesarias para pasar la grabación a compacto y ponerla en mi equipo de toda la vida, he podido escuchar ya los resultados. Musicalmente magníficos, como era de esperar, pero relativamente decepcionantes en lo que a la toma sonora se refiere: aunque para estar seguro de ello debería escuchar una edición “oficial” en compacto, evitando toda pérdida producida por el streaming, la impresión es que los tutti no están del todo bien recogidos, resultando un tanto turbios y sin toda la espacialidad posible. Ignoro en qué sala se realizaron los registros, que por cierto corresponde a abril y septiembre de 2012, pero probablemente la acústica de la misma tenga algo que ver con el problema.
Por otra parte, este registro del Concierto para violonchelo de Elgar tiene que competir con las dos filmaciones realizadas en 2010 junto a la Filarmónica de Berlín por los mismos artistas, la de la Digital Concert Hall y la del Primero de mayo, la segunda de ellas técnicamente impresionante (audio y vídeo) en su edición en Blu-ray. La verdad es que esta nueva dos años posterior me parece igual de admirable en lo artístico que las anteriores. Weilerstein ofrece un sonido de enorme belleza, posee una agilísima mano izquierda, frasea con cantabilidad admirable y es bien consciente de la riqueza expresiva que albergan los pentagramas. La influencia de su admirada Du Pré es inocultable, pero el enfoque de la norteamericana es a la postre menos visceral e incendiario, yo diría que en gran medida lírico, incluso más puramente bello en lo sonoro, pero desde luego sin caer en la blandura narcisista (pienso ahora en Julian Lloyd-Webber o en Jian Wang) y aportando buenas dosis de garra dramática, particularmente en un cuarto movimiento que sabe no ser únicamente épico y luminoso.
Barenboim ha sido siempre entusiasta de la música de Elgar, desde aquellos registros de la obra que nos ocupa con la Du Pré hasta su reciente Sueño de Geroncio en Berlín, pasando por los discos que grabó en los setenta con la Filarmónica de Londres. Siempre lo ha abordado con más “densidad germánica” que con “distinción inglesa”, cosa que también ocurre en este registro, pero en cualquier caso su labor ofrece nobleza, calidez, profundidad y mucha convicción expresiva. Y lo hace, además, de manera mucho más madura y convincente de cuando interpretaba la obra con su esposa, aun sin llegar a la altura de Barbirolli en su mítico registro con la citada artista de 1965, inalcanzado e inalcanzable a día de hoy. Ni siquiera por una interpretación tan excelente como la que comentamos, ni por la no menos espléndida del propio Barenboim con un acongojante Yo-Yo Ma disponible en YouTube.
Precisamente para Ma y Barenboim escribió en 2000 su Concierto para violonchelo el recientemente fallecido (¡casi 104 años, que tío!) Elliott Carter, de la que ya circulaba alguna grabación que no he pudo escuchar. Dudo que alguna me pueda gustar aún más que esta de la Weilerstein, quien define la obra como mayormente humorística y sarcástica. No es fácil compartir semejante afirmación ante una obra cargada de aristas y fuerza dramática, y hasta con algún pasaje que destila profunda desolación, como ocurre con la sección lenta antes del final. Pero también es cierto que la partitura posee una evidente retranca en la que, como no podía ser menos, se mueve como pez en el agua un Barenboim que hace sonar a las maderas con enorme descaro burlón, pero que también aporta unas dosis fortísimas de tensión sonora y visceralidad, además de manejar a la orquesta (tratada por Carter en bloques sonoros) con absoluta propiedad, claridad y adecuada riqueza tímbrica, de dar apropiadas indicaciones expresivas a los solistas en sus muy decisivas intervenciones y de frasear con enorme concentración y hondura cuando debe: repárese en la sección lenta antes referida.
Weilerstein, por su parte, hace una verdadera exhibición de virtuosismo en su dificilísima parte al tiempo que despliega una enorme gama de matices y todas las aristas que demanda la partitura sin perder lo más mínimo de la elegancia, la belleza sonora y la expresividad de que hizo gala anteriormente en Elgar, entre otras cosas porque la partitura del norteamericano tiene también mucho de cantabilidad, sensualidad y carácter elegíaco, aunque a principio no pudiera parecerlo. Que la artista tuviera la oportunidad de estudiar la obra con el propio Carter, como pueden ustedes ver en el vídeo de aquí abajo filmado poco antes del fallecimiento del compositor, quizá tenga que ver con la excelencia de los resultados.
Kol Nidrei de Bruch para completar el disco. Aquí de nuevo la sombra de Jacqueline Du Pré es inevitable, toda vez que se conserva una absolutamente portentosa recreación suya de 1968, en vivo y con sonido monofónico, acompañada de su marido y de la Filarmónica de Israel. Las recreaciones que he escuchado para escribir estas líneas a cargo de Casals, Starker, Fourier, Haimovitz y la para mí desconocida Nina Kotova me parecen muy inferiores a la de la violonchelista británica. Pues bien, esta de Alisa Weilerstein es la única que, sin llegar en modo alguno a los extremos de rebeldía e intensidad dramática que alberga la recreación de la malograda artista, me parece la única digna al lado de ella. Sobran quizá algunos portamentos y el tono algo quejumbroso de determinadas frases, pero su fraseo es muy sincero, vehemente y comunicativo, sabiendo además ahondar en el dolor que asoma entre las notas. La dirección de Barenboim alberga emotividad y belleza a partes iguales, pero a decir verdad resulta más rápida (10’50’’ frente a 12’05’’), peor paladeada y menos profunda que la de hace cuarenta y cuatro años atrás. Lástima.
1 comentario:
Pues un servidor ya tiene la entrada para el concierto del sábado 26 en L'Auditori de Barcelona (el concierto de Dvorak con la chuiquilla al cello y Foster a la batuta) y el disco a la espera de recibirlo de Amazon. Saludos.
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