sábado, 22 de diciembre de 2012

Mesías en Sevilla con Rilling: a la alemana

Me invitó ayer un amigo al enésimo Mesías participativo que organiza La Caixa con la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla, esta edición con mucho interés por estar protagonizada por un mito viviente de la dirección del repertorio barroco, nada menos que Helmuth Rilling, en su momento uno de los líderes de la hoy muy injustamente denostada tercera vía interpretativa que renovó tempi, texturas y articulación sin renunciar a los instrumentos tradicionales ni a la relativa -solo relativa- densidad tanto sonora como expresiva que sí llegaron luego a desaparecer con algunas de las agrupaciones historicistas.

Los resultados de su labor, aun irregulares, estuvieron a la altura de las expectativas. Ya desde los primeros compases se notaba que iba a ser la del maestro de Sttutgart una interpretación marcadamente alemana, si es que aceptamos un tópico no exento de verdad: severa, honda, recogida y profundamente religiosa, marcada por el pathos y enfocada desde un punto de vista más bien reflexivo sin excluir, en la parte dedicada a la Natividad, una buena dosis de ternura y encanto, aunque alejadísimas estas del espíritu luminoso, espontáneo y no poco profano que otros intérpretes prefieren subrayar no sin falta de razón, pues esta música maravillosa es mezcla de muchas músicas diferentes en género y -digamos- estilo nacional, por lo que está abierta a las más diversas opciones siempre y cuando se mantengan la sensatez y el buen gusto. Rilling así lo hizo, y si algo hemos de reprochar a su lectura es que a veces resultó algo laxa y no del todo rica en lo expresivo que podía haber sido sin renunciar a semejante enfoque: algo más de garra e incisividad no le hubiera venido nada mal.

Desde el punto de vista formal, cabe indicar a quien le interese que los tempi fueron equilibrados, que el vibrato estuvo presente dentro de una evidente moderación, que se usó una plantilla de unos veinticinco instrumentistas -timbales con baqueta dura- y que había tanto clave como órgano al continuo. El conjunto sonó maravillosamente, con especial mención a la trompetista de la ROSS tanto en el Aleluya -dicho en plan grandioso y repetido al final- como en la célebre aria de bajo de la tercera parte.

Los espléndidos Gächinger Kantorei (Rilling los fundó allá por 1955) ofrecieron una sonoridad mucho más mate que esos coros británicos refulgentes en el agudo a los que estamos acostumbrados en esta obra, lo que pudo hacer pensar a algunos que resultaban sosos; no me lo pareció a mí, aunque sí que encontré algún momento -All we like sheep- en el que distaron de ofrecer la agilidad en ellos esperable. Los coros invitados (Camerata Vocal Concertante, Coro de Cámara An Die Musik, Coro de la Sociedad Musical de Sevilla, Coro de la Universidad de Huelva, Coro del Ateneo de Sevilla, Coro Manuel de Falla del Conservatorio Superior de Sevilla, Orfeón Portuense, Orfeón Virgen de la Escalera de Rota) sonaron muy bien en lo que a materia prima se refiere, pero en la siempre difícil coordinación con el escenario encontramos las lógicas y disculpables desigualdades, con momentos buenos y otros desajustados.

Quienes fallaron de manera más seria fueron los cuatro cantantes solistas. Del tenor Dominik Worting lo único bueno que puedo decir es que al menos sonó a Haendel. El bajo anunciado fue sustituido a última hora por otro cantante cuyo nombre no logré retener, pero que desde luego era más bien un barítono lírico de voz muy clara y poca soltura para las agilidades. Tampoco la tenía la soprano Hanna-Elisabeth Müller, cuya emisión además afeaba la calidad de su timbre, empañando así sus apreciables intenciones expresivas. Algo parecido le ocurrió a la mezzo Wallis Giunta, en este caso afectada por importantes cambios de color y un cierto descontrol de los reguladores. El arranque de la fuga final de la obra resultó lamentable por parte de los cuatro. ¿Tuvo que ver con la calidad estas voces el hecho de que Rilling le pegara varios tijeretazos a la partitura? Sea como fuere el público se lo pasó bien, y los coros invitados, divinamente.

PS. Leo en el blog de mi amigo Juan José Roldán que el nombre del presunto bajo era Benjamin Appl. Pues eso.

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