La Sinfónica de Madrid y el Coro Intermezzo han realizado una muy digna labor desde el punto de vista técnico bajo la dirección de Hartmut Haechen, quien ha acertado sobre todo en los pasajes líricos. Por desgracia su batuta ha adolecido de una grave falta de concentración, tensión interna y garra dramática, por lo que el resultado ha sido flácido, irregular (fatal la polonesa) y a la postre más bien mediocre.
Algo parecido se puede decir de la producción escénica -encargo de la casa- de Johan Simons, en la que se alternaron momentos muy convincentes, por inteligentes y bien realizados, con otros desafortunados y plagados de estupideces. Horribles los colores salmón del acto polaco. Que el resto se inscribiera dentro de la estética feísta o que la acción se trasladara a la Rusia actual es lo de menos. Excelente la iluminación a cargo del mismo autor de la escenografía, Jan Versweyveld.
Muy voluntarioso en lo expresivo -solo eso- pero insuficiente por su condición baritonal el Boris de Günther Groissböck. De pena el Grigori/falso Dimitri de Michael König, un señor cuya presencia en los grandes teatros es tan inexplicable como la de Marco Vratogna. Sensacional -por voz y línea de canto- el Pimen de Dimitry Ulyanov. Muy interesante la voz de Julia Gertseva, solvente Marina. Stefan Margita canta con gran belleza a Chuiski, pero se le escapan los pliegues del siniestro personaje. Todo lo contrario de lo que ocurre con el Rangoni de Evgeny Nikitin, no muy bien cantado pero lleno de mala intención (su talla de actor se evidencia en el vídeo del Met de hace un par de años, mediocremente dirigido por Gergiev pero con un inmenso René Pape en el rol titular). Y una pena ver en semejante estado vocal a Anatoli Kotscherga, que fue en los noventa un notable Boris bajo la dirección de Abbado (el CD de Sony y la filmación de la espléndida propuesta de Herbert Wernicke); en Madrid ha hecho un Varlaam tosco a más no poder. Digno nivel medio en el resto.
En suma, un Boris no del todo desdeñable, pero sí desequilibrado, que ha merecido la pena por los veinticinco minutos en que canta Pimen. Poco más.
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