viernes, 18 de mayo de 2012

Solti y Minkowski frente a las Sinfonías Londres

Sir Georg Solti es uno de mis directores favoritos. Marc Minkowski me despierta escaso aprecio: le considero un maestro de técnica mejorable y sensibilidad primaria. Por eso me ha parecido interesante enfrentar sus respectivas integrales de las Sinfonías Londres de Haydn, una labor que me he tomado con tiempo: bastantes meses he tardado en escucharlas, comparando siempre las dos lecturas de cada sinfonía entre ellas, y éstas a su vez con otras a cargo de diferentes directores. Solti tuvo a su frente a una espléndida Filarmónica de Londres y contó con excelentes tomas de sonido que aportaban la naturalidad propia del sello Decca; tardó diez años en completar la serie, desde marzo de 1981 hasta febrero de 1991. Minkowski y su orquesta lo hicieron en pocos días, en conciertos celebrados en junio de 2009 en la Konzerthaus de Viena maravillosamente recogidos por los ingenieros del sello Naïve. Debo reconocer que los resultados me han gustado, aunque sin duda me quedo con la integral de Solti. Intentaré explicar los porqués.

Minkowski Haydn Sinfonias Londres

Comienzo advirtiendo que no hay tanta diferencia entre los dos enfoques como algunos se pudieran pensar. La de Minkowski, obviamente, es una integral historicista con instrumentos originales, y Solti parte de la tradición sin dejarse influir por corrientes renovadoras. Pero ambos comparten unos tempi más bien rápidos -a veces corre más el húngaro que su colega-, una gran agilidad en el fraseo, una articulación incisiva y un elevado sentido teatral. Tampoco opta ninguno de ellos por la meditación filosófica, por el pathos extremo ni por el dramatismo. Y no descuidan en absoluto el sabor rústico, alejado de la elegancia mozartiana, que esta genial música debe tener. Para los dos maestros Haydn es Haydn, con toda su frescura, su comunicatividad, su campechano sentido del humor, su descaro incluso, pero también con sus tensiones y sus claroscuros. A partir de aquí comienzan las diferencias entre ambos.

El Haydn de Solti, ya lo hemos dicho, es rápido, animado y teatral. Debemos añadir ahora que es también muy natural en su fraseo. A pesar de la velocidad, y salvando algunos movimientos concretos, la música respira con amplitud y cantabilidad; todo parece desarrollarse con una lógica extrema en la que el control y la espontaneidad alcanzan un admirable equilibrio. El mismo equilibro que se da entre las diferentes familias instrumentales: la cuerda suena nutrida y sedosa, mientras las maderas tienen su adecuada presencia y los metales se superponen con redondez, sin estridencias. Ni que decir tiene -así ocurre siempre con el maestro- que no hay el menor interés por la belleza sonora en sí misma ni amaneramientos más o menos narcisistas.

Las introducciones suelen ser excelentes con Solti, quien subraya acertadamente su dramatismo sin llegar al pathos -a veces genial, pero muy discutible- de un Otto Klemperer. En los movimientos iniciales, desarrollados de un solo trazo y con adecuado sentido del humor, el maestro luce la electricidad que le caracteriza sin caer en la rigidez ni en el mero virtuosismo. Los lentos suelen ser con él maravillosos, mucho más de lo que imaginan quienes en el maestro quieren ver únicamente un látigo furioso y brillante: la manera en que hace cantar a la cuerda y a las maderas nos revela a un enorme poeta de la batuta. Al llegar al minueto suele decepcionar, mostrándose a veces pesante y un punto soso, aunque suele aportar majestuosidad gracias a la amplitud de su fraseo y al llegar al trío luce un encanto en absoluto frívolo. Los movimientos finales, casi sin excepción, son sensacionales: ágiles a más no poder pero no precipitados, dichos con impresionante claridad, rebosantes de la frescura que necesitan y adecuadamente salpimentados.

Solti Haydn Sinfonias Londres

Minkowski trata a la orquesta ofreciendo una sonoridad mucho más rústica -lo que está muy bien- y potenciando metales y percusión, sin dejar que la cuerda suene en exceso ingrávida: el Haydn tardío pide cierto músculo, lo que no ha de confundirse con pesadez ni con falta de claridad. Otra cosa son el empaste y la precisión. Y es que Les Musiciens du Louvre-Grenoble no parecen una formación de primera, como sí lo son la Orchestra of the Age of Enlightenment o la Orquesta del siglo XVIII, fenomenales recreadoras de este repertorio. En cualquier caso, el color de los instrumentos originales me parece más adecuado que el de los modernos, y la utilización de timbales “de época” con baquetas duras resulta preferible; a destacar la manera en que se luce el timbalero en sus prolongados y muy marciales redobles en la sinfonía que hace referencia a los mismos en su sobrenombre.

En cuanto al concepto, el Haydn de Minkowski es mucho más teatral, más operístico si se quiere, y posee mayor sentido de los claroscuros, si bien a veces estos resultan un tanto vulgares al confiar en el trazo grueso. El dramatismo del maestro francés no resulta tan natural como el de Solti. Tampoco el nervio se desarrolla con la misma lógica, fluidez y naturalidad: Minkowski es más vistoso pero se deja llevar por el mecanicismo e incluso la precipitación.

Con todo, el problema principal está en la parte lírica, pues el director de Les Musiciens du Louvre no solo se muestra incapaz de destilar poesía, sino que además confunde ésta con la frivolidad, la coquetería mal entendida e incluso la cursilería, buscando los contrastes entre sonoridades musculosas y otras en exceso livianas. Para entendernos: este es un Haydn que “va de macho”, de enérgico, rotundo y vibrante, pero al que en más de una ocasión se le escapan amaneramientos varios. De ahí que los movimientos lentos sean en su conjunto muy flojos, salvo que se piense que esta música debe sonar frívola y pimpante. Los minuetos, por el contrario, suelen ser un acierto por su sentido del ritmo dancístico, su empuje y su sanísima rusticidad. Los finales también suelen salir de manera muy satisfactoria, aunque en ellos Solti ofrece mayores dosis de naturalidad, virtuosismo y -por qué no- grandeza. En cuanto a sentido del humor, creo que gana Minkoswki, más claramente jocoso y descarado, incluso gamberro, aunque se quede corto en sutileza.

Concretemos solo un poco sobre cada una de las partituras. La Sinfonía nº 93 es un enorme acierto de Solti en sus dos primeros movimientos, no tanto en el resto, mientras que Minkowski se queda aquí en el punto más bajo de toda su integral, particularmente en el segundo y el cuarto. En La sorpresa el francés nos pega un buen susto pero no termina de redondear la lectura, mientras que el de Budapest acierta globalmente y se luce en el final. La Sinfonía nº 95 no le termina de salir a ninguno de los dos: demasiada frialdad y distanciamiento, si bien Solti, tras un minueto pesadote, triunfa en el final. La Sinfonía el milagro lo es para ambos maestros, enorme logro para el francés y verdadera maravilla para su colega, quien acierta a la hora de indagar en los pliegues de la partitura y enriquecer el concepto con aspectos inquietantes sin menoscabo de la luminosidad y de la cantabilidad, esta última asombrosa.


La Sinfonía nº 97 presenta más dificultades para los dos directores: a los dos les falta calidez en el Adagio ma non troppo. El final, en esta ocasión, es superior en la interpretación de Minkowski. Algo parecido ocurre en los correspondientes finales de la Sinfonía nº 98, aunque en los otros movimientos la lectura de Decca resulta preferible. En la Sinfonía 99 se quedan los maestros en el notable alto, flaqueando el uno por su desganado minueto y el otro por su tendencia a la brocha gorda. Los dos primeros movimientos de la Militar resultan insufribles con Minkowski por la grosería de sus contrastes sonoros, mientras Solti logra una lectura casi redonda.

En El reloj vuelve a ganar el veterano, a quien esta vez no le sale pesado el tercer movimiento; eso sí, resulta poderoso y posee una musicalidad deliciosa en el trio, luciéndose la flauta en sus solos. Las huestes historicistas triunfan en el primer movimiento de la Sinfonía nº 102, pero resultan machaconas en el tercero y se precipitan en el cuarto; la Filarmónica de Londres y su director atienden muy bien a los aspectos dramáticos de la obra, pero por desgracia no al encanto ni a la elevación poética. Ninguno de los dos, pues.
En la Redoble de timbal ya hemos dicho que el percusionista “de época” se siente muy a gusto, pero el maestro solo se redime de su cursilería en el movimiento conclusivo, soberbio; espléndida la lectura londinense. Para terminar, en la Sinfonía Londres Minokwski y sus chicos vuelven a engancharnos en un irresistible final, pero quienes se llevan aquí el gato al agua son sus colegas, tanto por el virtuosismo de la orquesta como por los hallazgos de un Solti que alcanza aquí su punto más alto de inspiración y creatividad en el universo haydiniano.

La integral de este último, en suma, me parece espléndida en conjunto, y desde luego en absoluto inferior a la que tenía en mi discoteca desde hace años, la de Colin Davis con la Concertgebouw, apolínea y quizá más hermosa, pero sin tanta garra. Yo diría que es imprescindible. La de Minkowski la encuentro menos conseguida que la que yo conocía con instrumentos originales, la de Brüggen para el sello Philips, pero aun así he descubierto cosas interesantes escuchándola. Si tienen tiempo y pueden conseguirla -de un modo o otro, que la crisis acecha-, les recomiendo que le dediquen algo de tiempo.

4 comentarios:

Andante moderato dijo...

Me sorprende, en gran medida, el injustificado rechazo que, desde hace un tiempo (en una suerte de remake del caso Karajan), se ha fomentado hacia la figura de Sir Georg, uno de los grandes directores del siglo precedente. Aun más asombroso resulta este hecho cuando constatamos que, dado el mediocre panorama actual, sólo unos pocos nombres de la dirección de orquesta contemporánea podrían resistir comparaciones (a todo nivel) con las figuras del pasado.
Personalmente, encuentro más convincente a Solti en el repertorio postromántico y en la música del siglo XX.
Me gustaría mencionar dos grabaciones del músico húngaro que he escuchado recientemente: una Séptima beethoveniana con Chicago(clarísima y vigorosa, amazacotada, pero divertidísima); y la Novena de Mahler (en estudio) con la espléndida (y no tan idiomática) London Symphony (Decca, 1967), interpretación poco mencionada, admirablemente construida, aunque quizás excesivamente lineal (sin la ambigüedad necesaria), que constituye una verdadera lección de entrenamiento orquestal.
Muchas gracias.
Saludos.

Bruno dijo...

No le extrañe que pasara desapercibida mirando la fecha. Por aquellas fechas salía Kubelik, Haitink y Bernstein y, a veces, Abravanel. Solti quedó un poco descolgado excepto por el sonido de las grabaciones. Luego empezaron a salir en plan serie y quedaron postergadas. A mí me pareció que Solti no entendía aún bien el primer tiempo pero el último era intensísimo. Ahora se lo toman con más calma, distanciamiento y buena educación.

Nemo dijo...

Yo creo que Solti manejaba un repertorio amplísimo, y todo él con gran nivel, como casi todos los directores que hicieron carrera después de la Segunda Guerra Mundial. Karajan y Bernstein son las otras dos estrellas acaparadoras y todoterreno de la segunda mitad del siglo XX.

Solti tiene un excelente Haydn y Mozart, y lo mismo puede decirse, en el apartado sinfónico, de Beethoven, Schubert, Berlioz, Brahms, Bruckner o Mahler. Los ciclos largos tardó en cerrarlos mucho tiempo, y quizás grabó alguna sinfonía que no le interesaba demasiado solo por cerrarlos. Regrabó en digital el de Beethoven, supongo, por requerimiento de la casa discográfica, si bien regrabó óperas que no le quedaron bien en su primera grabación (por culpa de los cantantes, en Wagner), y quizás la casa discográfica no estaba interesada en ello. Solti fue una estrella privilegiada de Decca, pero también debió aceptar ceder cosas a cambio del apoyo que le dieron siempre.

Es raro que solo grabara Schumann en los 60. Beethoven tiene altibajos, y diferencias entre los ciclos. Mahler y Bruckner lo mismo. Por ejemplo, Hay sinfonías de Bruckner grabadas muy al final (la 0, 1, 2, 3) que parece que se grabaron por cerrar, y el interés de Solti es desigual).

De todas formas, su legado discográfico es amplísimo, siempre con una calidad base muy alta, y con un buen montón de joyas. Cosas parecidas pasan con Bernstein y Karajan. El americano tomaba más riesgos, y el austríaco tenía un enfoque más personal, que aplicaba a todo. Solti era adaptable, con unas premisas: perfección en la ejecución, claridad, electricidad, tempi rápidos (contra la costumbre de la época). De los tres, el único objetivista o literalista fue él, pero con personalidad y alcanzando un nivel sin igual en otros directores con ese enfoque (Reiner, Szell...).

agustin dijo...

Las últimas sinfonías de Haydn son una maravilla, ningún aficionado a la música debería ignorarlas, sobre todo por su propio placer.
Es una música estimulante, llena de vida y de belleza, que transmite ganas de vivir.
Es una música inmortal, difícilmente superable.
En cuanto a su interpretación, me quedo con el Haydn sinfónico de Leonard Bernstein, un director que no es ninguna maravilla habitualmente pero que con esta música acierta de pleno.
La Filármonica de Nueva York parece la de Berlín en este caso, incluso mejor que la de Berlín.

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